La
terraza estaba llena de gente que bailaba y bebía. Era sábado por la noche en
Miami Beach y todo el mundo parecía disfrutar de un cálido verano.
—Está
buena esa zorrita, ¿eh?
—Ya
lo creo. Es una auténtica delicia.
Aquellos
dos hombres no se conocían de nada. Simplemente estaban sentados junto a la
barra de la discoteca mirando a las chicas.
—¿Te
la follarías?
—¿Bromeas?
¿Cuánto hay que pagar?
—Jajajaja.
¿Cuánto pagarías tú?
—Lo
que fuera…
—¿Te
imaginas subiéndole la falda y recorriendo sus muslos y su culo justo antes de
darte cuenta de que no lleva bragas y comprobar después que lleva el coño
totalmente afeitado?
—Joder,
ya se me está empezando a poner dura. …Supongo que sólo alguien con una nómina
de 100.000 dólares al año es capaz de llevarse a la cama a una mujer cosa ésa.
—Puedes estar seguro. Acuérdate
de Scarface: “En este país, primero
hay que tener dinero. Cuando tienes el dinero, tienes el poder. Y cuando tienes
el poder, tienes las mujeres.”
—Sí, hay gran parte de verdad en
todo eso.
—¿Crees que sería capaz de
enrollarme con ella?
El
hombre le echó una vaga mirada de arriba abajo.
—No
te ofendas, pero creo que no tienes la más mínima posibilidad.
—Te
apuesto 50 dólares a que consigo besarla antes de 10 minutos.
—Jajaja.
De acuerdo. Esto va a ser divertido —contestó el otro convencido.
—Vamos allá —dijo justo antes de
adentrarse en la pista de baile.
La
mujer no pareció sorprenderse. Comenzaron a bailar con sensualidad mientras el
hombre miraba al otro sentado en la barra sin que éste perdiera detalle. Se
aproximó un poco más al cuerpo de la mujer y le acarició suavemente la espalda.
Volvió a mirar a su amigo, que no quitaba ojo de todo lo que sucedía. Después
siguieron bailando pero esta vez con las nalgas de ella en las manos de él.
Regresó la mirada al hombre del taburete que no daba crédito a lo que veían sus
ojos. A continuación la cogió con mayor decisión y le dio un beso apasionado.
Siguieron bailando unos segundos y luego él volvió a la barra.
—Bien,
¿y esos 50 pavos?
—Pero,
¿cómo diablos lo has hecho? —le
preguntó entregándole el dinero.
—Un
buen mago nunca desvela sus trucos —dijo cogiendo el dinero y largándose de
allí.
Poco
después se acercó a la barra un señor de unos 65 años, trajeado y con el pelo y
el bigote totalmente blancos. Se sentó junto a aquel hombre y pidió un
combinado de frutas al barman.
—Disculpe,
caballero —dijo acomodándose en el taburete —, pero creo que le acaban de
birlar 50 pavos, ¿no es así?
—Bueno,
ese hombre me dijo que…
—Ya
lo sé —contestó el señor interrumpiéndole—. Lo que usted no sabía es que
aquella bella mujer es la esposa de aquel hombre.
—¿Cómo? —dijo desconcertado.
—No
hay noche que no le saque los cuartos a alguien. Jajajajaja. Llevo viéndole
actuar desde hace al menos cuatro años y sigue dándole resultado. Jajajajaja.
¡Menudo tipo! Ojalá yo tuviera una mujer como ésa…
Alexander Drake, de Vorágine (Ediciones Irreverentes, 2012).
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