Clavábamos piquetas
de metro y medio
el Toto y yo
a macetazos
por los secarrales
de nueve a dos
de cuatro a nueve
a treinta y ocho grados
a la sombra
pero sin sombra.
No había nada excepto
polvo y sol y éramos
de las pocas formas de vida
que existían en el lugar
y éramos la más salvaje.
Nuestros cuerpos semivestidos
embrutecidos y amorfos
llenos de tierra y cansancio
iban y venían a por esto y por aquello
por aquel desierto inmenso
olvidándose de hablar.
Era agosto y Almería
y sudábamos las barbas
los nombres y los ojos
y contábamos los días
que faltaban para irnos.
A macetazos el Toto y yo
las horas en silencio
a cada golpe mío un golpe suyo
como un ataque
como un lenguaje
que ellos no entienden.
Mal atendidos y mal pagados
como la mayoría de los nuestros
y aún así cuando parábamos
y nos cruzábamos reíamos
creábamos nuestra felicidad
para soportar permanecer ahí.
Él no fumaba pero yo encendí un pitillo.
Voy a cagar al bar a ver si hay papel.
Claro, tráete unas birras.
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