—¡Mira, una margarita!
Ella se agacha y corta el tallo con delicadeza. Le tiende la flor con una sonrisa pícara.
—Yo ya sé la respuesta. ¿Quieres comprobarla?
Él comienza a arrancar los pétalos uno a uno. «La eviscero, le meto un hierro candente por el coño, le corto los brazos con un serrucho, le doy de hostias con la cabeza contra el suelo…»
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