viernes, 3 de abril de 2020

TODO LO QUE SE QUEDÓ FUERA DEL VOYAGER I por JULIA ROIG



El cinco de septiembre de mil novecientos setenta y siete yo tenía diecisiete meses y dos días cuando se lanzaba una sonda espacial de setecientos veintidós kilogramos desde Cabo Cañaveral a explorar el espacio interestelar. Lo que más me atrae de ese episodio de la historia espacial, no es ya lo que nos ha podido mostrar el Voyager I, que así se llama, sino lo que iba y va en el corazón de esa sonda. Esa botella y su mensaje dentro del océano cósmico, tal y como la han descrito, alberga saludos en cincuenta y seis idiomas, además de una sección de sonidos de la tierra que incluyen desde un volcán, la lluvia, un pozo de lodo (¡), latidos, risa, fuego, un perro manso, el aserrado, la sirena de un barco, un caballo, un tren y un beso entre otros. A toda esa poesía le quedan unos diecisiete mil setecientos dos años para salir de la Nube de Oort, en la que entrará dentro de unos trescientos años…. /La próxima vez que te diga que te abrazo inmenso, no quiero que olvides lo que pretendo describir al decir inmenso y menos aun lo que abarca un te amo infinito, simplemente piensa en el Voyager I/

Fue a Carl Sagan a quién encargaron ese listado de elementos definitorios de la humanidad para enviar al espacio exterior en un intento de explicar quiénes somos y en ese equipo se hallaba una jovencísima Ann Druyan. Cuentan que Sagan y Druyan estaban enamoradísimos. A la audaz científica se le ocurrió grabar sus ondas cerebrales por si una avanzadísima civilización tecnológica llegara algún día a descifrarlas. Dicen que Druyan colocó su cabeza y su corazón enamorado en la Voyager.

Ciento dieciséis imágenes también viajan en esos discos de oro que acompañan al Voyager. Desde la hojas de un árbol, una madre amamantando, dunas de arena, el ADN, un supermercado, Mercurio, Júpiter, la página de un libro, un cuarteto de cuerda, el Taj Mahal, la demostración de lamer, comer, beber, velocistas, una cosecha de algodón, el río Snake y la Cordillera Teton, interior de una casa con un artista y fuego….a priori una selección muy random, después mientras las miras te sumerges en una especie de nana del tiempo y te llenas de paz y algo más que de momento soy incapaz de definir.

Todo ello con su banda sonora que va desde sonidos aborígenes, folklore mexicano, jazz, ópera….incluso Chuck Berry y su Johnny be good rasgando la eterna noche cósmica.

Sin dejar de lado el lema motivacional en latín que se envió en código morse: Per aspera ad astra, que significaría a través del esfuerzo, el triunfo, o por el sendero áspero, a las estrellas, que nos lleva a Séneca y su Non est ad astra mollis e terris via, No hay camino fácil a las estrellas.

A mí toda esta sobredosis de información me fascina. Algo así como un selfie de la humanidad, del mundo conocido en mil novecientos setenta y siete. Un curriculum vitae para el más allá, gustos, aptitudes, conocimientos…

Y sin querer.... imaginar que ese Voyager I está enterrado en un lugar inaccesible de nuestro propio planeta, y en ese pensamiento me pierdo y empiezo a hiperventilar a lo Augusto Monterroso…


Julia Roig,
del blog Miss Desastres Naturales


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