El pasado 20 de febrero se cumplieron 20 años desde que el primer grupo de insumisos decidió plantarse, a la mili y a la prestación social sustitutoria. Personalmente me alegro y me enorgullezco de haberme comprometido en aquella lucha (con mayor fortuna –según se mire- que otros muchos: yo no fui juzgado ni encarcelado –hasta 100 insumisos presos llegó a haber en la cárcel de Pamplona, casi la mitad de la población penal-), y de haber ganado, al menos una vez, una batalla –la del servicio militar obligatorio-. Me atrevería a decir que “hicimos algo”, si no fuera porque creo que aún queda mucho por hacer, porque no me creo esa milonga, ese eufemismo elevado a la enésima potencia, de que los ejércitos sean humanitarios o porque me parece indignante que cada día el estado español gaste 52 millones de euros en alimentar la maquinaria de guerra (por no hablar de que encima cada año ponen en ese cazo 422 euros de mi bolsillo). Alguna pensará que ahora solo me queda quitarme una flor del poco pelo que me queda y meterla dentro del cañón de un AK-47, a ver qué pasa, o que este blog no es el sitio adecuado para hablar de estas cosas, pero yo creo que sí, que casi cada día hablamos aquí de utopía, de desobediencia, de compromiso –con la poesía, con la vida, con la piel…-, así que ¿por qué no? Eso es lo que pienso, puede que me equivoque. P.
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