martes, 22 de septiembre de 2020

BOSQUEJO DE UNA BIOGRAFÍA DE CUALQUIERA por PEDRO ANDREU



A los cuatro, me escapé de la guardería
para perseguir gatos abandonados en el parque.
A los diez le abrí la cabeza a mi mejor amigo
con un ladrillo: cien puntos. Y una vida extra de milagro.
A los doce nos desahuciaron del piso
y mi padre ocupó un motel abandonado a las afueras.
Nos daba de comer latas que calentaba
en un hornillo en el aparcamiento.
A los trece descubrí que la literatura
era un pájaro negro que devoraba por dentro
mis gusanos. A los quince me largué a Barcelona.
Y la guardia civil llevándome de vuelta a los seis días.
Y mi madre llorando. Y la única vez que me pegó mi padre.
Nunca me olvidaré del cinturón de cuero entre sus manos.
Hecho en España a mitad de los ochenta.
A los diecisiete conocí las drogas y el amor,
que corría sin cabeza por el patio, como el pavo
de navidad al que mi abuelo cortó el cuello
de un tajo con un hacha.
A los veinte abandoné una carrera y me largué
catorce meses a las playas de Bali a fumar marihuana
y a pensar que la vida era una carabela
portuguesa llamándome.
A los veintiséis enterramos a mi padre
debajo de una higuera.
A los treinta he vivido con la mujer más rubia
que nunca había imaginado.
A los cuarenta visito cada sábado a mi madre,
que vive en una residencia para ancianos.
Me la llevo a comer a restaurantes familiares
y dejo que me hable de la vida como si desde las afueras
todo fuera más nítido y lejano,
y a momentos parece
un perro que persigue su cola hacia el alzheimer.
A los cincuenta, el futuro me espera.
No sé si llegaré jamás a los sesenta.
Nadie quiere tener setenta y siete años,
cuando los días han de ser una escopeta
descargando cada vez más cerca de tus pies.
Mi abuela vivió ciento catorce años.
Parece que a la muerte le temblaban las manos con ella.
Y que tardó bastante en acertar su corazón de porcelana roja.

Pedro Andreu


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