sábado, 5 de abril de 2008

NINGUNA FE EN LA CIENCIOLOGÍA. Fco. Javier Pérez


La nave espacial antropomorfa, guardada en el garaje: L. Ron Hubbard nunca estuvo tan orgulloso de algo. Sencillo, como un estudio demográfico de la dignidad humana: si L. Ron Hubbard manda desde su tumba obligar abortar a las mujeres de su congregación, es porque sabía que la gorda de su madre había dado a luz al anticristo. El sueño de todo juntaletras dedicado a la ciencia-ficción: enséñame la pasta, las putas, la patita, la partitura y la pituitaria, y yo te llevaré al paraíso, mister L. Ron Hubbard. Ultimátum a la tierra: si L. Ron Hubbard levantase la cabeza (se daría con la tapa… ¡Bwhaaa, ha, ha, ha, ha!). Dianética: ¿de verdad, L. Ron Hubbard, crees posible calcular la cantidad de ángeles bailando en el pozo sin fondo de un alma con un par de cilindros metálicos conectados a un medidor de la respuesta galvánica de la piel? Sólo hace falta echarle un vistazo a los cochazos con que los ministros de la fe se pasean por el barrio: L. Ron Hubbard, tus pupilas de dibujo animado son signos del dólar, y aún así eso no es lo peor que tu patraña le está vendiendo al mundo. Conozco a ese chaval: solía decir que L. Ron Hubbard no estaba tan mal, aunque el pobre anormal también le daba a la terapia de cristales de roca, a la sanación por péndulo, a la Biblia y a los acondicionadores de pelo respetuosos con el medio ambiente. La dictadura inquisidora de los buenos imbéciles contra los malos con mejores intenciones: L. Ron Hubbard está en tu televisor. El Gran Hermano orwelliano pasa desapercibido en forma de telecomedia para marujas. Ten miedo, mucho miedo.

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