viernes, 5 de diciembre de 2025

SEIS POEMAS de IRREDENTA HORA por JAVIER VAYÁ ALBERT




OJALÁ ESTE POEMA 

Ojalá este poema
te estallara en mitad
de las venas. 
Se derramara 
como río desbordado 
entre tus piernas. 
Ojalá te provocara 
una mísera revolución 
de minuto y medio
 —al menos—. 
Ojalá este poema 
fuera tu charco 
de la infancia, 
tu puño en alto, 
la caída de la estatua, 
de la lágrima, 
la carcajada 
por qué no la carcajada. 
Ojalá este poema 
no fuera otro espacio más 
entre dos silencios. 
Ojalá este poema 
fuera Rosebud el retrato 
de los Dorian Grey 
de pacotilla la conciencia 
abandonada del fascista. 
Ojalá anduviera 
a la altura del vértigo 
volara a ras tras del suelo. 
Ojalá este poema 
te inoculara una erección 
de amor o rabia. 
Ojalá se te cayera a trozos, 
te alzara los ojos. 
Ojalá bendijera 
tu maldición 
y la abanderara. 
Ojalá este poema sí, 
pero este poema no. 
Este poema no 
este poema no 
este poema tampoco 
va a salvarnos 
a ti de ti, 
supuesto lector 
a mí de mí, 
supuesto poeta.


JÓDETE, PETER PAN 

Cuando era pequeño volé. 
Lo juro, no es otra maldita metáfora; 
desde un barco pirata en el cielo 
levanté mis pies y surqué el aire 
como el orgulloso albatros de Baudelaire.
Cierto que era una atracción de feria. 
Y que, en lugar de subir, bajé. 
Y que pataleé en el vacío 
sin estilo ni decoro alguno. 
Y que el suelo me reclamaba con egoísta voracidad. 
Y que tuve la certeza absoluta de una temprana 
muerte. 
Y que sentí una lástima infinita por mi madre 
 — allí abajo — 
viendo a su hijo hacer el imbécil por última 
definitiva vez. 
Sin saber que solo era la primera de una serie 
de caídas 
Cierto que todo quedó en un susto 
y una preciosa marca de Rorschach en el asfalto 
dibujada con la sangre de mi nariz.
Que ahí acabó mi breve y accidentada 
carrera de marino interestelar, 
pero tal vez comencé a disfrazarme de poeta.
Como demuestra el hecho de llamar a caer volar. 
De modo que yo también lo hice;

 jódete, Peter Pan.


LOS UNOS Y LOS OTROS 

Unos 
vienen al mundo a asestar golpes 
y otros 
solo a recibirlos, supongo. 
Unos 
siempre a pisotear 
y otros 
siempre a patalear. 

Todo el viejo asunto 
del equilibrio y todo eso; 

El sparring y el campeón. 
El yin y el yang. 
El tic y el tac. 
La carne y el cañón.

Los unos y los otros.

De no haber víctimas 
nadie sabría discernir 
quienes son los monstruos.


EL FIN DE LA INOCENCIA 

Recuerdo a mi amigo Santi, 
sin camiseta bajo la lluvia 
esposado épicamente 
como un ángel importuno 
ungido en rabia y pena 
en la puerta de Arena Auditórium.
Entonces no nos dimos cuenta 
pero ese fue el primer síntoma claro 
del final de la inocencia. 
Él solo buscaba raspar 
los últimos gramos de pureza. 
Evangelio de los desplazados 
en el margen del relato cotidiano. 
Recuerdo a mis hermanos 
en el funeral eterno del verano 
escuchando un inmarcesible portazo.
Un resplandor de ceniza 
escurriéndose viscoso 
e irrenunciable entre las manos. 
La Boheme 
Mi Idaho privado 
Vomitando auroras boreales 
en habitaciones circulares 
en noches cerradas como bares. 
Recuerdo a mis amigos majestuosos 
Jurando no salir con vida. 
Jurando no salir intactos. 
Jurando no vivir en vano. 
Escudos humanos 
contra la demolición de los años 
cabalgando un fulgor desbocado. 
El fin de la inocencia 
última llama atisbada 
de una civilización extinguida 
al otro lado exacto del océano.


DAVID GONZÁLEZ CONTRA GOLIAT 

Yacen a un lado los guantes 
fotografiando la derrota 
en un blanco y negro inevitable. 
Al otro la pluma descargada. 
Desguarecido el lado izquierdo 
los poetas cojeamos del corazón 
con esta orfandad desmedida. 
Mientras los verdugos no cejan el empeño 
de tomarnos golosos las medidas. 
Los días son comisarios de policía 
y no hay puñalada más trapera 
que la última palabra de la vida. 
Yacen a un lado los guantes. 
Al otro las piedras, el gesto incorruptible. 
A La Plaza de la Soledad se le revuelven las tripas 
y una soleá patibularia recorre Cimadevilla.
Los periódicos afónicos recuperan la voz 
con oportuno hedor a carnicería. 
Yacen a un lado los guantes. 
Al otro las piedras, el gesto incorruptible. 
Yace en la lona Goliat junto a su guadaña 
sonríe David González en paz pie para siempre. 
Mientras ilumina el anfiteatro un fulgor triste 
una luz enfermiza como herida de luciérnaga.


CANÍBAL 

Acostumbro a morder 
la mano que me da de comer. 

Es decir; 

la mía.


Javier Vayá Albert, de Irredenta hora (Ediciones En Huida, 2025) 


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