OJALÁ ESTE POEMA
Ojalá este poema
te estallara en mitad
de las venas.
Se derramara
como río desbordado
entre tus piernas.
Ojalá te provocara
una mísera revolución
de minuto y medio
—al menos—.
Ojalá este poema
fuera tu charco
de la infancia,
tu puño en alto,
la caída de la estatua,
de la lágrima,
la carcajada
por qué no la carcajada.
Ojalá este poema
no fuera otro espacio más
entre dos silencios.
Ojalá este poema
fuera Rosebud el retrato
de los Dorian Grey
de pacotilla la conciencia
abandonada del fascista.
Ojalá anduviera
a la altura del vértigo
volara a ras tras del suelo.
Ojalá este poema
te inoculara una erección
de amor o rabia.
Ojalá se te cayera a trozos,
te alzara los ojos.
Ojalá bendijera
tu maldición
y la abanderara.
Ojalá este poema sí,
pero este poema no.
Este poema no
este poema no
este poema tampoco
va a salvarnos
a ti de ti,
supuesto lector
a mí de mí,
supuesto poeta.
JÓDETE, PETER PAN
Cuando era pequeño volé.
Lo juro, no es otra maldita metáfora;
desde un barco pirata en el cielo
levanté mis pies y surqué el aire
como el orgulloso albatros de Baudelaire.
Cierto que era una atracción de feria.
Y que, en lugar de subir, bajé.
Y que pataleé en el vacío
sin estilo ni decoro alguno.
Y que el suelo me reclamaba con egoísta voracidad.
Y que tuve la certeza absoluta de una temprana
muerte.
Y que sentí una lástima infinita por mi madre
— allí abajo —
viendo a su hijo hacer el imbécil por última
definitiva vez.
Sin saber que solo era la primera de una serie
de caídas
i
n
t
e
r
m
i
n
a
b
l
e
Cierto que todo quedó en un susto
y una preciosa marca de Rorschach en el asfalto
dibujada con la sangre de mi nariz.
Que ahí acabó mi breve y accidentada
carrera de marino interestelar,
pero tal vez comencé a disfrazarme de poeta.
Como demuestra el hecho de llamar a caer volar.
De modo que yo también lo hice;
jódete, Peter Pan.
LOS UNOS Y LOS OTROS
Unos
vienen al mundo a asestar golpes
y otros
solo a recibirlos, supongo.
Unos
siempre a pisotear
y otros
siempre a patalear.
Todo el viejo asunto
del equilibrio y todo eso;
El sparring y el campeón.
El yin y el yang.
El tic y el tac.
La carne y el cañón.
Los unos y los otros.
De no haber víctimas
nadie sabría discernir
quienes son los monstruos.
EL FIN DE LA INOCENCIA
Recuerdo a mi amigo Santi,
sin camiseta bajo la lluvia
esposado épicamente
como un ángel importuno
ungido en rabia y pena
en la puerta de Arena Auditórium.
Entonces no nos dimos cuenta
pero ese fue el primer síntoma claro
del final de la inocencia.
Él solo buscaba raspar
los últimos gramos de pureza.
Evangelio de los desplazados
en el margen del relato cotidiano.
Recuerdo a mis hermanos
en el funeral eterno del verano
escuchando un inmarcesible portazo.
Un resplandor de ceniza
escurriéndose viscoso
e irrenunciable entre las manos.
La Boheme
Mi Idaho privado
Vomitando auroras boreales
en habitaciones circulares
en noches cerradas como bares.
Recuerdo a mis amigos majestuosos
Jurando no salir con vida.
Jurando no salir intactos.
Jurando no vivir en vano.
Escudos humanos
contra la demolición de los años
cabalgando un fulgor desbocado.
El fin de la inocencia
última llama atisbada
de una civilización extinguida
al otro lado exacto del océano.
DAVID GONZÁLEZ CONTRA GOLIAT
Yacen a un lado los guantes
fotografiando la derrota
en un blanco y negro inevitable.
Al otro la pluma descargada.
Desguarecido el lado izquierdo
los poetas cojeamos del corazón
con esta orfandad desmedida.
Mientras los verdugos no cejan el empeño
de tomarnos golosos las medidas.
Los días son comisarios de policía
y no hay puñalada más trapera
que la última palabra de la vida.
Yacen a un lado los guantes.
Al otro las piedras, el gesto incorruptible.
A La Plaza de la Soledad se le revuelven las tripas
y una soleá patibularia recorre Cimadevilla.
Los periódicos afónicos recuperan la voz
con oportuno hedor a carnicería.
Yacen a un lado los guantes.
Al otro las piedras, el gesto incorruptible.
Yace en la lona Goliat junto a su guadaña
sonríe David González en paz pie para siempre.
Mientras ilumina el anfiteatro un fulgor triste
una luz enfermiza como herida de luciérnaga.
CANÍBAL
Acostumbro a morder
la mano que me da de comer.
Es decir;
la mía.
Javier Vayá Albert, de Irredenta hora (Ediciones En Huida, 2025)
.png)
No hay comentarios:
Publicar un comentario