viernes, 6 de marzo de 2020

LA CONDICIÓN ANGÉLICA por SERGIO MAYOR



Estuve en centros de rehabilitación infructuosos y severos. Me llevaron por razones judiciales. Estuve en las reuniones de Alcohólicos Anónimos. No me gustan los moralistas. Les dije que el alcoholismo es un arte. Les dije que no quiero ser salvado, ni anónimo, y que soy uno de los borrachos más célebres del pueblo.
Recuerdo los psiquiatras, los tratamientos electroconvulsivos. Varela me prohibió la música “reminiscente”, una música que localiza el punto exacto del hundimiento en el sistema mesolímbico del cerebro. Era un hombre de la época del jukebox. Conocía la relación entre la belleza y la bestia. Uno puede llevar siete meses, siete años sin probar una gota y entonces, un día, suena una canción, no necesariamente exquisita, una canción ridícula si quiere, un día apenas pasa una muchacha linda por la calle, una muchacha de belleza contraindicada y ya sabe, el sentimiento oceánico, el incontenible mar del alcoholismo.
¿Le he hablado de saxofones que suenan como un trago y el camarero me dispensa el tratamiento? ¿Le he dicho que la condición angélica se alcanza con el cuarto trago, la experiencia suprema? Un cuarto trago es, ¿cómo decirlo?, re-cosmogónico, promiscuo, un trago infinito en el bar del hotel Overlook, donde los muertos se reúnen para beber. ¿Otra copa, Juan Mayor? Dígame una cosa, ¿cuando fue que se mató?
(He tomado un cuarto trago. La ginebra sutiliza la noche. El pueblo parece fuera de sí, aéreo, un teorema matemático magnífico)
¿Conoce la ciudad reminiscente? ¿Va a prohibirme la ciudad que parece hundida en una solución de cloroformo? ¿La luz espirituosa de los paseos y las tristes? El alcoholismo es una orden geológica del sitio. La reminiscencia me mataría si no fuera por la absenta, el mezcal o una de esas quemaduras.
Me diagnosticaron treinta y siete enfermedades mentales: hiperestesia, síndrome de Gastaut Geschwind, crisis epilépticas, alucinaciones epifánicas, mala vida, fallos hepáticos y pulmonares. Me recetaron clorpromazina y Antabús. Por lo demás, me sentía bien. Por lo demás, nada de eso se cura.
Varela era un buen tipo. Una noche le hablé de la mujer reminiscente. Me escuchó con atención. Pareció consternado. Me dijo: “Usted no tiene salvación. Usted es un santo del alcoholismo” Salimos del centro, fuimos a un bar de carretera, tomamos unos tragos, escuchamos música reminiscente, me dijo que estábamos perdidos.
No, amigo, nosotros no estamos perdidos.

Sergio Mayor


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