Toda intención es maldad. Por eso nuestros padres muertos siempre iban al grano. El secreto del lenguaje preciso es un leve efecto de retardo en las entrañas que recoge lo mejor y lo más decisivo de ambos mundos. A mí me gusta hacer cosas a escondidas, desnudo como un arrendajo. Me gusta cantar letanías bajo la ducha mientras las velas se van apagando solas. Hasta que en medio de la calma aparece el holograma de Annabel Lee, friendo rosquillas mirando al valle. Salgo y en un gesto narrativo acaricio los jeroglíficos de su lomo. A los dos minutos desaparece. Después saco la tele fuera y mientras fumo y me tomo la novocaína bajo los eucaliptos veo una película de Dios. No tardo en oír llegar a las otras. Más delgadas, más salvajes, más hambrientas. Tras los sutiles cómputos del opio me gusta abrir boquetes en las doncellas tercamente invocadas, como si fuera yo una mole pensativa llena de redención.
Víctor Pérez
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