sábado, 20 de agosto de 2022

TRES POEMAS de TOMÁS RIVERO



SILENCIO

Son las 8'52 de una mañana transparente
cuando empiezo este poema
que tiene leña seca de recuerdos,
azul y jazz, blues y gatos en celo,
agosto y jazmín con sal.
Salgo al patio a fumar un pitillo
y el horizonte sólo es horizonte.
Se ha levantado la bruma
que como una sábana blanca
cubría la playa.
Y sin querer he pensado:
“Daniela cuando folla baila.”
Daniela, aquella polaca de origen albanés,
mitad gitana, mitad noruega.
Nos conocimos en Berlín
mientras arrancábamos trozos
de un muro lastimado y hormigón,
ignominia y vergüenza.
Una golondrina hace trinos
parada en un alambre,
hay gotas de mar en la buganvilla
y la mañana trepa lenta sobre
el enrejado de madera verde;
he canturreado entre dientes
una canción de amor y soledad,
y un poco más allá el resto del paisaje
guarda todo mi silencio.
¿Qué habrá sido de Berlín y de Daniela?


PUNTO DE FUGA

Cuando fui pasto de las llamas no fui otra cosa,
ni reloj ni cuchara ni tiempo ni hambre,
fuego atizado por el viento. Fui punto de fuga,
ese secreto que los pintores dejan en los cuadros
para escapar empapado en óleo en caso de pánico,
en caso de tener esa necesidad cobarde
de huir de la escena
donde se produjo la belleza de los hechos.
Esa necesidad cobarde a la hora de reconocer
que en cierta soledad se te aparecen voces,
es decir versos con cadenas
que vadean vade retro las alcobas.
Embozados poemas de la noche
que van escribiendo con pinceles sordos
por paredes y techos el miedo de la vida.
Cuando fui pasto de las llamas
veloz corrí por el bosque,
fui punto de fuga en la enramada,
no dejé atrás jirones
ni de tiempo ni de hambre,
huí por aquella deserción o derrota
también llamada puerta, otrora arcada
que me ofrecía el futuro,
jamás parecido al horizonte.
Tan solo grité en el último instante:
la boca la boca ignorante que yo beso,
las palabras que pronuncias
para que no sea un ciego de tus labios,
para que no esté sordo. Y te nombro.
Doy un nombre a las pronunciadas palabras.
Dichas así, con un asterisco
que con su aspa dentada muerde
los irrepetibles nombres
que me acompañan en la huida.


AMORES MALDITOS

No hay amores malditos,
sólo el ir y venir de los cuerpos
sometidos a finísimas hojas de afeitar.

No hay amores malditos,
sólo un murmullo agónico
falto de oxígeno,
sólo un asfixiante malestar
que provoca un paciente débito.

No hay amores malditos,
una caricia es remanso
y condiciona a la amargura
a ser un cuerpo transparente
de tímida belleza.


Tomás Rivero


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