"Con lo muy distintas que puedan parecer, hay cosas que todas las ciudades tienen en común.
Redes de prostitución, por ejemplo.
Un deporte que ocupa las primeras planas de los diarios.
Dos o tres orgullos, diez o doce vergüenzas.
Prohibiciones. Taxistas que saben donde conseguir cosas. Mercado negro.
Polución sonora.
Un argot, slang, lunfardo; algún sub-lenguaje propio.
Sobrepoblación. Hipertrofia.
Compartimentación social: fortificaciones para ricos, ghettos de pobres y, más allá, un amplio espacio donde la clase media cree que es libre.
Bares secretos. Monumentos inútiles. Arrabales perdidos.
Policía. Corrupción policial.
Pero, por sobre todo, ratas.
Miles, millones de ratas, como una guerrilla subterránea y clandestina, alimentándose de nuestras heces y desechos, recorriendo nuestros kilómetros de cloacas, mordiendo nuestros cableados y cañerías corroídas por el óxido, agujereando paredes, fornicando.
Reproduciéndose.
Ratas pequeñísimas y hambrientas, lauchas, ratones. Acechando.
La rata parda o Rattus Norvegicus. La rata negra o Rattus Rattus. Trabajando juntas. Voraces.
Ratas gordas y grises, con largas colas como látigos siempre sucios, con ojos pequeños y brillantes. Con dientes. Amarillentos dientes afilados. Ratas que creemos que podemos conjurar con un gato mimoso que come alimento balanceado y duerme en nuestra cama o con algún veneno que nos venden desde la televisión como infalible y que no daña sus plantas.
Pero no hay nada que hacer. Ellas siguen ahí, como desde hace más de un millón de años.
Un latente ejército invasor.
Una plaga en la oscuridad.
La verdadera mayoría silenciosa.
Por ejemplo, en el DF mexicano hay cien millones de ratas. En Moscú, más de trescientas.
En Guayaquil, hay treinta ratas por persona, al igual que en Montevideo. En Tokio, cuatro. En Buenos Aires, ocho. En Madrid, tres.
En New York hay ciento cincuenta y ocho ratas por metro cuadrado. Aproximadamente. Una o dos menos que en Barcelona, donde quizá estés leyendo esto.
Lo dicho: una guerrilla subterránea y clandestina, un latente ejército invasor fornicando y reproduciéndose.
Y sin embargo se puede vivir toda una vida en cualquiera de estas ciudades y nunca ver una. Porque, después de tanto tiempo, hay un pacto tácito entre ratas y humanos, en el que unos no se empeñan demasiado en la cacería y las otras siguen ocultas en las sombras. Invisibles.
Hasta que ese acuerdo se rompe.
Y pasan cosas muy feas."
Redes de prostitución, por ejemplo.
Un deporte que ocupa las primeras planas de los diarios.
Dos o tres orgullos, diez o doce vergüenzas.
Prohibiciones. Taxistas que saben donde conseguir cosas. Mercado negro.
Polución sonora.
Un argot, slang, lunfardo; algún sub-lenguaje propio.
Sobrepoblación. Hipertrofia.
Compartimentación social: fortificaciones para ricos, ghettos de pobres y, más allá, un amplio espacio donde la clase media cree que es libre.
Bares secretos. Monumentos inútiles. Arrabales perdidos.
Policía. Corrupción policial.
Pero, por sobre todo, ratas.
Miles, millones de ratas, como una guerrilla subterránea y clandestina, alimentándose de nuestras heces y desechos, recorriendo nuestros kilómetros de cloacas, mordiendo nuestros cableados y cañerías corroídas por el óxido, agujereando paredes, fornicando.
Reproduciéndose.
Ratas pequeñísimas y hambrientas, lauchas, ratones. Acechando.
La rata parda o Rattus Norvegicus. La rata negra o Rattus Rattus. Trabajando juntas. Voraces.
Ratas gordas y grises, con largas colas como látigos siempre sucios, con ojos pequeños y brillantes. Con dientes. Amarillentos dientes afilados. Ratas que creemos que podemos conjurar con un gato mimoso que come alimento balanceado y duerme en nuestra cama o con algún veneno que nos venden desde la televisión como infalible y que no daña sus plantas.
Pero no hay nada que hacer. Ellas siguen ahí, como desde hace más de un millón de años.
Un latente ejército invasor.
Una plaga en la oscuridad.
La verdadera mayoría silenciosa.
Por ejemplo, en el DF mexicano hay cien millones de ratas. En Moscú, más de trescientas.
En Guayaquil, hay treinta ratas por persona, al igual que en Montevideo. En Tokio, cuatro. En Buenos Aires, ocho. En Madrid, tres.
En New York hay ciento cincuenta y ocho ratas por metro cuadrado. Aproximadamente. Una o dos menos que en Barcelona, donde quizá estés leyendo esto.
Lo dicho: una guerrilla subterránea y clandestina, un latente ejército invasor fornicando y reproduciéndose.
Y sin embargo se puede vivir toda una vida en cualquiera de estas ciudades y nunca ver una. Porque, después de tanto tiempo, hay un pacto tácito entre ratas y humanos, en el que unos no se empeñan demasiado en la cacería y las otras siguen ocultas en las sombras. Invisibles.
Hasta que ese acuerdo se rompe.
Y pasan cosas muy feas."
2 comentarios:
Mande?
Las ratas.
Gracias por la difusión, colegas...
salud!
Kike
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