martes, 29 de enero de 2013

DEUDA PÚBLICA by Carlos Salcedo.


Con una pena tan grande
como para ocultar el odio al sol
camino.

En el cielo
cientos de pájaros coordinados
danzan en perfecta unidad,
como un ballet,
tan sencillo,
tan sincero,
que he de apartar la mirada.

Nosotros,
reptamos,
nosotros,
la humanidad,
nos deslizamos,
a una muerte evidente.
Todos juntos sin saberlo
hacia el rojo crepúsculo
caminamos.
Un matadero inmenso ante mis ojos,
maquinas deglutidoras de hombres,
ojos vacíos en cascaras roídas,
seres licuados
perdiendo todo a cada paso,
bolsillos repletos de agujeros,
horarios que despedazan sus articulaciones,
¡Moloch!
¡Moloch!

No puedo soportarlo
y escapo temblando de angustia.
Maldita cobardía que no me permite
ser libre y reír
ante la ceguera y la evidencia,
disfrutar del espectáculo
en mi privilegiado palco.
La hora se acerca.
Quién tenga oídos que oiga.

Ubres como conchas resquebrajadas,
injurias, maldiciones y automutilación,
patetismo que me hace
arrancarme la cara
sentado en el escalón de tu portal,
despreciado,
golpeado,
llorando piedras como puños.

Praderas de huesos porosos.
Meadas de absenta manchando mis pantalones
al amanecer.
Otro yo en mí
violando a la arrogante
de sobacos peludos.
La cohorte cocainómana
temblando ante el cajero.
La lucha sin cuartel de mi sangre
en mi sangre.

He intentado ser sincero
y aún cuando no era consciente
todo ha sido para pagar mi deuda
contraída con Dios.
Sólo intento dar las gracias
de manera odiosa y honesta,
tal como merece el páramo infinito.

Y
para vosotros,
que el miedo os impide
pagar el tributo
y saborear la bendita maldición
de la existencia,
para vosotros
¡panda de Judas!
Cuyas riquezas tienen menos valor
que una montaña de oro
y diamantes,
para vosotros
van mis maldiciones.

Castígalos señor
pues bien saben lo que hacen.

Camino.

Con estas letras
que no cambian ni el color de tus ojos
siquiera.
Un fracaso honesto.
Otro anhelo sacrificado
al gran volcán.
Saboreo
la derrota más dulce de la historia.
Brindando con los poetas de alcantarilla.
Buscando ojos abiertos en la oscuridad.
El bastión,
la esperanza desesperada de la carne
y el alma.

Vosotros.
Reptiles.
Tranquilos como jueces,
en vuestros tronos de sangre y cráneos,
cucarachas que quisieron ser hombres.
Vosotros,
maquinando ocultos en aquelarres nocturnos,
besando el ano del diablo,
frotando vuestras huesudas manos,
alevosos.
Vosotros,
tristes criaturas,
no os merecéis chupar
mi polla,
y aún así
es mi único deseo esta noche.

Chupad

pues esta es mi carne.

Leed

pues esta es mi sangre.


Carlos Salcedo Odklas, de La venganza de los malditos.

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