viernes, 29 de julio de 2016

PUDIMOS por SARA ZAPATA




El agua que nos dieron de beber
estaba envenenada,
como lo estaban el aire,
la luz y el pan, cuando aún era trigo.
Pudimos ver crecer las adelfas,
oler a miles de kilómetros la avaricia y su guadaña,
sentir la burla entre los dientes
o la daga acercándose antes, mucho antes.
Pudimos...
Pero preferimos el mirto y el espliego,
la esperanza y la misericordia,
la butaca frente al olvido,
el cálido susurro,
la leve queja.

Sara Zapata, del blog Se canta lo que se pierde.


jueves, 28 de julio de 2016

miércoles, 27 de julio de 2016

UNA NOVELA QUINQUI en el BELMONDO BAR



Pirris y manguis, camellos y yonquis, moros y cristianos, policías y ladrones, chabolas y guetos, pipas y baldeos, persecuciones trepidantes... y mucho, mucho caballo...

Del autor de La carretera muerta y Ansiedad.


martes, 26 de julio de 2016

AULLANDO CON ALLEN GINSBERG por PABLO CEREZAL



he visto las mejores mentes de mi generación destruidas, despedazadas, desperdiciadas por la obtusa quimera de un puñado de monedas que, suponían, les sacarían del agujero por cuyas paredes, a cada momento, más raudos resbalan, para mejor olvidar la escasa belleza que un día portaron sus genes

quienes, cuando niños, jugaban a los autos de choque del inconformismo, pasean ya sus grises trajes de oficinista en el incendio inverso del Metro, antes de colocarse el ambidiestro yugo del monetarismo social

quienes se proclamaron comandantes de las revoluciones del espíritu y los seísmos de la conciencia, muestran los agrietados surcos de una edad que llega antes de tiempo

quienes masticaron una adolescencia de suburbio, pasión e incertidumbre, se encomiendan cada noche a plegarias imberbes, en la lubricidad mentirosa del matrimonio, y luchan por no errar el camino marcado por el rebaño que conduce a la ausencia de identidad, el clarear de las neuronas, y el mimetismo de la piel con el neutro asfalto que pisotean las ruedas de los utilitarios de lujo de los que gustan en llamar poderosos

quienes retozaron a la sombra insolente de las páginas subversivas, han olvidado en la cuneta de la existencia sus sueños, cediendo el paso al brioso jamelgo de la uniformidad y, abandonando sus escritos juveniles en los vertederos del arte, en las alcantarillas de la belleza, suplican, el picotazo de la droga que les haga olvidar que ellos, al nacer, creían ser distintos del resto

quienes afilaban cuchillos de lucidez en los efervescentes renglones torcidos del blues, han disuelto su nervio eléctrico en el pantanoso brebaje de melodías de feria que con necio estribillo empequeñecen sus pupilas hasta que estas reflejan la nada más tremebunda

quienes engrasaban su lengua en solidaridades, fraternidades, justicias, revueltas, afirman que repetían frases aprendidas cuyo sentido se pierde en el sumidero de la farsa, al calor de licores de brutal gradación, calidad y precio, al albur de espesuras engendradas en la buena hierba que no pueden sufragarse los apestados que ellos mismos, algún día, juraron ser

quienes deseaban enhebrar sensaciones en las pupilas de los desfavorecidos, caminan lanzando, de tanto en tanto, monedas como proyectiles al regazo de los miserables que la sociedad decidió extirpar, cual tumores, de su organismo, y aún proclaman en alta voz lo doloroso que les resulta contemplar tamaña pobreza, semejante miseria, lo mucho que ayudarían, de poder, a segregar el hambre del estómago de los desheredados

quienes proclamaban a los cuatro vientos la igualdad del ser humano, apagan los incendios de su mente a la mesa de restaurantes exóticos vegetarianos japoneses macrobióticos, o en aviones que recorren geografías a la velocidad del turoperador y el despilfarro, o frente a las 50 pulgadas de televisores aletargados, o al accionar el botón que inicia el software que redecora la instantánea hueca con que pretenden socializar el arte y regalar su creativa grandeza a los miserables que se sujetan a la barra de bar de la ignorancia

quienes despedazaban sus puños contra la pared del totalitarismo, hieren verbal y físicamente a todo el que pueda llegar a arañar alguna triste migaja de su banquete de orden, limpieza, uniformidad y comida tres veces por día, con la todopoderosa excusa de cuidar de su prole, sus retoños, esa remilgada jauría que mañana arrancará de cuajo la mano que les da de comer

quienes subvertían el orden establecido en coloquios de guerrilla, patalean sus tan cacareados ideales, cual guiñapos, arrumbados por los cordajes que unen sus miembros a los del titiritero de camisa de marca made in Indonesia, corbata de lazada gruesa a tono con los tiempos, y perfume de cobaya disecada en esencia de sutil a vainilla que marca el ritmo del baile de moda en la verbena de las vanidades

he visto las mejores mentes de mi generación perdidas, chapoteando el subsuelo mentiroso de una vida mejor que no era la suya, y alzo mi copa vacía, la acerco a mis labios, la mastico, brindando por ellos con mi sangre paria y deseando que abandonen, al menos, la pretensión drogadicta de que su sueño ácido sea compartido por el resto de los mortales


Pablo Cerezal, del blog Vislumbres de El Dorado.


lunes, 25 de julio de 2016

VOLVIMOS A ESCUCHAR ESE ADAGIO DE MOZART: Prólogo y fragmentos.



Prólogo

En extremo silencioso


Guillermo Samperio publicó su primer libro en 1974 y desde entonces no ha cesado de cautivarnos con una creación ajena a etiquetas y caracterizada por el abordaje de diferentes géneros literarios. Reconocido internacionalmente por sus cuentos, cada vez el abanico de su obra se despliega con más ambición y soltura, de modo que la lucidez de sus ensayos, la experimentación formal de sus novelas y, por supuesto, la brillantez seductora de su poesía han pasado ya de la consagración a la perdurabilidad. 

Lo mismo puede decirse del propio Samperio, quien comienza este deleitoso Volvimos a escuchar ese adagio de Mozart citando a sus tocayos Guillaume Apollinaire y Orlando Guillén. La proliferación de Guillermos no es casualidad, sino un guiño hacia la pluralidad de voces que se concentran en su persona, señalando con esta polifonía poética su vocación, o más bien su destino, de clásico contemporáneo.

Por mi parte, llevo una década y un lustro disfrutando y estudiando su literatura y todavía no han dejado de sorprenderme la frescura de su léxico, el talento perspicaz con que imagina situaciones a la vez fantásticas y cotidianas o la riqueza de un estilo literario absolutamente delicioso. Es difícil explicar el maravilloso honor que supone para mí prologar este volumen único, forjado a lo largo de más de diez años por un autor dedicado en cuerpo completo a transmitirnos sus recuerdos, ensoñaciones e ideas con la misma intensidad apasionada con que los siente y vive. 

Estamos ante un libro de poemas que desborda por su lenguaje precioso, capaz de sumergirnos en mil y un placeres sensoriales e intelectivos a través de una apuesta por lo barroco y lo pictórico. Si el festín de vocabulario al que Samperio nos invita con caballerosidad se distingue por esquivar lo previsible, no menos compleja y sabrosa resulta la audacia de su gramática. La sensualidad de su sintaxis se refleja en una baraja de composiciones pictóricas donde los poemas en verso se corresponden con cuadros afines al cubismo o al surrealismo, así como los poemas en prosa equivalen a lienzos impresionistas o expresionistas. El poeta desliza su paleta de sonidos y fragancias para describir conceptos y realidades "azulmar", "pardomorado" o "grirroja". El diccionario se queda pequeño a la hora de evocar los colores que rodean la memoria y los olores que suscitan emociones; de ahí que bellísimos nombres exóticos de plantas y aves se complementen con la invención inaudita de vocablos necesarios. 

La alternancia casi simétrica en la disposición de los poemas tampoco es casual: en verso para lo masculino y en prosa para lo femenino, las palabras hacen el amor y engendran un prisma que abarca Oriente y Occidente, pues vertical y horizontal se expande la poesía samperiana. Así, los versos fluyen como espermatozoides, como generosa "leche traslúcida" o caballos que embisten la leyenda, siguiendo un camino libre, instintivo, sin signos de puntuación que los interrumpan; mientras tanto, las prosas se desenrollan como volutas de humo, con pliegues, matices y voluptuosidades que nos llevan a ignorar "cuáles son tus palabras y cuáles las mías". Tanto y tan bien se mezclan y se delimitan ambas modalidades expresivas que, como ocurre siempre con Samperio, misteriosamente acabamos sin saber dónde habitaba en realidad la prosa y dónde el verso. Quizá por ello apenas nos damos cuenta de que el orden alterno se suprime en los últimos poemas, donde los versos decididos se disuelven con sutileza a favor del fluido encanto de la prosa. 

En cuanto a la multiplicidad de la temática, Volvimos a escuchar este adagio de Mozart nos sugiere que la música y el amor nos limpian de todo gracias a la hermosura que generan sus "cítaras de serenidad". Aunque en este libro resuenan con insistencia las campanas de la muerte y el desengaño se intuye cada vez más profundo, en especial cuando la pérdida de ocio y las obligaciones laborales provocan frases como "mi cuerpo se niega a estar conmigo", al final el abrazo de eros con tánatos se hace palpable en esta carne de dicción que llamamos poesía. 

En definitiva, querido lector, empieza la hora feliz de abrir este libro de plenitud, de ritmo hipnótico, nacido para soñar dentro de él. En un "territorio más onírico que mis palabras", surge para nuestra lectura este momento irrepetible en extremo musical y "en extremo silencioso". 


Rafa Pontes, marzo de 2016.

*

Volvimos a escuchar ese adagio de Mozart 


Anoche, mientras nuestras emociones trazaron una elipsis orbital para encontrarnos en la justa inclinación axiomática de los cuerpos, me di cuenta de que la distancia media entre tú y yo no era otra cosa que mis labios lanzando humo gris azulenco en tu boca abierta en la forma que deja el impacto de un meteorito de nardos en tu rostro, poniendo una coloración rojiza recubierta del vivo óxido hecho por tu saliva y la mía; una vez localizadas las inclinaciones de sorprendentes 17° de tus senos, sin ninguna prisa, es decir desechando la velocidad de la luz, nos afiliamos al primer periodo orbital, el que poco a poco despertaba una velocidad estelar satisfactoria, pero de súbito mi telescopio Hubbel empezó a lanzar luz infrarroja y tus labios volcánicos recibieron las radiaciones, a las cuales les permitiste que entraran hasta la cavidad más honda de tu laringe que se dilataba cada vez más cuando mis detectores de rayos gama, ya sobresaltados, recibían el suave y a veces sólido bombardeo neutrónico de tu lengua. 

Recuerdo con vaguedad que en ese instante, en tanto que una lluvia de meteoritos albinos podía explotar en tu cráter, decidimos, o se nos impuso, incorporarnos en el período de rotación a una velocidad que variaba entre los 450 y los 630 días terrestres, lo que implicaba ya integrarnos en uno de los cúmulos galácticos de plena delectación, tal vez el de la Nube de Libra o el de Capricornio, o yendo de uno a otro o, en el extremo M33 de Dualigum, entremezclando asteroides y estrellas de ambos cúmulos, en un itinerario espacial que ya no tenía tornavuelta como viajeros marítimos que olvidaron de pronto el prodigioso Kasr es-Sayad de cada uno. 

En ese instante, ya me fue imposible no aferrarme al diámetro ecuatorial de tus nalgas, en tanto tus manos me ofrecían las lunas llenas, más crecientes, en su atmósfera de metano y nitrógeno; allí la temperatura tuvo un disparo de unos trescientos mil °C, la masa se adensó en mi núcleo cilíndrico, de borde romo, y la gravedad de nuestros cuerpos se estrechó con firmeza pero con un deleitoso ritmo elíptico, de tal suerte que nuestros ojos explotaron en numerosos y casi invisibles satélites, donde tu visión y la mía se fueron extraviando en una galaxia de espiral barrada que pudo ser percibida por algún instrumento de detección fina y exigente como una imagen borrosa de un quasar cobrizo de cabellos explosivos sin distancia media con el quasar platinado con el que se fusionaba, fenómeno que hubiera hecho recordar, a quienes lo hubieran testimoniado, esa red de canales que vincula cometas con lluvias descubierta, casi por accidente, una noche tibia, por el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, cuando llenó los titulares de prensa en 1877, en tanto nuestro periodo orbital disminuía entre suspiros estelares y tu cabellera magenta se depositaba sobre mi hombro, o esfera estelar, oculta por la luz de algún sol, hasta que volvimos a escuchar ese adagio KV 540 de Mozart, al que tanto nos gusta prestar oídos cuando la luna está más llena que tu vagina por mis espermatozoides, esos inquietos y minúsculos cometas que, según tus palabras de anoche, al llevarte el dedo índice a los labios, estaban un poco dulzones ya que, supuse, nuestras fotósferas habían disuelto los ya olvidados metano y nitrógeno, lo más normal del metacosmos. 

Los dedos de Arrau seguían deslizándose sobre las teclas negras y blancas como si pusiera el adagio en el ciclo vital de una estrella grirroja; al apagar la lámpara no supimos en qué sector del universo habían quedado tus caricias y las mías. Hablamos con brevedad de augurios, de cartomancia y de la adivinatoria, como si la exactitud del deseo no nos hubiera demostrado que nuestro amor se regía por leyes astronómicas, pero Mozart nos desdecía al sumergirnos en sueño nostálgico donde nuestro amor era un leve llanto jovial. 

*

la patria 

La he buscado en los rincones más impenetrables, 
incognoscibles, 
o ininteligibles, 
el más insondable océano, 
en los interminables desiertos y selvas, 
entre los pentatrillones de estrellas, 
planetas, 
asteroides, 
constelaciones 
o nebulosas, 
al borde del infinito de infinitos, 
debajo de mi cama llena de tiliches, 
en el ropero de mi abuelo que no se había abierto en 40 años, 
pero no encontré a esa desarrapada de nombre patria. 


Guillermo Samperio,
de Volvimos a escuchar ese adagio de Mozart
(Chamán Ediciones, 2016)


sábado, 23 de julio de 2016

UNA NOVELA QUINQUI: Fragmentos.



Para ir entrando en materia y situar, tendría que decirte primero que todo esto sucedió hace muchos años, o no tantos, si pensamos en Marco Antonio y Cleopatra… pero un cacho de tiempo en el fondo, más de calidad que de cantidad, también es verdad. Todo esto sucedió allá por los ochenta, mediando la década, cuando una generación en ciernes aparcó la pandereta para comprarse una guitarra eléctrica, cuando la España cañí de toda la vida, esa España de rosario y de peineta se pegó un revolcón por Europa para quedar sentada en el mismo sitio con el alma zurcida de chirlos, que así es como lo veo y como lo siento. Un sentir particular, por supuesto, pero que no dejará de ser compartido por todos aquellos que saltaron al ruedo del desparrame para acabar pagando el precio en cordura y en carne, generación perdida que salió desbocada y se atragantó a dentelladas con la mala vida, y eso en este pueblo que me vio nacer a las sombras, en este corral de gallinas ponedoras con cuatro lobos tuertos de un ojo, no digamos ya en la capital o grandes urbes. Ha llovido champú de huevo desde entonces, han pasado más de treinta tacos, corriendo los ochenta como digo… Una época salvaje, una década violenta, un tiempo de contagio. Y eso en un terreno abonado por lustros de miseria, con una peña de lo más permeable a la leyenda, una tierra famélica de cultura en la que la libertad llevaba atada 40 años con cadenas. Y una generación de jóvenes promesas a los que de repente con criterio se les soltó de buena fe para que saliesen a correr libres por el bosque de la metáfora, que así es como lo veo y como lo siento, y que terminaron hundidos en el mismo sitio de partida, vencidos por el desarraigo más amargo y contemplando un camposanto tachonado de jóvenes estrellas. Que para eso nos entregó dios el libre albedrío y los carniceros de la política le dieron valija libre a la heroína, no sé si me explico.

Y es en este decorado que llaman contexto donde nos encontramos por fin al Boni y al Cuco, dos puntos de cuidado, unos hijos del agobio destetados con asfalto, dos golfos con radar en las pupilas y pólvora en los zapatos. Pirris de barrio bajo, de barrio obrero, o sangre de extrarradio, de lo más normal en esos años, nada del otro mundo en el fondo. Una pareja de tantas, chavalillos espabilaos a los que les dedicaban baladas los Chunguitos, que eran más espabilados todavía y se anduvieron al lío con los royalties de la lírica. Unos mendas que no podían estarse quietos, que se aburrían dos minutos seguidos en el mismo sitio, algo que ahora llaman chinorri hiperactivo y que antes le decían tener el diablo en el cuerpo, que ahora se medica con psicólogo y mano izquierda y antes se trataba con varas de olivo. Cabroncetes de culo inquieto que no salían nunca en las fotos del colegio, cualquier colegio. Y eso en una España que pretendía ocultar en el baúl de los recuerdos las sotanas del caudillo, seguir alquilando Torremolinos y presentarse al escaparate de Europa con vaqueros nuevos del corte inglés. Todo en plan que no que no, que aquí no ha pasado nada, que llevamos cuarenta tacos jugando al mus por puro aburrimiento, que no sabíamos qué hacer. Aunque los pirris que presento no sabían nada de esto, y no sabían nada de esto porque nada querían saber. La política de altos vuelos se la traía al pairo por Levante así que vamos a ponerle un puto y aparte para que puedan empezar a correr.


Gabriel Oca Fidalgo, de Una novela quinqui (Ediciones Lupercalia, 2016).

viernes, 22 de julio de 2016

HUESOS DE JUM. HUESOS DE GUR por JOSÉ PAJARES IGLESIAS




Son lechos. ¿O son tumbas? La colección de relatos que propone “Huesos de Jum. Huesos de Gur” se sostiene sobre dos pilares narrativos casi constantes: El sexo y la muerte. No en vano, etimológicamente, thanatos comparte raíz con thalamon. La palabra muerte comenzaba en griego del mismo modo que aquella que designaba el tálamo nupcial. La habitación donde habita la esposa. La habitación más oscura de la casa. Así, se van alternando personajes reales con otros anónimos, ficticios, en una danza macabra de pequeñas y grandes muertes. Lechos donde se conspira, se ríe y se bebe. Hasta se ama. Lechos para recibirse y despedirse para siempre. ¿O son tumbas?

*

José Pajares Iglesias (León. 1965) debuta en el mundo de la literatura recopilando una colección de relatos que fueron naciendo sin intención de ser libro pero que en un determinado momento pidieron serlo. Pajares proviene del mundo del rock. Prestó su guitarra eléctrica, sus letras y sus acordes a la banda Deicidas desde 1983 a 1993 y, como él mismo reconoce, su universo literario debe más a The Rolling Stones, Howlin´ Wolf, John Huston o Jim Jarmusch que a Dostoiewski. Buscador incansable de imágenes que se revelen nítidas al lector y que salten del papel a la imaginación con rapidez. Sudoroso. Rítmico. Nocturno. Cronista de la sensualidad que se esconde en los recodos más oscuros del alma humana. Como si sonase el quinteto de Thelonious Monk…


jueves, 21 de julio de 2016

VOLVIMOS A ESCUCHAR ESE ADAGIO DE MOZART



OPACIDAD

el cansancio viene hacia mí
arenosa nube densa
no me permite resguardo
trote de horizonte lóbrego
caída extremosa
un reguero de pólvora
estoy en la etapa final de esta cultura
el cansancio me somete
estoy pronto a transmutarme o a morir
al territorio donde nos disipamos
seguir juntos quizás en el país volátil
devoción de misterios
otras costumbres
iré aprendiendo si hay instrumentos
o sólo opacidad

Guillermo Samperio,
de Volvimos a escuchar ese adagio de Mozart
(Chaman Ediciones, 2016)


miércoles, 20 de julio de 2016

DOS FRAGMENTOS DE VANG! por JOSÉ G. CORDONIÉ


VANG! - José G. Cordonié

Siempre he odiado las mentiras. Incluso las piadosas. Ahora, tras el paso del tiempo, vuelvo a pensar en que aquellos años fueron posiblemente los mejores de mi vida, cuando conocí a Julia de aquella manera casual en la que ninguno de los dos podíamos imaginar que llegaríamos a ser importantes el uno para el otro; cuando comenzamos a descifrar nuestros misterios a la vez que fuimos descubriendo que, de algún modo, empezábamos a amarnos, a pesar de que nunca creí que pudiéramos acabar de una manera drástica y enigmática tras la que averiguaría muchas más cosas sobre ella de las que, posiblemente, hubiera deseado saber. Lo primero que me llamó la atención de Julia, cuando la conocí, fue que tenía muchas cosas en común con aquella ciudad en la que nos encontramos. A pesar de su juventud, su mirada era igual de ajada y sinuosa que aquellas callejas de la Ciudad Vieja. Incluso el color ocre de sus ojos tenían ese punto de penumbra del caer de la noche en la ciudad, con el iris lamido por una enigmática media luz tan parecida a la de las farolas antiguas que colgaban de las casas de piedra besando con su luz de limón las encorvadas calles. Su voz pausada y sus palabras tan certeramente escogidas en cada frase, entraban en perfecta sincronía con el trazado de la calzada de piedra o con la estructura poderosa de los muros de la ciudad, cuando en nuestro paseo se empezaba a notar la brisa salada del mar en nuestros rostros. Ella parecía contener todo aquello que atravesábamos; como si cada una de las cosas que nos rodeaba fuera una parte propia de sí misma. Incluso su olor suavemente almizclado y sus cabellos alborotados en el primer aire de la noche tenían también —en mi imaginación— una relación inaudita con ese mar que nos encerraba. Su rostro, además, tan bello y recóndito, guardaba el mismo enigma que la propia Ciudad Vieja encerraba y que, de alguna forma, presentía o sabía que nunca llegaría a desvelar. Al menos por entero. De la misma manera que supe entonces, nada más conocerla, que la amaría hasta el dolor, porque ella era como el impacto de un Blues. Como una melodía simple que trae con fuerza honda la pesadumbre y la esperanza, el impacto de la realidad con la fuga de los sueños. El sabor mágico de la amargura que deja dulzor en la punta de la lengua y que te recorre las venas como si hubieses tragado fuego.

*

¿Cuál es el valor de un sueño? Me refiero a cómo podríamos valorar un sueño que puede llegar a modificar la vida y mejorarla. Aún voy más allá; un sueño que llegue hasta el pasado y se expanda hacia el futuro interviniendo de manera inmediata en el presente. Un sueño que borre de nuestra memoria las acciones pasadas que nos frustraron y que nos marcaron de manera negativa, y que nos introduzca valores y motivaciones que nos permitan atravesar el camino del presente hacia el futuro con ganas renovadas, con voluntades y fuerzas reavivadas, con nuevas ambiciones y deseos. Un sueño que nos haga sentir lo que realmente queremos ser. Que nos prepare para afrontar aquello que anhelamos y que, de otra forma, no seríamos capaces de hacer frente. Estoy hablando de mensajes cifrados a través de sueños que nos hagan mejores, que orienten nuestra mente hacia lo que en verdad queremos ser. Y hacer. Eliminar de nuestra mente los recuerdos negativos, reinventando nuestro pasado, construyendo una sólida base donde crecer a nuestro antojo para ser lo que realmente queremos ser y así ser capaces de llegar a donde ciertamente queremos llegar. Es ofrecer una segunda oportunidad para que todo salga como uno desea. No se trata de una fábrica de ilusiones, sino de un programa donde te puedes crear a ti mismo según tú decidas. Y que nunca sabrás que lo has hecho. ¿Cuál es el valor de ese sueño?


José G. Cordonié, de Vang ! (Lupercalia Ediciones, 2016).


lunes, 18 de julio de 2016

NOSOTROS por FRANCISCO RAMÓN HERNANDO GUERRERO




Nosotros somos
los abrazos feroces.
El dolor feliz
que perfuma el ambiente,
la genial agonía,
el astuto labio
que besa incesantemente
a la muerte.
Nosotros somos los votantes,
los que en arranque pasional
violamos, robamos,
las palabras de quienes
callan por miedo.
Nosotros abandonamos las velas,
los remos, pues entonces
estábamos enamorados,
sin dirección
sin luna donde aterrizar.
Nosotros, nosotros, nosotros...

Fracisco Ramón Hernando Guerrero


domingo, 17 de julio de 2016

MUSGO por PEPE PEREZA



Mi padre conduce y yo, sentado en el asiento del copiloto, finjo que estoy dormido. Hace media hora que salimos de la ciudad. No sé muy bien dónde nos dirigimos, con lo cual no puedo calcular cuánto durará el viaje. Espero que no se alargue. Mientras tanto sigo con los ojos cerrados, haciendo que duermo. Se acercan las navidades y en la parroquia quieren montar un Belén. En su momento mi padre se ofreció a llevar el musgo, así que esta mañana, aprovechando que es sábado y que no tengo instituto, me ha pedido que le acompañe al bosque a buscarlo. No me hace gracia tener que acompañarle, y es que nunca sé de qué hablar con él. A él le pasa lo mismo conmigo. Cuando estamos juntos la mayoría del tiempo permanecemos en silencio. Un silencio incómodo que nos separa y nos lleva a mundos diferentes. De repente, el coche pega un frenazo y salgo impulsado hacia delante. El cinturón de seguridad evita que me golpee contra el parabrisas delantero.
-¿Has visto eso?
No sé a qué se refiere. En la carretera no hay nada fuera de lo normal.
-Hemos estado a punto de atropellar un jabalí.
-No he visto nada.
-Era enorme. Ha cruzado la carretera como un rayo. Menos mal que he podido frenar a tiempo.
Estamos en zona boscosa y la carretera está flanqueada de árboles. El hábitat ideal para toparse con ese tipo de fauna. Reemprendemos la marcha. Hace frío dentro del coche. Subo la calefacción y enciendo la radio. Música clásica. No es lo que me apetece oír, pero dado que a mi padre parece gustarle dejo el dial donde está. Al fondo, a lo lejos, pueden verse los picos nevados de unas montañas. Un mar de nubes desciende por sus laderas a paso de tortuga. Seguimos por la carretera comarcal. Un poco más adelante hay una pequeña explanada. Mi padre desvía el coche hacia ella y para el motor. Antes de adentrarnos en el bosque en busca de musgo, nos abrigamos con los plumas, los guantes y el gorro de lana. Abrimos el maletero, cogemos una pequeña azada y dos cestos y nos ponemos en marcha. Debido al frío, el aliento que sale de nuestras bocas lo hace en forma de vapor. El suelo está empapado por la lluvia caída y a los pocos pasos tenemos las botas embarradas. Mi padre va en cabeza, abriendo camino. No vamos por ningún sendero, nos limitamos a avanzar campo a través sorteando zarzas y todo tipo de vegetación. Llegamos a una pendiente que se eleva casi en vertical. La bordeamos y salimos a un terreno más accesible. Seguimos ascendiendo. Sé que el musgo crece en lugares húmedos. Todo lo que nos rodea está húmedo, encharcado, chorreante, inundado… sin embargo, no veo musgo por ningún sitio.
-¿No hubiera sido mejor comprar el musgo en una floristería?
-Seguramente, pero entonces no estaríamos disfrutando de estas vistas.
El paisaje es bonito, no cabe duda, pero hace tanto frío que si me dan a elegir entre estar aquí o en mi cama, elegiría lo segundo sin dudarlo. Tengo los pies helados y empiezo a estar harto de todo esto. Continuamos andando. Al rato, salimos a una franja despejada de árboles. Es un cortafuegos que atraviesa la montaña dividiéndola en dos. Al no tener la protección de los árboles en esta zona el viento sopla con más fuerza. Cruzamos deprisa y volvemos a internarnos en la floresta. Empiezan a caer pequeños copos de nieve. El viento los impulsa de un lado para otro. Miro al cielo con preocupación. Mi padre sigue colina arriba sujetando su cesto. Le sigo.
Finalmente damos con un área donde las rocas y el suelo están cubiertos de musgo.
-Lo ves, te dije que lo encontraríamos.
Se muestra contento por el hallazgo. Me quito los guantes y avanzo hacia un grupo de piedras dispuesto a arrancar un buen pedazo de musgo que cubre una losa plana, pero antes de que lo haga mi padre sugiere que nos tomemos un descanso.
-Disfrutemos un rato del paisaje.
Le da la vuelta a su cesto y se sienta sobre él. Hago lo mismo. Aunque sigue nevando, los copos no llegan a cuajar. En cuanto tocan el suelo, se disuelven y desaparecen sin dejar rastro. Los minutos pasan y ninguno dice nada. Es en momentos como este cuando la falta de comunicación entre mi padre y yo se vuelve incómoda. Me gustaría poder decir algo. Tener la confianza para hablar con él sin tapujos, pero siempre se origina un bloqueo por parte de los dos que lo impide. Mi padre es un completo desconocido. Me di cuenta el otro día en el parque del Ebro. Juanjo, mi mejor amigo, y yo conocimos a una pandilla de chicos y chicas en el Bunker, estuvimos bebiendo cervezas con ellos y nos caímos bien. Alguien sugirió ir al parque a fumar unos petas y todos nos fuimos para allá. Llegamos y los canutos empezaron a circular. Todo iba genial, hasta que uno de los chicos dijo: Mirad, ahí está el pervertido que viene a espiar a las parejas. Todos dirigimos nuestras miradas hacia un tipo alto que iba vestido con un abrigo largo. En un principio no le reconocí, pero cuando el grupo se puso a insultarle y él se volvió brevemente pude ver que era mi padre. Me quedé helado. No podía creérmelo… Se escuchan unos ruidos entre la vegetación. Lo que sea que origina el ruido es grande y se acerca. Bien podría ser un jabalí furioso como el que hemos estado a punto de atropellar. De reojo veo que mi padre sujeta la azada con fuerza. Sus nudillos están blancos por la presión que ejerce sobre el mango. Pero no, los que salen de la espesura son una vaca y su ternero. Pasan pacíficamente por delante de nosotros y siguen su camino hasta que desaparecen detrás los árboles. El incidente pone fin al descanso. Empezamos a coger pedazos de musgo. Mi padre ayudándose de la azada, yo directamente con las manos. Es como arrancar postillas de una gran herida.
Si caminar por el monte con los cestos vacíos era peliagudo, acarrearlos llenos se vuelve tremendamente complicado. Tengo que esforzarme por mantener el equilibrio, luchar con la vegetación y no resbalar con el barro. Luego está que no caminamos por terreno llano o un sendero, vamos campo a través, igual que lo hicimos antes. No me parece la opción más inteligente, pero la iniciativa es de mi padre y no me queda más remedio que seguirle. A medida que avanza la mañana la nevada va tomando fuerza. Si hace unos minutos los copos eran escasos y se derretían al tocar el suelo, ahora se han multiplicado y al posarse permanecen intactos. Dentro de poco estará todo cubierto de blanco.
En el suelo hay tres dedos de nieve. Sigo las huellas que va dejando mi padre. Para mí que ya deberíamos haber llegado al cortafuegos. Hace rato que caminamos y tengo la impresión de que nos hemos perdido.
-¿Seguro que vamos bien?
-Seguro. Confía en mí.
Sospecho que en realidad no sabe dónde estamos. Nieva tanto que apenas se distingue lo que está a unos metros de distancia. Mi padre avanza en línea recta. En un momento dado se detiene. Mira de izquierda a derecha. Titubea. No sabe qué dirección debe tomar. Sus dudas confirman mis temores.
-Admítelo papá, no tienes ni idea de dónde estamos.
-Puede que me haya despistado un poco.
-¿Y qué hacemos ahora?
-No sé. Déjame pensar.
Noto la preocupación en su cara y eso me da miedo. Saco el móvil. No hay cobertura. Estamos perdidos en el bosque, nieva, hace frío y para colmo no podemos hacer uso de lo único que nos podría ayudar. Dejamos los cestos en el suelo y echamos un vistazo alrededor. Árboles por todos los sitios, imposible ubicarse.
-Imagino que si seguimos bajando, tarde o temprano llegaremos a la carretera.
Volvemos a cargar con los cestos y descendemos. La vertiente es pronunciada, tenemos que agarrarnos a las ramas de los árboles para no caer de culo. Llegamos a un tramo donde la fisonomía del terreno nos obliga a ascender. De repente deja de nevar. Un problema menos.
Después de subir y bajar unas pocas colinas seguimos sin dar con la carretera. Entramos en un área plantada con grandes pinos. El suelo es blando, se nota que debajo de la capa de nieve hay una tupida alfombra de agujas secas que amortiguan nuestras pisadas. A lo lejos escuchamos unos ladridos. Tanto mi padre como yo llegamos a la misma conclusión: donde hay un perro hay un dueño. Sin necesidad de hablarlo cambiamos de dirección y nos dirigimos hacia los ladridos. Salimos a un claro. Un perro ratonero aparece frente a nosotros y se acerca amistosamente moviendo el rabo. Dejo el cesto en el suelo y le rasco detrás de las orejas. El animal se pega a mis tobillos.
-¿Qué pasa, perrito, te gusta que te rasquen?
-Yo que tú tendría cuidado, esos chuchos suelen estar plagados de pulgas y garrapatas.
No hago caso de las advertencias de mi padre y sigo rascándole los lomos. De pronto escuchamos un silbido. El perro sale disparado hacia el lugar de donde proviene. Le seguimos. El silbido es la confirmación de que alguien está cerca. Sorteamos unos arbustos altos y vemos a un hombre de mediana edad sentado en un tocón. En la comisura de los labios sostiene un cigarrillo liado a mano. Manipula una soga y apenas presta atención a nuestra llegada, tan solo una mirada de soslayo. A su vera, el perro mueve la cola con entusiasmo. Le damos los buenos días y le ponemos al tanto de nuestra situación. El hombre, sin ningún entusiasmo, nos señala el camino que debemos tomar.
-Vayan por ahí hasta que lleguen a un sendero. Síganlo y les llevará directamente hasta la carretera.
Mientras habla el perro vuelve a acercarse a mí.
- ¿Cómo se llama el perro?
- Ese malnacido ha dejado de tener nombre. No se lo merece.
- ¿Por qué?
- Ahí donde le ves, anoche mató cinco gallinas. Por eso lo voy a colgar por el cuello de esa rama-dice señalando con la punta de la nariz hacia uno de los árboles.
Me doy cuenta de que habla en serio al ver que con la cuerda que tiene entre las manos está haciendo el típico nudo corredizo de la horca.
-Supongo que está bromeando-dice mi padre.
-No señor, no bromeo. Cuando un perro mata a una gallina tenga por seguro que lo volverá a hacer. Si no lo hace en tu propio gallinero lo hará en el del vecino. Por eso es mejor acabar con animal cuanto antes y así evitarse problemas.
No quiero ni pensar que este perro tan simpático que estoy acariciando dentro de unos minutos estará colgado de la rama de un árbol.
-Se lo compro.
Lanzo la oferta sin pensar. Un acto reflejo que sorprende tanto a mi padre como a mí. El hombre deja de manipular la soga y me mira directamente a los ojos.
-¿Cuánto ofreces?
Abro mi cartera. Tengo treinta y cinco euros.
-Por esa cantidad prefiero darme el gusto de verlo colgado por el pescuezo.
Miro a mi padre suplicando ayuda.
-No sé si es buena idea. Además, a tu madre nunca le han gustado las mascotas.
-Papá, por favor, préstame el dinero que lleves, te prometo que te lo devolveré.
De mala gana saca la cartera. Hacemos recuento. Entre los dos sumamos ciento diez euros. Mi padre reserva el billete de diez, el resto se lo ofrecemos al hombre a cambio del perro. El perro, ajeno a las negociaciones, sigue junto a mí reclamando caricias.
-Cien euros me parecen bien.
Mi padre le entrega el dinero.
-Por el mismo precio les regalo la correa- dice arrojándome la soga con el nudo corredizo terminado.
La cuerda es lo único que puedo utilizar para poder llevarme al perro, así que la cojo y se la pongo alrededor del cuello. Empieza a nevar otra vez. Miramos al cielo. No pinta bien.
-Va a caer una buena. Si quieren les acompaño hasta la carretera.
El ofrecimiento del hombre nos parece bien. Cargamos con los cestos y nos ponemos en camino. Al poco llegamos a un sendero. Lo seguimos hasta dar con la carretera. En el arcén hay un todoterreno. El hombre monta en el vehículo y pone el motor en marcha.
-Les aconsejo que se den prisa si no quieren que les pille la tormenta.
A continuación se despide de nosotros y se aleja conduciendo en dirección opuesta a la nuestra. El perro al ver que su dueño se marcha sin él quiere seguirle. Tengo que sujetar firmemente la cuerda para detenerle. Tiro con fuerza, pero está obcecado en ir en busca de su amo. Dejo el cesto en el suelo y trato de imponerme al animal. Cuanto más tiro de la soga más presión ejerzo sobre su cuello. Veo que el pobre chucho está con la lengua fuera. Al ceder un poco para no ahogarlo la cuerda se me escurre de las manos. El perro aprovecha para escapar. Corro detrás intentando darle alcance. Es una batalla perdida. El perro se aleja cada más y más. Al final lo pierdo de vista. Pronto me quedo sin aire en los pulmones y tengo que parar. Frente a mí los copos de nieve caen como confetis en una fiesta. Doy la vuelta y regreso hasta el lugar donde aguarda mi padre.
-Veo que no has podido alcanzarle. Mejor.
Me jode que diga eso porque en estos momentos ese perro tonto corre para reunirse con su verdugo. Para colmo, lleva al cuello la cuerda de la que terminará colgando.
-¿Te acuerdas del otro día en el parque cuando un grupo de chavales te insultaron diciéndote que eras un pervertido y un mirón? Yo estaba con esa gente-le digo sin pensar, dejándome llevar por un arrebato.
Mis palabras lo paralizan. Con él se detiene la expansión del universo y los planetas dejan de girar. Los copos de nieve que caen se frenan en seco y quedan flotando en el aire. Todo, absolutamente todo se detiene durante el breve momento que mi padre guarda silencio. La pausa universal acaba cuando habla y el mundo recobra el movimiento con sus palabras:
-Ya hablaremos de eso en otro momento.
Emprende el camino. No le veo la cara, aunque puedo notar la tensión a través de su espalda. Me gustaría decirle que no, que este es el momento perfecto para hablar de Eso. Pero callo. Me limito a coger el cesto y a seguirle a cierta distancia. 


Pepe Pereza, del blog Asperezas.


viernes, 15 de julio de 2016

CAERÁS EN EL INFIERNO (RADIONOVELA). Patxi Irurzun



El pasado jueves 14 de julio Radio Euskadi comenzó a emitir mi radionovela "Caerás en el infierno". Es la historia del grupo punk Eskupitajo (¡con k!) y de su reunión 30 años después de disolverse para participar en el Ultrabank Rok Jaialdia. Pero el tiempo no ha pasado en balde y, por ejemplo, su bajista y cantante cree ser ahora Supercuto, un superhéroe vasco que dispara morcillas de Beasain por el culo. AQUÍ podéis escuchar el primer capítulo. Los siguientes se emitirán todos los jueves de este verano en el programa Boulevard http://www.eitb.eus/es/radio/radio-euskadi/

jueves, 14 de julio de 2016

HIATOS por CELESTE PÉREZ FERNÁNDEZ




la fracturas
los huecos
las constantes epidémicas del temblor
gestar silencio
es aliviar la neuralgia de la boca
desmayar la primera persona
las hebras de la hernia y del cosquilleo

se pronuncian hiatos por las manos
se tensa la red entre dientes
me mastican las hormigas


Celeste Pérez Fernández


miércoles, 13 de julio de 2016

CONSCIENCIA por JOSÉ G. CORDONIÉ



Quizá todo esté en buscar la razón de las cosas. De las cosas propias de uno mismo, experimentar con el propio cerebro hasta llegar a la membrana del núcleo, al motor de su cosmos, ponerse al mando de la sala de máquinas y observar el funcionamiento interno, lo que de otra manera es imposible intuir, y encontrar al fin el nagual (o nahual o náhuatl), lo escondido, lo que allí está oculto y que es, sin embargo, la raíz del Todo, el punto de conexión del espíritu con el universo, con el animal interior que nos une a través de la percepción de la Conscientĭa en estado puro.

Fumé la hierba del diablo en las páginas de Castaneda en la juventud y atravesé los desiertos psicodélicos de la realidad primaria, donde cada gramo de arena contenía en sí mismo un universo, dentro del cual siempre podía hallar mi reflejo en un estado de consciencia aumentada.

Busqué la razón de las cosas, al igual que otros buscan la sensación del hielo derritiéndose en el licor de su copa.

Cruzando universos

con la mente abierta,

sin batir las alas.


José G. Cordonié, en Artefactor.


martes, 12 de julio de 2016

TEOREMA DE LA CARNE FLÁCIDA por SONIA FIDES



Cuando miro hacia el cielo
no veo nubes,
ni colores pastel,
sólo sale a mi encuentro una mujer crucificada,
un trozo de carne flácida
al que muchos le rezan.

Sonia Fides, del blog Mademoiselle joue avec son revolver.

Photo by Nathalie Poza

lunes, 11 de julio de 2016

FARO por ALFRED CORN




Piloto que al timón de un escondido
promontorio dirige libre
de convergencia con el carguero
cuando tormenta y niebla se congregan

Un chispeante comunicado sin punto final
su cantada emisión en un giro de 360 grados
su entonado ciclo en cinco segundos de sol

Ojo de la medianoche que elimina
la invisibilidad alto destello desplegado
que revela cuántos mares o cuántos barcos
le devuelven la mirada a la tierra firme


Alfred Corn, de Rocinante (Chamán ediciones, 2016)

http://chamanediciones.es/

martes, 5 de julio de 2016

LOS DUEÑOS DEL VIENTO por PATXI IRURZUN: Próximamente.

MICROSOLEDADES por MARÍA JESÚS MARCOS ARTEAGA



Enjambre de celdas en rascacielos superpoblados de células unihabitadas que, pared con pared, escuchan el ruido interno. El atractivo de perderse entre la multitud para huir de uno mismo casi siempre es la trampa que te cuelga de las campanas que repican como bombas en tu pecho. Unos se buscan en la soledad del monte o de las dunas, mientras que otros, tratando de escaparse, terminan dándose de bruces consigo mismos en medio del asfalto y el tumulto despiadado. La luces urbanas tililan, simbióticas como estrellas, en medio de la noche oscura, ejerciendo una poderosa atracción para quienes necesitan creer y crecer en lo insondable y crear otros mundos paralelos que se mueren con el día. ¿Cómo es posible no tener miedo en medio de una ciudad salvaje, con todos sus peligros nocturnos, y sin embargo alterarnos tanto en medio de la naturaleza? No hace falta que sean la selva o la sabana… nos sueltan en medio de un camino en el campo y se nos disparan todas las alarmas al mínimo ruido extraño. Atavismos grabados a fuego en nuestro ADN, de cuando éramos primates que dormían en las ramas para protegerse de sus depredadores, tal como cuenta Jack London en “Antes de Adán”.

¿Qué miedos tendrá la sociedad- si existe- dentro de miles de años?

Creo que para encontrarme a mí misma no me iría al mar, ni a la tundra o el desierto… me sepultaría en medio del caos, donde calla el silencio y se esconde la luna. Y convivir, sobrevivir y medirme con mis limitaciones en el entorno crudo y descarnado del millón de soledades, armónicamente ordenadas en sus universos privados.


María Jesús Marcos Arteaga


Foto: Chien-Chi Chang

sábado, 2 de julio de 2016

1 POEMA de CHAPU VALDEGRAMA




Fabricaron la sed
destilando nuestro sudor,
y
nos hicieron creer
que beber de un charco
gotas
de nuestra sangre
la puede saciar.

Chapu Valdegrama