lunes, 16 de marzo de 2009

Vivir de buena gana. Miguel Sánchez-Ostiz



Estamos de enhorabuena. Miguel Sánchez-Ostiz acaba de abrir blog: Vivir de buena gana. Y viene ya cargadito de entradas (aquí abajo os va una de ellas). Siempre es un placer leer al escritor navarro y ahora lo vamos a poder hacer a diario (sus diarios o dietarios, como Liquidación por derribo, o La casa del rojo,  son una de las partes más importantes y recomendables de su extensa obra; el blog tiene algo de ellos... y mucho más. Vivir de buena gana es "OBRA EN MARCHA, cuaderno de campo, notas de lecturas, cosas vista, hallazgos, tentativas, escolios al margen de otros trabajos, revuelta mesa de trabajo... Voces detrás de la escena". Yo me apunto. P.

POSO BERNHARD

CONTESTO a un cuestionario que me envía Peio H. Riaño para un trabajo sobre el “poso Bernhard” que prepara para El Público, porque entiende que en algunos libros míos lo hay. No dice cuáles. Y es inútil intentar explicar que yo creo que esos libros a los que él se refiere son más de guiñol burlesco que otra cosa y que la voz de Bernhard resulta inimitable. 

 ¿Los libros con poso Bernhard se piensan o salen sin avisar, desde la boca del estómago? 

 No se incomode si le digo que yo no tengo conciencia de haber escrito libros con “poso Bernhard”. Esa es una impresión de lector tan halagadora como temible. Acabar prisionero de una parte de tu mundo literario puede que no sea del todo sano. De hecho entre su obra y la mía hay demasiadas y obvias diferencias. Pero pensando en sus libros, no en los míos, creo que ese género tan peculiar del arrebatado alegato fiscal en el tribunal de la pura nada, sale sin avisar, de una necesidad imperiosa de contar eso y no otra cosa, de no callar, del hablo o reviento. Si los improvisas, malo, se nota y hasta aburre escribirlos. A mí, ahora, cuando me da por las desmesuras que a usted le recuerdan a Bernhard, me sale reírme del alegato ,como si el fiscal de la Casa de Orates se riera de su propias alegaciones. En Bernhard hay poca burla de sí mismo. Supongo que hay heridas que no cicatrizan y que no admiten burlas. 

 ¿Qué le gustaría destacar de él que le interesara? 

 El verbo, la dicción, el, en apariencia, no darse tregua, su manera de ponerse en escena sin que, de entrada, se note el artificio, su furia creativa... 

 ¿Bernhard escribe desde la purga o desde dónde? 

 Para mí que empezó desde la purga, pero acabó haciéndolo desde el estilo, cultivado, mimado, y esa purga acabó siendo su cepo, acabó prisionero de su propio verbo, de su historia... Eso de exorcizar los demonios con la literatura queda bien para las entrevistas y los ensayos. En la realidad no me lo he creído nunca. Más bien sirve para mantenerlos en buena salud, siempre a sus órdenes. 

 ¿Desde la sangre fría o desde la sangre caliente? 

 No lo sé, pero hasta la expresión teatral del rencor acaba sonando a impostura, a perla cultivada. No hay monólogo que no equivalga a una impostura y el evidente y necesario cálculo escénico va mal con la sangre caliente. Además, tenía un aspecto un tanto reptilinio, del que escribe desde una madriguera, desde el rincón de un café, un lugar apartado y observa, observa, acecha, ve sin ser visto, sin ser advertido, y se acuerda... A Céline en cambio se le notaba el haber montado en los dragones de Rambouillet, la caballería pesada. 

 Podríamos pensar que B se llegó a hacer la siguiente pregunta: ¿merece la pena escribir una literatura que no trate de las bajezas del ser humano y de la sociedad? 

 Podríamos pensar, sí, claro, pero eso a él le habría importado un carajo. Como le importó a Céline cuando Elisabeth Craig le dijo que no todo el mundo era malo. 

Si Bernhard lo pensó, está claro que la respuesta fue no. Muchas de sus páginas están escritas bajo el signo de la revancha, el resentimiento, el rencor, la burla extrema, la necesidad de cobrarse una deuda, del ajustar cuentas, del sentimiento de haber sido tratado de manera innoble, como no se lo merecía... cuando el motor de nuestra escritura es ese, no creo que nadie se pare a pensar si merece la pena hacer otra cosa. Aunque luego haya otras páginas en las que anida una oscura delicadeza, una confianza en algunos perdedores natos, tal vez por ser trazos especulares del propio B. 

 ¿Qué predomina en los trabajos de B, la voz o la historia? 

 Para mí es evidente que lo que usted llama “la voz” y que yo llamo el Verbo, es lo que sostiene, alienta, da vuelo y música al relato, tanto de los avatares de su propia vida como de sus oscuras invenciones. Eso se nota incluso en sus espléndidas obras de teatro. Y en ese sentido hay que agradecer a Miguel Sáenz las versiones que ha hecho de la obra de Bernhard. 

 ¿Qué otros escritores piensa que han heredado pautas de su narrativa? 

 Eso es algo que ignoro por completo. ¿Españoles? Ninguno, que yo sepa. Nadie ha llegado a las cotas de descarnamiento a las que él llegó (con excepción de Jesús Pardo) ni nadie ha hablado, por la cuenta que le trae, de la ciudad en la que vive como lo hizo él de Salzburgo. El sostener esa filiación magistral es fruto de la reiterada pereza de la crítica que no apoya con pruebas y evidencias lo que afirma, o de su falta de generosidad intelectual para admitir lo que es genuino. Prefiero resaltar los rasgos propios de cada cual, siempre conquistados con dureza, que las similitudes, los ecos... El Verbo no se improvisa y las voces de Thomas Bernhard, esa sí, esas son difíciles de imitar. 

 * * * 

BERNHARD... hace años que no lo leo. Mi viaje no ha discurrido por ese territorio. He preferido la picaresca, el desbarre, el desgarro del que sabe que todos, en algún momento, nos apeamos de nuestra cabalgadura para defecar, como el Sancho pintado por Daumier, medio escondido en la espesura. Hoy encuentro que hay poca burla genuina en sus páginas, que él raras veces se sube a la picota y se asoma al guiñol. Céline sin embargo es otra cosa. Mi interés no decae, por una curiosidad siempre insatisfecha y morbosa en el porqué de su vivir arrebatado y suicida, en su verbo prodigioso, en el inútil exorcismo de una realidad para él invivible, en la ruptura y execración de toda fraternidad.


Miguel Sánchez-Ostiz. 

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