Se va a acabar agosto, mañana o pasado tengo entendido. Ahí afuera zumba el rotor del motor del aire acondicionado del vecino, y los pasos de alguien suben las escaleras. Todos duermen o permanecen callados en el edificio. Menos los aires acondicionados, los pasos, los mecheros y los televisores. En el mío aparecen dos hombres de negro, L.M. y L.G., el presentador. L.G. dice «Vamos a hablar de libros.» Oh, sí, pienso, aquí estamos, tres Luises en la noche sin poder dormir, está bien, fumemos algo, hablemos.
L.G. presenta a L.M con énfasis. «Joven maestro poeta, maravilloso, bla, bla, bla.» El susodicho sonríe y saluda. La primera pregunta, resumida, viene a ser: «¿Crees que sin la poesía de Cernuda y Lorca los maricas podrían casarse en nuestro país?» Me cuesta creer lo que acabo de escuchar, y deduzco que al entrevistado le gustan los tíos. ¿Es lo más trascendental que pueden aportar? Se ve que sí. No presto atención a la respuesta. Segunda pregunta, «¿Tu poesía es homosexual o es apta para todos?» ¡Que se caiga el cielo sin no ha preguntado eso! L.G. me estaba decepcionando. Había leído par de libros suyos y me habían parecido que valían la pena, aunque desde un tiempo para acá ya no me gustaban tanto. Esta vez L.M. está en su sitio, le contesta que eso son chorradas.
La conversación pasa al poderío verbal, a la capacidad de síntesis y a las razones por las que dejar de escribir. A mi rudo entender si es algo importante sobre lo que aprender, el poderío verbal y la capacidad de síntesis. En cuanto a los motivos por los que dejar de escribir, sólo se me ocurre uno: dejar de ser escritor, y no lo entiendo. Escritor o poeta, que siempre los separan.
L.G. le pide a L.M. que se dirija al atril y lea algo para despedirse. La gente aplaude. El poema es aceptable, pero le falta agresividad. Quiso escribir algo duro pero no se quiso pringar. Así no vale. También es verdad que el tipo no lee muy bien, va de místico o algo así, lento, alargando el final de los versos, perdiendo tiempo entre ellos. Vuelven los aplausos y se va, y la cámara enfoca a otro presentador. Comprendo entonces que no se trataba de un programa de literatura, sino de un espacio dentro de un espectáculo semanal de otras historias.
Cambio de canal y aparece una escena de dos soldados refugiándose de la lluvia en un coche destrozado, uno de ellos está herido en el pecho y el brazo, el otro se arrima a él y dice «Sé que la quieres.», entonces el herido muere y yo cambio de canal. Que se joda.
Es posible que compre algún libro de L.M., anoté tres títulos, quizás merezca el esfuerzo. En cuanto a L.G. no puedo decir lo mismo, lo hacía más ágil, más vivo, pensé que marcaba más diferencias. Ya ves, L.G., cagada. Probablemente hayas ayudado a que lea un nuevo autor, puedes alegar a tu favor que con eso te basta, pero también has conseguido que deje de leerte. No es nada personal. Es inevitable. Uno menos. Aunque sé que te la suda, tienes pasta.
En el canal que he dejado dan la previsión meteorológica de todo el mundo. Van por África, que gran continente. Aún no lo he pisado, pero me llama su gente, sus colores y sus vidas. Me gusta ver en los mapas ese pedrusco inmenso con forma de oreja de elefante.
Observo sol en Rabat, El Cairo y Luanda. Tormenta en Dakar, Lagos, Nairobi. El resto nubes. Más o menos. Mastico un puñado de cacahuetes con cáscara y me trago la sal. De un gran buche me acabo el cubata. Caigo en la cuenta de que se ha terminado la tónica, maldigo al mundo y la anoto en la lista de la compra. En ese momento recibo un mensaje en el teléfono móvil, de Abraham, una foto de una cara, un primer plano horrible, posiblemente de alguna película. Recuerdo que me dijo que estaba de vacaciones y que hoy se iba a la Gomera. En cualquier caso ese maníaco cabrón debe de estar borracho.
Lo echo de menos.
Apago la tele, el móvil y el ventilador.
Estoy hasta los huevos de todos esos trastos.
L.G. presenta a L.M con énfasis. «Joven maestro poeta, maravilloso, bla, bla, bla.» El susodicho sonríe y saluda. La primera pregunta, resumida, viene a ser: «¿Crees que sin la poesía de Cernuda y Lorca los maricas podrían casarse en nuestro país?» Me cuesta creer lo que acabo de escuchar, y deduzco que al entrevistado le gustan los tíos. ¿Es lo más trascendental que pueden aportar? Se ve que sí. No presto atención a la respuesta. Segunda pregunta, «¿Tu poesía es homosexual o es apta para todos?» ¡Que se caiga el cielo sin no ha preguntado eso! L.G. me estaba decepcionando. Había leído par de libros suyos y me habían parecido que valían la pena, aunque desde un tiempo para acá ya no me gustaban tanto. Esta vez L.M. está en su sitio, le contesta que eso son chorradas.
La conversación pasa al poderío verbal, a la capacidad de síntesis y a las razones por las que dejar de escribir. A mi rudo entender si es algo importante sobre lo que aprender, el poderío verbal y la capacidad de síntesis. En cuanto a los motivos por los que dejar de escribir, sólo se me ocurre uno: dejar de ser escritor, y no lo entiendo. Escritor o poeta, que siempre los separan.
L.G. le pide a L.M. que se dirija al atril y lea algo para despedirse. La gente aplaude. El poema es aceptable, pero le falta agresividad. Quiso escribir algo duro pero no se quiso pringar. Así no vale. También es verdad que el tipo no lee muy bien, va de místico o algo así, lento, alargando el final de los versos, perdiendo tiempo entre ellos. Vuelven los aplausos y se va, y la cámara enfoca a otro presentador. Comprendo entonces que no se trataba de un programa de literatura, sino de un espacio dentro de un espectáculo semanal de otras historias.
Cambio de canal y aparece una escena de dos soldados refugiándose de la lluvia en un coche destrozado, uno de ellos está herido en el pecho y el brazo, el otro se arrima a él y dice «Sé que la quieres.», entonces el herido muere y yo cambio de canal. Que se joda.
Es posible que compre algún libro de L.M., anoté tres títulos, quizás merezca el esfuerzo. En cuanto a L.G. no puedo decir lo mismo, lo hacía más ágil, más vivo, pensé que marcaba más diferencias. Ya ves, L.G., cagada. Probablemente hayas ayudado a que lea un nuevo autor, puedes alegar a tu favor que con eso te basta, pero también has conseguido que deje de leerte. No es nada personal. Es inevitable. Uno menos. Aunque sé que te la suda, tienes pasta.
En el canal que he dejado dan la previsión meteorológica de todo el mundo. Van por África, que gran continente. Aún no lo he pisado, pero me llama su gente, sus colores y sus vidas. Me gusta ver en los mapas ese pedrusco inmenso con forma de oreja de elefante.
Observo sol en Rabat, El Cairo y Luanda. Tormenta en Dakar, Lagos, Nairobi. El resto nubes. Más o menos. Mastico un puñado de cacahuetes con cáscara y me trago la sal. De un gran buche me acabo el cubata. Caigo en la cuenta de que se ha terminado la tónica, maldigo al mundo y la anoto en la lista de la compra. En ese momento recibo un mensaje en el teléfono móvil, de Abraham, una foto de una cara, un primer plano horrible, posiblemente de alguna película. Recuerdo que me dijo que estaba de vacaciones y que hoy se iba a la Gomera. En cualquier caso ese maníaco cabrón debe de estar borracho.
Lo echo de menos.
Apago la tele, el móvil y el ventilador.
Estoy hasta los huevos de todos esos trastos.
Lluis Pons Mora, inédito.
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