Pulsó el botón de la televisión y se sentó. La habitación
solo era iluminada por luz que desprendía la pantalla, mientras los políticos
prometían, y mentían, y prometían más y volvían a mentir desde sus sillones,
desgastados por sus culos, en el congreso de los diputados. Asqueado con el
contenido que ofrecía la caja tonta se levantÓ y anduvo hacia la cocina, abrió
la nevera, con la esperanza de saciar su hambre, observó el contenido y se
decidió por un trago de agua, al cerrar la puerta cayó al suelo uno de los
imanes que sellaban a ella los recordatorios para pagar el gas, el agua, la luz,
la basura y el piso. Era triste pensar que la nevera contenía más deudas que
alimentos, así que volvió a su sillón sin darle demasiadas vueltas. El perro
había ocupado su trono, lo bajó al suelo y le pasó la mano por la cabeza, el
animal le devolvió la caricia pasando su lengua por los pies. Después, cada uno siguió a su bola: el perro
al rincón y él a la tele, que ya había dado paso a los deportes. Básicamente,
las noticias de deportes, son como las de política: se habla de dos únicos
equipos, y lo que hagan los demás… no influye, ni importa tanto. Tras los
deportes llegó la hora esperada, retransmitirían el partido, jugaba el Madrid,
y él era del Madrid, pero no de esos que salen a la calle a destrozar mobiliario
público cuando ganan, no era tanto como para discutir con alguien de diferentes
colores. Tampoco era de esos que dicen “hemos ganado” como si ellos hubieran
ganado algo, detestaba ese tipo de expresiones. Él no había ganado nada, ni
siquiera una milésima parte de lo que ganan cualquiera de esos extranjeros, a
los que el sector fascista de sus aficiones lamen el culo. Era un seguidor sin más,
que disfrutaba del espectáculo futbolístico, que no llamaba la atención en ese
sentido y que pensaba que para defender a los equipos y jugadores ya estaban
los abogados.
El árbitro había marcado el inicio del partido, el jugador abría
juego y su estómago volvió a sonar. El
perro, ante el sonido, abrió los ojos y levanto las orejas sin moverse del
sitio. Él, lo miró, dejó el mando y se volvió a levantar. Su mujer también
había entrado a la cocina, y se encontraron mirando una nevera que cada vez
estaba mas vacía, una nevera que no se llenaba sola, una nevera con menos
futuro que un pingüino en el desierto. Cogieron una lata de sardinas, que él se
negó a probar, y excusándose con un escueto “no tengo hambre”, besó en la
frente a su mujer y el beso sonó a despedida… a despedida con amor.
Mientras volvía a su sillón se cruzó con el perro que se
dirigía a la cocina llamado por el olor de las sardinas, se miraron como el que
está a punto de recoger un resultado y el que ya lo tiene, y prosiguieron. El
marcador marcaba un uno a cero con penalti claro a su favor. Los pensamientos
pasaban, y lo que menos importaba ahora era el partido. Él no se daba cuenta,
pero eso al sistema le preocupa: si el medio de distracción de la masa pasa
desapercibido ante los propios pensamientos de esa masa, es porque tenemos un
problema, un problema que ocupa el primer puesto a solucionar en el orden de
prioridades del sistema. Ese sistema que había convertido su vida en una auténtica
mierda. Mierda que había pringado a millones de personas de un país que se
había convertido en la putita rojigualda de Europa.
Su vida era basura mientras el Madrid marcaba su segundo
gol. El hambre que su mujer se llevaba a la cama era más importante que eso,
mucho más importante que eso. El hambre con el que se despertarían su mujer y
el perro, era más importante y prioritario que eso.
Estaba harto de buscar un trabajo precario que le diera para
vivir con lo justo. Harto de buscar un puesto de esclavo, y encima, tener que
dar las gracias por llenar los bolsillos de cuatro sinvergüenzas con su sudor y
con su vida, con sus años concedidos al nacer, arrebatándoselos, sin disimulo
alguno, sin dar las gracias… a costa de los de siempre.
El perro se merecía mucho más respeto y atención que esa
gente.
Su cabeza se había llenado de odio, de ganas de acabar con
todo, de letras, de facturas y de pesimismo, pero sobre todo de odio. Encendió
un cigarro e intento tranquilizarse a sí mismo, pensado en que esto solo sería
un momento pasajero, pero no lo consiguió. Pensó en toda esa gente que solo
piensa en el bienestar propio, y se cabreó más. Esa gente que con ese
pensamiento lo único que consigue es dividir al pueblo y ponerse del lado del
sistema. Pensó, pensó y pensó, y apagó el cigarro y la televisión y volvió a la
nevera, y volvió a beber agua sin poder calmar su sed. Y entró en el servicio y
se miró al espejo, y descubrió que sus lágrimas ya habían alcanzado su cuello y
su camiseta. Volvió a la cocina, para prepararse un café, pero tampoco había
café, no había nada que lo pudiera evadir en ese momento de su propia vida,
bueno… si, algo había. Volvió al salón, la segunda parte ya había empezado pero
él no se dio cuenta, no le prestó atención. La decisión estaba tomada, se
acercó a la ventana y observó el horizonte y lloró, sabía que se había rendido
pero no podía soportar más esa cadena, la tantas veces cuestionada locura se
había apoderado de él, y sin despedirse de nada ni de nadie… saltó.
Al día siguiente los titulares hablaban de la victoria del
Madrid, porque lo demás… no influye, ni importa tanto.
“La culpa ha sido del gobierno, si tuviera yo tu
edad” Rosendo
Mercado
“¿Dónde está el porvenir que
crearon nuestros viejos? ¿Es acaso esta mierda en la cual vivimos?”
Eskorbuto
A la memoria de Dimitri Christoulas.
Antonio
Yeska
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