Soy un hombre nuevo, sobrio, iluminado. La resaca santifica. La resaca ilumina. La resaca ofrece un sentido exacto de la muerte. Todos los sobrios debieran ser sometidos a terribles resacas. Sabrían de su pequeñez, su contingencia. Joseph Roth hablaba de un santo bebedor. Nicolás de Bari se emborrachaba para callar los rumores crecientes de su santidad. La resaca es una experiencia de mortificación. El hombre que la conoce alcanza un grado de conocimiento superior. Sabe quién es. Se ha humillado suficiente. Ni una sola vanidad le es posible. Sé lo que digo. Soy un erudito de las resacas. Habría sido un buen escritor de no ser un hombre fuertemente alcoholizado. Pero el hombre que conoce la resaca, trasciende la escritura, que es una frivolidad. El hombre que conoce la resaca, la resaca brutal, la resaca después de cinco días sin comer, ese hombre conoce el infierno, que es el destino de todas las cosas. Una cosa: estuve en el cielo unas cuantas veces. Un lugar placentero, desde luego. Y sin embargo, muy alejado emocionalmente del infierno. Recomiendo una posología del infierno, no les coja desprevenidos: beban mucho y sufran miles de cruentas resacas. Como esta de hoy, la más lancinante.
Sergio Mayor
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