lunes, 26 de mayo de 2014

EL AMOR EN LOS SANTORIOS: Prólogo.




Mi corazón, que lo perdí en un mes de mayo…

Robe Iniesta


En EL AMOR EN LOS SANATORIOS encaminarse es esparcirse por la causa vital, donde las paredes están en-caladas del atrevimiento y la valentía de quien penetra en el espanto con el corazón pelado; no hay pasillos ni elevadores, sin embargo sí escaleras adoquinadas y poleas de soga áspera; ascender hacia los habitáculos del alma, los orificios de la fe y la certidumbre. La realidad. 

Supongo que cuando acudes a un hospital, por el motivo que sea, lo primero de lo que te percatas –a mí me sucede– es del blanco incertidumbre en las paredes. Adviertes en ellas un halo de inseguridad y sospecha, que encogido avanzarás por el resto del pasillo hasta localizar atemorizado el ascensor salvador, como una cabina acondicionada para el aislamiento del miedo y las incógnitas. En esta todo es metálico y luminoso, momentáneo y apresurado, íntegramente ficticio. 

Ficción hoy fuera de lugar, invenciones de las que José Ángel Barrueco –me consta– es un excelente imaginero como tallista de las mismas (remitirse, si se quiere, a una parte de su extensa obra publicada a día de hoy). Otra historia.

Yo quiero escribir ahora acerca del escribidor de la autoconciencia, del poeta al que se le ha levantado la piel y nos muestra la carne. De aquel que leo ocasionalmente en el magnífico diario/blog http://anafrancoguzman.blogspot. com, dedicado a su madre; al que vuelvo a percibir hoy, en este cuaderno de poemas; al que recuerdo experimenté en otra ocasión, cuando “La enfermedad”: un cuento, a modo de relato, con el que obsequió a Al Otro Lado del Espejo [NARRANDO CONTRACORRIENTE], V.V.A.A (Ed. Escale- ra, 2011), libro este, que tuve el privilegio de coordinar. Por cómo llegó hasta mí aquella narración. Lo que le motivó a escribirlo y, sobre todo, la manera en la que se desenvolvió su escritura. Condicionante, que en esos días, sólo alcancé a imaginar porque la solidez que te ha de acompañar para ponerte en la piel de otro, en una circunstancia tan terrible, acota a cualquiera.

Como entonces en aquel cuento, casi a diario en su blog, y hoy en este nuevo libro de José, se toca con las ma-nos, hasta lastimarnos, la experiencia propia de quien escribe y sangra. Diferenciar cuando estamos en un verbo u otro, es una situación compleja para mí. Escribir, como propiedad terapéutica. La escritura como acto de exorcismo. Desan-grarse, como consecuencia de lo anterior.

El amor, como la sangre, mana y es su conciencia de tiempo y escritura. Sucede por triplicado en este poemario: antes de la enfermedad, durante la enfermedad y después de la enfermedad.

En dos veces lo hace, hasta calar, en la primera parte de nombre “Los escenarios tempranos”, por inesperados. Fragmentada esta, en otros cuatro apartados: inducción, in situ, invasión local y metástasis. También estas cuatro fases, según se apunta en la oncología, son el proceso común del cáncer, y que va desde que se producen las primeras mutaciones de las células hasta que la enfermedad llega a su etapa final. A todo este desarrollo se le llama historia natural; de manera que es muy significativo que “Historia natural” dé nombre a una de las dos partes de este libro; sin embargo, como en un juego inconexo, busca su propio razonamiento e identidad y es ineludible que se utilice para título de la segunda pieza del mismo, en lugar de la primera y la lógica; esta segunda pieza también es la más extensa en número de poemas, en la que se abordará el después. Y es en esta donde se empantana rojo la poesía a través de la misma muerte; los asuntos pendientes, los interrogantes y la incertidumbre, lo que está por venir. La llamada, el tránsito. El qué contarte y el cómo decírtelo. La ausencia y el encuentro. La comprensión y una cuasi aceptación del hecho. Anteriormente, en “Los escenarios tempranos” (la primera parte del libro) en los apartados inducción e in situ,o antes de la enfermedad, la poesía de Barrueco ya se nos ha ido revelando, poco a poco, en esa inconsciencia previa al diagnóstico a su madre de un espeluznante mal, como lo es un cáncer. Se hace obvia y evi-dente, exteriorizándose, una vez señalada la enfermedad; de modo que se hace más patente y salvaje, si cabe, en invasión local y metástasis, o durante la enfermedad, que es cuando el autor escribe prácticamente en directo, paralelamente al acrecentamiento de la dolencia, de su tratamiento, de su fatal desenlace. Así pues, José Ángel Barrueco en sus poemas, consigue los pellejos necesarios para componer una costra que protege su propio corazón, mientras este se regenera. 

Por lo tanto, ¿cómo no?, en EL AMOR EN LOS SANATORIOS, además, había que armarse de la mejor caligrafía para expulsar de los adentros el tinglado de emociones contradictorias que supone, por ejemplo, el perder tan pronto a un ser muy querido para ti como lo es, en este caso, una Madre.


Gsús Bonilla, Abril 2014

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