Tú eres la dueña de las palabras, amor mío,
la que vierte en los labios el vino de Tokaj
y la lluvia harapienta
en las cajas de música
de la calle Dohány.
La que respira en los puentes
bajo el Danubio rojo,
la que construye nidos
en los huecos de las palabras,
la que ahuyenta los miedos
en los desfiladeros del Ejército Rojo.
La que trae vida insólita
y brisa cálida de silencios.
Tú eres Buda y yo Pest,
en la orilla derecha de la melancolía.
Cuando regrese de la niebla, cariño,
dame un beso de tornillo
en la Iglesia de San Matías
y veintinueve más en el Funicular.
¿Me harás olvidar que no soy inmortal?
¿Me enseñarás de nuevo a beber de tus labios
y ante tanta belleza
dejar de llorar como un pájaro de opio?
-El invierno es frío pero corto en Budapest,
pronto podremos alquilar dos bicicletas
en la isla de Csepel- me dijiste.
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