domingo, 17 de marzo de 2024

TODA LA HISTORIA DEL MUNDO por JOSÉ PASTOR GONZÁLEZ



los bares de carreteras abandonados son los lugares sagrados del siglo XX. en ellos está toda la historia del mundo. en ellos está el pasado el presente y el futuro. en ellos está el adn de una civilización en extinción. en ellos están los espíritus de nuestros antepasados. en ellos está el placer del viaje y la incertidumbre de la huida. en ellos fue puesta a prueba la voluntad de los hombres y mujeres más valientes. en ellos encontraron refugio y consuelo hombres y mujeres desesperados o simplemente cansados. en ellos se oye el ritmo acelerado y fatigado del corazón de una sociedad en decadencia. en ellos está la lucha de clases. en ellos está la vida de camioneros, viajantes, camareros, turistas de segunda, jubilados pobres, borrachos, traficantes de drogas, suicidas... en ellos está la lucha diaria de los que no viajan en avión... en ellos está la soledad de la vida y en ellos está la muerte como prolongación de la vida. en ellos está el transito. en ellos están los ángeles de la guarda y los demonios. aquí los dioses se hacen más humanos y beben sin tener sed. aquí los sacrificios se hacen en un altar pagano. aquí se hablaron todas las lenguas del mundo. aquí están representadas todas las religiones. aquí está la biografía anónima de toda la humanidad. sus risas y sus lágrimas. sus recuerdos y sus olvidos. aquí está la fugacidad y la inutilidad de la vida. está la luz y está la oscuridad y todos los grises todavía por crear. aquí están las voces que nos despiertan por la noche. aquí están los souvenirs y los talismanes que mantienen viva la memoria de un pueblo. aquí están los menús del día que nos salvaron de la inanición. aquí está la cultura que nos salvará del olvido. aquí esta la entrada al cielo y al infierno. aquí está el alma. la magia y la decadencia.

José Pastor González


viernes, 8 de marzo de 2024

5 POEMAS de NICOLÁS CORRALIZA




EL ROCE Y EL HALLAZGO

En la superficie del sí.
En esta floración
que nace de la hondura
y se hace ingente al contacto con la luz.
Codo a codo frente al espanto.
Vivo, el pan y la caricia de los que aman.


ARCADIA
 
El sol y el silencio
trazo inocente
de mano niña.
Mediodía y ruido ausente.
Lugares donde la muerte
va más lenta.


SALÓN DE HAIKU
 
Estos desiertos
cegados de oropel,
mares vacíos.


FULGOR EN GRITO

Atrás quedó un nosotros:
un edén embalsamado
de mil noches.
El tiempo y su cirugía.
Boca arriba la lluvia
silvestre y sonora.
De ledo olvido,
las regiones y los cienos.


UNA MIRADA

Lo simple y su beldad.
Al vuelo en su simetría
y el amor, cuando es recíproco.
Es el éxtasis del ojo
el fuego que nos lleva.
Clara es la hora encendida
aunque venga con sus sombras.


SALÓN DE HAIKU
 
Estos desiertos
cegados de oropel,
mares vacíos.

Nicolás Corraliza


jueves, 29 de febrero de 2024

LAS SOMBRAS DE LA VIGILIA: Esteban Maldonado.



El presente libro, es un breve e intenso resultado poético de las noches de insomnio que sufre el autor mientras apura un cigarrillo tras otro y reflexiona sobre la soledad, la cotidianidad, la creación literaria, la vida y la muerte, ect.

Ya a la venta en Amazon,

miércoles, 28 de febrero de 2024

MÍRANOS AHORA por GEMA FERNÁNDEZ MARTÍNEZ



Me hablo muchas veces.
No a mí, sino a este
surco antiguo
que perfila en silencio
la silueta, la sombra,
su relleno y sus cambios.

Nuestra línea es la misma
pero ya no lo es
la mano que la traza.

Nosotras que creíamos
que permaneceríamos
como libros en blanco
durmiendo a la intemperie
del húmedo vestigio
del futuro,

como instante vacío
donde no pasa nada
porque le ocurre todo
al mismo tiempo,
receptoras sin miedo
del vértigo de luz
de todas las mañanas
que estaban por venir
a visitarnos.
 
Nosotras que soñábamos
con recorrer el mundo,
con soplarle a las nubes
invernales
y tostarnos al sol
de un verano perpetuo.

Nosotras que pensábamos
que bastaba escribirnos
para que "los ahora"
no mutaran tan rápido
en pasado,
que bastaba sentirlas
para que las canciones
curaran infecciones
y desafecciones,
que bastaba llorar
para que la sequía
no desabasteciera
al pecho de nutrientes.
 
Nosotras, que en un acto
de fe sin precedentes,
quisimos derrocar a todos
los gobiernos
y liberar al pueblo
del yugo del billete
en la cartera,
que perdimos el miedo
a dejarnos la puerta
del alma
siempre abierta,
con esa dignidad
que es la inocencia
y la sabia ignorancia
de las cosas.

Nosotras que quisimos
vivir a la intemperie,
ser carne de poema,
latido incorruptible,
sistema de aspersores
pulverizando a gotas
una alegría libre, colectiva,
una alegría no privatizada.

Y míranos ahora,
jugando a ser adultas
sin comprender muy bien
en qué consiste eso,
con piso y alquileres,
y letras sin belleza
desfilando por orden
en todos los abecedarios
financieros,
con créditos restando
la credibilidad
a nuestra ingenua
y falsa autonomía.
 
Y míranos ahora,
echándole el pestillo
al corazón
por si acaso el dolor
oculto tras la puerta,
mendigándole tiempo
al minutero,
conservando los sueños
en botes de formol
por si tal vez un día
nos lanzamos a ser
lo imaginado.

Fregando los cacharros,
planchándonos la ropa
los domingos,
tratando de ser algo,
al menos parecido,
a lo que se supone
esperan de nosotras,
parcheando con rimmel
los restos de utopía
en las pestañas.

Míranos a nosotras
que juramos que nunca,
que jamás, que imposible,
bajo ningún concepto,
acabaríamos siendo
el enemigo.

Gema Fernández Martínez


viernes, 23 de febrero de 2024

ERIKA Y EL TIEMPO por JAVIER VAYÁ ALBERT



Porque Erika hacía esas cosas, decía esas cosas, como aquello de que cuando nació vio a la muerte.

Desde muy niña lo afirmaba y a mí me crispaba los nervios. Ponía esa expresión suya, que luego sería tan característica, y sostenía que la muerte era una señora muy vieja que la miraba con la cara rara y los ojos llenos de agua. Que estaba justo al lado de su papá, que ese día, como todos los días entonces, llevaba la camisa azul y manchada del trabajo. Que recordaba perfectamente el olor a aceite y hierro propios del taller cuando él la sujetó en brazos. Y luego empezaba a describir minuciosamente mi sonrisa enorme, el sonido de los latidos de mi corazón cuando la tenía en mi regazo, lo dulce de mi voz al susurrarle una nana... y me crispaba los nervios. A mí y a Juan, porque todo había sido exactamente como ella lo contaba, a excepción de lo de la vieja que no entendíamos de dónde lo había sacado. Y ya no sabíamos qué era más estremecedor, el recuerdo completamente nítido o aquello que no descifrábamos si era invención o un algo aterrador. Y más adelante, cuando Erika fue creciendo, como que nos acostumbramos, si es posible utilizar ese término, pero siempre, siempre, nuestra hija conseguía crisparme los nervios.

Javier Vayá Albert,
de Erika y el tiempo
(Loto Azul Editorial, 2024)


martes, 20 de febrero de 2024

SHINE ON YOU CRAZY DIAMOND por MAX BENÍTEZ



Llevo unos días recluido. Salgo lo justo y necesario para que me dé el aire fresco de la mañana, compro una barra de pan y un vino peleón y me vuelvo a escabullir tras las paredes del piso que ahora es refugio. Me visto de cueva y pantuflas y enciendo la radio. Suena de todo un poco, pero necesito objetivar la banda sonora del encierro. Pongo un cd de Pink Floyd y sé de antemano que lo quitaré cuando suene esa canción. Esa canción. Me hago un café y me froto las manos. Hace un frío que pela en el pisito. Durante tres cuartos del año añoro el invierno, y ahora que está instalado a uno y otro lado del tabique, me quejo. Los años. Busco un libro en las estanterías como quien busca respuestas o consuelo. Finalmente, inserto un cd de trash metal en el reproductor. Eso es. Algo que me sacuda un poco las neuronas, que me abofetee, como cuando leí por primera vez al poeta que acaba de marcharse.

Llevo unos días recluido y salgo lo necesario, creo que es justo, por darle una vuelta. Me pongo excusas de todo tipo para salir. Soy de los que tropiezan una y otra vez con la misma piedra. De los que se repiten. Esos que siguen a piñón fijo. No hay planes, ni proyectos, ni guiños cómplices. Una elipsis que oculta la verdadera e inocua razón para seguir adelante. Consciente de esta inercia y de este malestar abro el vino sin denominación de origen. Me sirvo una buena copa, me lío otro tabaco, me dejo llevar mansamente. Brindo a la memoria del poeta que no llegué a conocer personalmente, con quien tan solo si habíamos mantenido una breve conversación a través de una red social que tiempo después abandonó. Recordé entre sorbos y caladas mis últimos viajes al norte, mis paseos nada espontáneos por La Cuesta del Cholo, buscándolo, o por los garitos de Cimadevilla. Ese encuentro subrepticiamente fortuito que nunca llegó a concretarse.

La noche me halló viendo una y otra vez el documental sobre su vida y obra. Recorrí con él las callejuelas del barrio alto, me tomé unos chupitos a su salud. Reí a carcajadas. Me acusé de perezoso al escucharlo victorioso en la conciencia de la derrota, firme pero voluble, inexpugnable en la tormenta, sabio para hacer de la miseria poesía.

Descorché otra botella, inerme ante la evidencia, necesitaba empujarme al desconsuelo. Estamos solos y morimos solos. Esa es la verdad. Y apenas si llegamos a conocer a alguien de verdad. Las redes sociales son una espada mellada, de manera que lo del doble filo no puede aplicarse. Sin embargo, fue el vehículo, y me dieron ganas de reír otra vez. Lo cierto es que, al fin y al cabo, no pude conocerlo personalmente. «¡Punto!», dije en voz alta. Entonces leí la dedicatoria de uno de sus libros:

“Para mis lectores, mis únicos y verdaderos amigos”.


Llevaba unos días recluido y hoy he salido temprano. Esta vez no fui a por pan y combustible. Me fui bordeando el muro de la Casa de Campo, una vez más. Atravesé la Puerta de Dante y me acerqué a los nidos de ametralladora, ahora abandonados y mugrientos. Luego me reté a buscar las irregularidades en el terreno, las viejas trincheras. Las viejas trincheras como quien habla o se abraza a una causa, a un batallón, a un grupo humano que se sabe en inferioridad numérica o armamentística. Porque también de esto debería tratarse eso de vivir con dignidad, y eso es algo de lo que el poeta supo hacer su bandera hasta el último combate, el último round.

Subo el volumen de los auriculares. Es la canción. Es la voz de David Gilmour, que ahora nos arropa, que proclama sobre el velo del tiempo…

Sigue brillando, diamante loco.

A la memoria de David González.

Maximiliano J. Benítez,
en Inmediaciones.org



domingo, 18 de febrero de 2024

LA TRISTEZA según NACHO ESCUÍN



Será por la razón que sea, una conexión cerebral o algo así, pero un nudo en el estómago llegó y ya no salía. No había forma de quitárselo de encima, era una permanente sensación de tarde de domingo o un eterno último día de vacaciones. Todo lo que antes era una opción o una oportunidad se convirtió pronto en un problema, en algo que, de alguna forma, no tenía solución. Cada vez que vienen a mi cabeza esos días solo recuerdo ese nudo, el peso de todas las miradas sobre mi espalda, la sensación de no hacer nada bien, de no valer absolutamente nada ni como profesional ni como ser humano y, acaso, la sospecha generalizada de ser un criminal que no solo no había matado a nadie ni había cometido delito alguno pero había sido prejuzgado por la opinión de unos pocos y el efecto descontrolado de las redes sociales. 

La tristeza es un estado de ánimo que inunda poco a poco todo lo que a uno le rodea. Centímetro a centímetro toma el propio cuerpo y le hace caer paulatinamente en una especie de nebulosa vital. Los músculos se entumecen y se tensan los tendones. Duelen las muñecas, los codos, de repente un pinchazo llega a la nuca o a los omóplatos. Después se hace evidente una falta de energía que ponga en marcha al propio cuerpo y una somnolencia infinita atrapa y no deja salir de ella. Lo terrible de la misma es que no es fácil derrotarla, ya que conciliar el sueño también es imposible. Si uno decide dormir gracias a los somníferos el efecto es contrario pues sí permite conciliar el sueño pero el cuerpo amanece con evidentes señales de fatiga. 

Eso es la tristeza. También se manifiesta en la voz, en la fuerza con la que uno es capaz de pronunciar un nombre, un objeto, casi una frase. Y no queda ahí la cosa; el pensamiento no llega al receptor tal y como el emisor lo concibe pues no dice las palabras exactas en la posición exacta. No hay tensión en la comunicación, no existen las palabras justas, no hay una buena selección de cada una de ellas y por lo tanto la conversación se vuelve deslavazada, pesada, repetitiva, falta de vida. 

Uno sabe que está triste cuando lo que los demás le cuentan no le interesa demasiado, y no es precisamente por falta de atención a la hora de escuchar, es, precisamente por falta de entusiasmo y energía. También se detecta cuando cuesta reírse incluso de una buena anécdota o de un resbalón ajeno. La tristeza ha triunfado cuando uno piensa que es mejor no salir de la cama más, a pesar de que en ella no pueda conciliar el sueño sin una solución química. La tristeza es ese animal que vaga por casa ya sin peligro, absolutamente hecho a su situación, domesticado. La tristeza es no luchar incluso contra la injusticia. La tristeza es quemarse con una taza de té y no maldecir, ni jurar, ni tan siquiera molestarse mucho. La tristeza es mancharse el pijama de café o aceite e ir a la cama sin ponerle remedio. La tristeza es caminar con pasos lentos hacia ningún sitio y mirar el móvil en busca de algo que no sabes bien qué es o si lo quieres. 

Recuerdo momentos tristes, llantos sin consuelo por la muerte de alguien querido, desengaños amorosos, engaños y tretas que duelen. Recuerdo la sensación de incomprensión y angustia, recuerdo la mirada de ojos caídos del escepticismo. Pero nada de eso es la tristeza. Eso son malos momentos llenos de esperanza y rabia en algunos casos tras de sí. 

La tristeza es una fina capa que embadurna todo, que no permite que nada se escape ni entre. La tristeza hace inocua la verdad y la mentira. La tristeza hace que la verdad y la ficción den igual. La tristeza arranca en el punto geográfico más alejado que alcanza la vista y termina en la punta de los pies. 

En el final de la primavera de aquel año, la tristeza lo había alcanzado todo. Todo en mi vida me daba igual y empezaba a pensar que le daba igual a todos los que estaban a mi alrededor. No era capaz de pensar con claridad, no era capaz de resolver los problemas que surgían, no era capaz de desbloquear mi cuerpo de un estado de compleja saturación de emociones. En aquel mes de mayo no era capaz de llorar a pesar de que ese siempre había sido un rasgo habitual en mi personalidad y una salida importante para los problemas y una medida contra la desesperación. 

En los últimos días de aquella primavera yo no quería dedicarme a nada, no quería ver a nadie, no quería escribir una palabra y solo quería estar solo. A poder ser solo en medio de la nada, solo en el silencio más absoluto. Solo en un espacio lleno de soledad. Solo quería sentirme solo, alejado del mundo, alejado de los problemas del mundo, alejado de toda ambición o cosa. 

Así es como la tristeza se apodera de un ser. Así es como uno muere por dentro.

Nacho Escuín,
de La mentira del cazador
(Eolas, 2023)


jueves, 15 de febrero de 2024

EL ENCARGO DEL CAZADOR



Una muy grata sorpresa, este documental de Joaquim Jordà, El encargo del cazador (1990), que aborda la figura de Jacinto Esteva, arquitecto, pintor, director de cine, cazador y poeta, del que hasta ahora nunca había oído hablar.

Con un estilo que recuerda a El desencanto, de Jaime Chávarri, a través de testimonios de familiares y amigos y grabaciones de la época, Jordà nos introduce en la atormentada vida de Jacinto Esteva, su desbordante creatividad y sus depresiones, sus idas y venidas por el continente africano, su alcoholismo crónico y sus películas (en especial esa joya titulada Lejos de los árboles), y su peculiar y trágica manera de entender el arte y el mundo.

Es sobre todo Daria (junto a Ricardo Bofill, Luis García Berlanga y Pere Portabella, entre otros), una de las hijas de Esteva, la encargada de diseccionar su legado, haciéndonos partícipes y cómplices de las aventuras y desventuras de su padre, una de las mentes más privilegiadas de la Cataluña de los años 70, figura clave de la Escuela de Cine de Barcelona, creativo y autodestructivo, excesivo e iluminado a la vez.

Otra de esas perlas enterradas que, indaga que te indaga, uno descubre sepultadas bajo toneladas de arena y que justifican todos los sinsabores de la búsqueda.

Os arrebatará.

Vicente Muñoz Álvarez,
de Cult Movies 2: Películas para la penumbra
(LcLibros, 2018)



miércoles, 14 de febrero de 2024

4 POEMAS de EL ÓXIDO DE LA LUZ por PABLO MALMIERCA




NOMBRAR

Arde el cielo
y nombro aire,
muere el tiempo
y ruge el ansia.

Parco en palabras
atrae el día
la querencia oculta  de la noche.

Roto el cristal opaco
la vida
queda entre sus huecos.

Baile de sombras
en los intersticios de tus dedos,
juegos de luz
al otro lado del movimiento.

Vivo entre dentelladas de acero,
entre brazos de musgo,
al abrigo de sentimientos de plomo.


RETRATO

Arena en el plato,
herrumbre en el pan,
el agua como la turba.
La mirada en las pupilas de una muñeca.

La locura asoma
sin prestar atención al paso del cometa,
una voz en la lejanía
resbala en la ventana.

Vestido con los andrajos de la ira,
inercia,
en una silla de musgo 
busca identidad 
en el fragmento de un espejo.

La noche devuelve una imagen:
la corrosión de la vida.
Un rostro comienza a deshacerse
entre manos de nácar.

Sin comprender 
el corsé de lo aprendido,
acercar los brazos,
abrazar los vientos.

La dificultad del camino.


SED 

Siempre están las razones
para quedarse solo 
tras las mentiras de vidas ajenas.

El otro 
transita
entre las ruinas de un sueño
que nunca le ha pertenecido.

Sin saber qué somos
sólo las caricias consiguen emanciparnos
de los barros que pisamos.

Sin saber si estamos
nunca quisimos irnos,
las fotografías envejecen
prendidas a famélicos galgos.

La miseria es confesar
la sed de luz,
cuando es la oscuridad
a la que imploran los deseos.


AGUIJONEAN TUS OJOS

Los tambores percuten la piel,
el ritmo hastiado del destino
deriva en confusión melódica.

En la noche
las luces dejan su olor a fracaso.
En los ojos 
la zarza ardiente del deseo.
No quedan rastros de fe en la mirada,
no se puede buscar la verdad
en el resplandor de unos latidos,
el hambre sin saciar
de las manos en busca de esperanza.

En la noche
buscar el principio de la luz cegadora.


Pablo Malmierca, de El óxido de la luz (Lastura Ediciones, 2024)


martes, 13 de febrero de 2024

LEVITACIÓN Y TRANCE: Roberto R. Antúnez.




"Jorge Oteiza escribió “el invierno es una circunferencia”. Esas cinco palabras fueron muy importantes para mí. Catalizadoras y laberínticas. Las he repensado muchas veces y albergan holograma, nieve y cencellada, trigales que desembocan en mi paisaje visual: la llanura. Nací mirándola y fui creciendo sin comprenderla.

Viví alejado entre montañas y llegó un momento en el que casi terminé odiándola. Pero con el tiempo fui desentrañando su lenguaje de gestos austeros, su manera hermosa y fiera de acariciar los pájaros. Ahora vivo hacia la luz que desprende. De tanto en tanto es imprescindible ir a caminarla y vaciarme las pupilas sobre su regazo. Es mi historia de amor y de odio hacia este desierto policromado.

Este libro está escrito para confluir en ese verso de Mario Santiago Papasquiaro que resume dos mil años de poesía: 'Dios es rupestre & el Big-Bang su bisonte desatado'."


lunes, 12 de febrero de 2024

UN PAÍS DE SED: Jorge M. Molinero.


"Este es un libro de pérdidas. La orfandad no solo trajo la ausencia del padre, recorrer las calles sin ir de su mano supuso la certeza de la muerte de la niñez y la conversión en hombre.
Pero por suerte siempre hay resquicios para el amor: en el Pacífico de unos iris el poeta hila el paisaje de su vida con un Chile prestado, el de Raúl Zurita, con el Vesubio y el yeso de sus moldes en Pompeya, o con el Dersu Uzala de Kurosawa.
Tienes en tus manos un poemario de ceniza, aunque con un rescoldo y el peligro latente de un nuevo incendio."


domingo, 11 de febrero de 2024

INSIDIA: Alexander Drake.



Insidia
es una recopilación de 63 impactantes y descarnados relatos cortos que exploran la violencia, el sexo compulsivo, la crítica social corrosiva y otras temáticas adheridas a la naturaleza oculta del ser humano.

Es una mirada cruel y desoladora sobre la sociedad enferma en la que vivimos. Un caleidoscopio de sucesos que juegan a fundirse entre la tragedia y el humor negro. Leer estos textos es como mirarse en un espejo distorsionador que no hace sino devolvernos con espanto el verdadero rostro de aquello que escondemos. Una imagen espeluznante de violencia, horror y depravación ante la cual es imposible no reconocer ciertas realidades. Como un bisturí que disecciona un cadáver, este libro deja al descubierto las entrañas de la psicología humana en una composición de relatos breves que nos harán replantearnos muchas cuestiones sobre nuestra verdadera forma de ser.

También es un libro que analiza y cuestiona la literatura contemporánea y se desmarca de sus formas convencionales para llevarnos hacia una narrativa moderna, ágil y directa; haciendo que el texto se comprima al máximo y consiguiendo con ello una lectura rápida y un mensaje inmediato y contundente.


jueves, 8 de febrero de 2024

UN POEMA de LUIS MIGUEL RABANAL



Fíjate amor en la mirada consciente
en las ciudades de solemnidad y de puntos
o en las otras ceremonias
del instinto, esta es también la labor crecida
de la soledad y del deseo
pero no preguntes si el frío es tan necesario
sabes que el amor señala
nuestros cuerpos como los orígenes

modelos de la ruina
como semejantes que ascienden
a la vida absortos permanentes
en cada forma de sonrisa profunda

como crecen amor los límites, la noche.

Luis Miguel Rabanal


Foto por Marlus Leon

martes, 6 de febrero de 2024

EL DÍA QUE MURIÓ DAVID por NACHO GARCÍA



Hoy,

a media tarde,

di con tu último libro,
recién llegado 
a la librería Cervantes,
en Oviedo…

Exactamente hoy…

Con un último poema
a modo de despedida,

en la última página…

Y pensé por un momento,
que te fuiste un poco,
como se fue Bowie…

Por la noche,

apenas tres reacciones
en los medios asturianos,

y ninguna en los nacionales…

Que mal,
David,
que mal…

Nacho García


lunes, 5 de febrero de 2024

LA MENTIRA DEL CAZADOR: Nacho Escuín.



Hay un verso de Miguel Labordeta fascinante en el que se refiere a la «estática de ahogado». A partir del mismo se construye esta historia en la que un observador que ha huido de su propia vida se comporta como indica el verso citado. El bosque y la necesidad de mirar el abismo y «abismarse» serán los elementos troncales de la vida de un individuo perdido que ha decidido marcharse y dejar de escribir, pero ¿quién puede decidir exactamente qué ha de suceder?


jueves, 1 de febrero de 2024

PONME OTRA COPA, SERVANDO: Sergio Mayor.


Mayor es la voz arrolladora de un bebedor rebosante de cultura que dispendia hallazgos perturbadores. Libre, soberbiamente humilde, reo gustoso ante sus verdugos, azote de aduladores, utiliza su vida real y ficticia, su alucinante bajage, su devoción por el prójimo y su arte, para ametrallarnos con una visión marginal y alcoholizada de las cosas. Eremita, “señor de las iglesias y de los burdeles”, Mayor comparte recuerdos, detalla sus días, medita con brutal lucidez y lirismo sobre un mundo impío que es capaz de talar el bosque de Walden.

Nos encontramos ante una obra que evidencia una audacia literaria sin parangón y quizá merece ser acreedora de la paternidad de un nuevo género. La poesía fulminante, la osadía crítica, la confesión diabólica lo inspiran: “Sócrates parece Carver”.


martes, 30 de enero de 2024

COMUNIDAD DE VECINOS por ANTONIO JAVIER FUENTES SORIA



Siempre bajaban los mismos,
yo lo hice un par de veces.
Se celebraba en un rincón del garaje,
lo que le daba un aire clandestino,
pero estaba lejos de la realidad,
aquellos eran tipos formales,
adictos al bricolaje
y estudiosos de las normas comunitarias.
Disfrutaban con aquellas reuniones.
Hablaban de manchas de humedad,
de antenas parabólicas,
de bombillas que parpadeaban en los pasillos,
de orina de perro en el ascensor,
de mejoras en los patios interiores.
Todos se conocían
y se saludaban efusivamente,
conocían la vida de los otros
y preguntaban a los demás por sus familias.
El sitio no era mejor que ellos,
lúgubre y sombrío.
Me costaba concentrarme en lo que hablaban
y deseaba con ansia
que todo aquello terminara
para subir a casa y dedicar mi tiempo
a cosas que realmente me interesaban.
-Ellos hacen que el mundo se mueva-
me dijo el poeta de la camisa de peces de colores
mientras liaba un cigarro
apoyado en el escaparate
de aquella librería.

Antonio Javier Fuentes Soria


lunes, 29 de enero de 2024

ERIKA Y EL TIEMPO. Javier Vayá Albert.



Erika y el tiempo es, entre otras muchas cosas, una historia de (no)amor, una novela (anti)romántica que transita entre el realismo sucio y el terreno fantástico y se plantea temas como la creación artística, el paso del tiempo o el feminismo y los nuevos paradigmas sociales. Una (anti)novela que habita al margen de los códigos y cánones propios del género y que habla de los caminos irremediablemente divergentes que toma una antigua pareja.

Marc es el típico poeta maldito anclado en el pasado y el dolor.

Mientras que Erika, que tiene una especie de don sobrenatural o acceso a otros planos o dimensiones, aprende a amarse y gestionarse, a trascender más allá de la tragedia y el propio espacio y tiempo. Él es el hombre arraigado al privilegio que no entiende que todo cambia. Ella es la evolución necesaria, el nuevo mundo naciendo implacable y hermoso.

Pero Erika y el tiempo tiene diferentes y abundantes capas y lecturas, ya que son varias voces las que van conformando una narrativa diversa y a menudo opuesta o contradictoria de una misma realidad que, como todas, es líquida y está en manos del dueño del relato. Distintos personajes amplían y completan la visión de conjunto a la vez que la empañan y oscurecen entretejiendo sus propias historias.

Erika y el tiempo forma parte de la colección de narrativa de Loto Azul.


sábado, 27 de enero de 2024

POEMASH ESPECIAL RAÚL NÚÑEZ



Otra de las joyas que Rodrigo Córdoba manufacturó para Vinalia Trippers fue este POEMASH ESPECIAL RÁUL NÚÑEZ, con portada de Silvia D.Chica, que incluimos en el Nº 10, PLAN 9 DEL ESPACIO EXTERIOR, y que podéis leer gratuitamente en el siguiente enlace:


Un brindis desde la Tierra para ambos,
Raúl y Rodrigo, que están en los Cielos.


viernes, 26 de enero de 2024

EL ÓXIDO DE LA LUZ: Pablo Malmierca.



En el “El óxido de la luz” Pablo Malmierca realiza una búsqueda personal del absoluto y se adentra en el concepto de verdad a través de la mística negativa. Como Derrida, Malmierca muestra su fascinación por las potencialidades del lenguaje en el esfuerzo por acercarse a lo que es propio de Dios, teniendo en cuenta que todo lenguaje predicativo es inadecuado a la esencia y a la hiperesencialidad, y en consecuencia sólo con una atribución apofática se puede pretender una aproximación e Él. “La miseria es confesar/ la sed de luz, cuando es la oscuridad / a la que imploran los deseos”.


miércoles, 24 de enero de 2024

5 POEMAS de MOTEL PANDORA por OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN




Palabras que con sed se asoman a la noche,
que existirán cuando la luz desangre el pozo
como una garganta abierta donde guardo 
mi silencio. Mi silencio es el secreto
donde guardo a mi hijo.
Me arranco las palabras de los brazos
y la saliva del niño hiela los frutales.
Fuera es de noche, es vida espesa,
es río que se mezcla con otro río.
Bebemos la sal que escupe la lluvia
y con ella hacemos temblar la tierra,
primero como tierra, después como vientre.

*

La herida de mi padre,
como una cicatriz de vidrio en una acequia,
se extiende por mi memoria y la abrasa.
Tostado de noche y cuerpo conocido,
besos que no despiden ni dicen hola,
verme mover las manos como un ave despistada
que sueña con un mar que no existe,
juntar los dedos que saben a éxtasis de golosina
y explorar con ellos el agua seca,
enseñar esa danza ridícula a mi hijo,
a tu nieto. Esperar las sirenas y su canto
de coches policía que vigilan el toque de queda.

*

Vivir de la venta de recuerdos,
atrapar en piezas electrónicas
un beso largo de dientes negros.
Mundo extraño
en el que la piel es ceniza
y uno enciende aparatos para 
completar la huida.
Vivir es siempre 
la mejor muerte.

*

Las huellas de la vida se saben parte del laberinto,
la ruta que te devuelve a tu carne y tu sangre
no puede tener origen ni fuente alguna,
atraviesa una época que se sabe terminada,
una revuelta que no triunfó y, con la visita del invierno,
hay amnesia generalizada.
La muerte es una amante
que habla de ti a los hombres
con los que te engaña.

*

El niño será dueño de mis años
y verá crecer la luna como una molécula
de Dios asesina, una semilla que se convierte
en sonrisa. Una noche, te lo prometo, hijo,
saldremos de esta vida y arrastraremos
por la arena de la playa
a la muerte muda
hasta que confiese dónde enterró
el corazón de mi padre.

Octavio Gómez Milián, de Motel Pandora (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023)


viernes, 19 de enero de 2024

VOLVER AL COLINÓN por VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ


Todo empezó con los Cardiacos, el mítico grupo leonés, y aquella cinta de casete titulada Las discográficas no dan la felicidad, editada en 1979... Yo tenía entonces catorce años y escuché cientos de veces aquellos temas, Salid de noche, Volver al colinón, Chicas de Burda, Noches de Toisón, Lo tienes claro, hasta sabérmelos mejor (mucho mejor) que el padrenuestro... Hasta entonces había escuchado clásicos del rock progresivo, Pink Floyd y Deep Purple, sobre todo, algo de heavy y de rock, y por supuesto a los Beatles y a los Rolling y a Elvis, siempre presentes (además de a los cantautores antisistema de turno, Paco Ibáñez, Serrat o Moustaki, con los que nos bombardeaba a todas horas en casa mi hermana), pero a ningún grupo español del momento que, a mi juicio, mereciera realmente la pena... Y entonces aparecieron ellos, los Cardiacos, con aquel formidable casete, que para mí (y para muchos otros de mi generación) fue una auténtica revelación y la puerta a otros grupos de la entonces incipiente Movida... Poco después, todos en tromba, fueron llegando Siniestro Total (y su irreverente ¿Cuándo se come aquí?), Gabinete Caligari (y su emblemático Que Dios reparta suerte, de mis favoritos), Loquillo y los Trogloditas, Kaka de Luxe, Brighton 64, Los Elegantes, Pistones, Polanski y el Ardor, Derrribos Arias (con su inolvidable Poch a la cabeza), Sindicato Malone, La Frontera, Decibelios (Oi! Oi! Oi!), Glutamato Ye Ye o Los Ilegales, y por encima de todos ellos, Parálisis Permanente, con Ana Curra y Eduardo Benavente al frente, que se convirtieron en mi grupo de cabecera (quizás de un modo premonitorio de varias otras cosas: el haberles escuchado en su último bolo en La Tropicana, año 1983, justo antes del trágico accidente que le costó la vida a Eduardo; el descubrimiento, años después, de El Canto de la Tripulación y la poesía de El Ángel, decisiva en mi formación; y mi amistad reciente con Ana a raíz del último número de Vinalia Trippers, Spanish Quinqui)... El caso es que, volviendo al tema en cuestión, allí estaba de lleno metido yo, principios de los 80, con quince o dieciséis años, yendo a ver a todos aquellos grupos a La Madrágora y La Tropicana, y descubriendo fascinado la noche leonesa... Aunque para hacerme con aquellos discos cometiera, algo muy habitual en mí, un irreparable error: vender todos los anteriores (joyas que luego he echado de menos e incluso he llegado de nuevo a comprar) en el Rastro a precio de saldo, y también las colecciones de cómics de superhéroes y muchas otras cosas que ya ni recuerdo, todo por la causa, para mí entonces sagrada, de la Movida... A ella, desde mi cada vez más efervescente ciudad, me lancé de cabeza, pertrechado de boogies y patillas largas, y montando mi propio grupo, Veredicto Final, mezcla de ska y rock and roll y lo que nos saliera, con el que disfruté aporreando la batería de muchas psicotrónicas aventuras...

Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones.

Nueva edición ampliada en LcLibros:



miércoles, 17 de enero de 2024

UN PERRO LADRA por NACHO GARCÍA



Hoy,
en la terraza,

todo ruido
se hace superlativo...

Un perro ladra,

una mujer abominable
escupe su borrachera...

Ruido,
mundano ruido...

Y se revela
la incapacidad,

y la abstracción,
y la desaparición...

y uno apenas puede

hacerse invisible,
convertirse en canción...

Nacho García


lunes, 15 de enero de 2024

DIÁLOGO Y VALORACIÓN. LA HIPÓTESIS AXIOLÓGICA: José M. Ramírez.



La hipótesis axiológica. El lenguaje es un proceso semiótico interaccional normalizado por dos principios de valor: Semejanza y Autonomía.

Un libro de filosofía del lenguaje. Un viaje a las bases del lenguaje y el pensamiento.

El diálogo, la emoción y la valoración despiertan un interés creciente en la lingüística actual. También la ideología induce nuevas investigaciones. Aunque la valoración y las ideologías de grupo son fenómenos lingüísticos interrelacionados, ninguna teoría ha propuesto hasta ahora una explicación del origen de los valores sociales ni de los procesos sociales y cognitivos que regulan las ideologías. La teoría de la acción comunicativa, de Jürgen Habermas, última tentativa de una pragmática universal, ha sido acusada de mantener a su vez una perspectiva ideológica.

Este ensayo se apoya en los resultados de un estudio lingüístico y semiótico de la obra científica y artística de Ramón y Cajal, fundador de la neurociencia. Partiendo del enfoque sistémico y funcional de Michael Halliday y de la noción de modelo contextual de Teun van Dijk, la hipótesis axiológica incorpora avances de las corrientes más innovadoras de la lingüística y la filosofía actuales.

El propósito de este ensayo es describir los dos principios de valor que normalizan cualquier diálogo, en cualquier idioma, en cualquier cultura. Y no sólo en el lenguaje verbal, sino también en el visual, la música, el urbanismo… y en cualquier actividad cultural, desde la tecnociencia hasta el arte, pasando por la medicina, el periodismo, la pedagogía o la creación literaria. La hipótesis axiológica enlaza con los principios normativos del derecho internacional y conduce a una futura pragmática humanista y, como su reverso, a una teoría valorativa de las ideologías.

Los argumentos se explican con casos obtenidos de análisis y se ilustran con ejemplos, imágenes, gráficos y recuadros. Los recuadros procuran favorecer una primera lectura, un primer acercamiento, y a la vez destacar los aspectos más importantes.


viernes, 12 de enero de 2024

ZEN BOMBARDIER: Antonio Cordero Sanz.

 


Descripción

Fogonazos, estampas en movimiento y del movimiento, gira, murmullo de un mundo ni ajeno ni exótico, mantra, volver una y otra vez a la vida que se escapa entre lenguas, lomas en barbecho campos verdes de cereal glaciares desiertos, personajes, situaciones, pensamientos. Con la potencia lírica del cuaderno y bajo el viaje en y de todos los sentidos que es Zen Bombardier, Antonio Cordero entrelaza lectura y escritura, convocando un ritmo que es porosidad explosiva de presencia: «todo es inmanente nada permanece».

Marcos Canteli

Un libro augural, donde la experiencia del viaje funda la trascendencia de un lenguaje poético extraordinario. Una cartografía de la existencia y de la plenitud luminosamente agónica en los espacios del mundo. Cada poema es la meta desde la que de nuevo se parte hacia una odisea extraña.

Miguel Angel Curiel

Aquí confluyen diversos lugares creando un único espacio en el que no hay fronteras, un espacio de palabras sin fronteras, como son todos los espacios internos; y confluyen diversas experiencias que intercambian sus diversas energías y proponen una experiencia de lectura electrificada, inestable y serena, íntima y colectiva, violenta y sensible.

Mariano Peyrou

Este libro es un tornado que arrastra entre sus roncas palabras visiones, conciencias, gentes, lejanas junglas y llanuras familiares. Todo da aquí vueltas en torno al sumidero que está a punto de engullirnos y de engullir al planeta. Antonio Cordero no canta la ilusión de detener esta quema, esta extinción masiva, pero se resiste a dejar de mirar la belleza extraña con que arde nuestro Saṃsāra; y da la cara por ella, en nombre de quienes más la padecen, en nombre de quienes todavía podemos disfrutarla.

Benito del Pliego


miércoles, 10 de enero de 2024

EL FUMADOR DE PIPA por MARTIN ARMSTRONG



Por lo general no me importa caminar bajo la lluvia, pero en aquella ocasión la lluvia era torrencial y aún tenía diez millas que recorrer. Por eso me detuve ante la primera casa, más o menos a una milla del pueblo siguiente, y miré por encima de la canela del jardín. La casa no tenía un aspecto muy prometedor, pues vi en seguida que estaba vacía. Todas las ventanas estaban cerradas, y no había una sola con persianas ni visillos. Por una de ellas, del piso bajo, vi paredes desnudas, la desnuda repisa de una chimenea y una parrilla vacía. También el jardín estaba descuidado, los lechos de flores llenos de hierbas; apenas se lo habría reconocido como tal jardín de no ser por la cerca, los vestigios de senderos rectos y los arbustos de lilas que estaban en plena flor y que regaban de agua la hierba cada vez que el viento los sacudía.

Es fácil imaginar, pues, que me sorprendiera cuando un hombre salió de entre las lilas y vino hacia mí lentamente por el sendero. Lo sorprendente no era sólo que estuviera allí, sino que paseaba por allí sin objeto, con la cabeza descubierta y sin impermeable, bajo aquella lluvia que empapaba y calaba. Era un hombre más bien gordo y vestido de clérigo, canoso, calvo, bien afeitado, con el aspecto engreído de intensidad excesiva que ve uno en los retratos de William Blake. Advertí en seguida cómo los brazos le colgaban desmayadamente junto a los costados. Sus ropas y ––lo que lo hacía aún más extraño–– su cara estaban chorreando agua. No parecía notar en absoluto la lluvia. Pero yo sí. Estaba empezando a correrme por el pelo y a bajarme por el cuello, y dije:

––Usted perdone, señor, pero ¿puedo pasar a guarecerme?

Se sobresaltó y alzó unos ojos desconcertados que se encontraron con los míos.

––¿Guarecerse?––dijo.

––Sí ––respondí yo––, de la lluvia.

––Ah, de la lluvia. Sí señor, no faltaría más. Hágame el favor de pasar.

Abrí la cancela del jardín y lo seguí por un sendero hacia la puerta principal, donde él se hizo a un lado con una leve inclinación para dejarme pasar primero.

––Me temo que no lo encontrará muy acogedor ––dijo cuando estábamos ya en la entrada––. No obstante, pase usted, señor; aquí dentro, la primera puerta a la izquierda.

La habitación, que era amplia y con un ventanal saledizo dividido en cinco vidrieras, estaba vacía, con la excepción de una mesa y un banco de madera de pino y una mesa más pequeña en un rincón cerca de la puerta y sobre la que había una lámpara no encendida.

––Hágame el favor de sentarse, señor ––dijo, señalando el banco con otra leve inclinación. Había una cortesía anticuada en sus modales y en su manera de hablar. Él no se sentó, sino que dio unos pasos hasta el ventanal y se quedó de pe, mirando el jardín chorreante, los brazos aún colgándole ociosamente junto a los costados.

––Por lo visto, a usted no le importa la lluvia tanto como a mí, señor ––dije, tratando de ser amable.

Se dio la vuelta y tuve la impresión de que no podía volver la cabeza y de que por eso tenía que volver el cuerpo entero para mirarme.

—¡No, oh, no! ––respondió––. En absoluto De hecho no había reparado en ella hasta que usted me la hizo notar.

––Pero debe de estar usted muy mojado ––dije yo––. ¿No sería más prudente que se cambiara?

–– ¿Qué me cambiara? ––su absorta mirada se hizo inquisitiva y suspicaz ante la pregunta.

––Que se cambiara de ropa, la mojada.

—¿Que me cambiara de ropa? ––dijo––. ¡Oh, no! ¡Oh, por Dios, no, señor! Si está mojada, sin duda se secará a su hora. Entiendo que aquí dentro no llueve, ¿verdad?

Le mire a la cara. Realmente estaba pidiendo información al respecto.

––No ––respondí––, aquí dentro no llueve, gracias a Dios.

––Me temo que no puedo ofrecerle nada ––dijo cortésmente––, Viene una mujer del pueblo por la mañana y a media tarde, pero entretanto no tengo ninguna ayuda ––abrió y cerró sus manos colgantes––. A menos ––añadió–– que quiera usted pasar a la cocina y hacerse una taza de té, si entiende usted de esas cosas.

Rehusé, pero le pedí permiso para fumarme un cigarrillo.

––Hágame el favor ––dijo––. Me temo que no tengo ninguno que ofrecerle. El otro, mi predecesor, solía fumar cigarrillos, pero yo soy fumador de pipa —sacó pipa y tabaco del bolsillo; era un alivio verle emplear sus brazos y manos.

Cuando ambos hubimos prendido nuestro tabaco, yo volví a hablar: todo el rato era consciente de que recaía sobre mí la responsabilidad de la conversación; de que, si yo no hubiera hablado, mi extraño anfitrión no habría hecho la menor tentativa de romper el silencio, sino que se habría limitado a permanecer de pie, con los brazos caídos junto a los costados, mirando directamente al frente, bien al jardín, bien a mí.

Eché una ojeada a la desnuda habitación.

—Supongo que acaba usted de mudarse, ¿no? —dije.

—¿Mudarme? —se desplazó mínimamente y volvió de nuevo hacía mí su absorta mirada, intensa y desazonante.

—De mudarse a esta casa, quiero decir.

—Oh, no —dijo—. Oh, no, por Dios, señor. Llevo aquí varios años; o, mejor dicho, yo mismo llevo aquí casi un año, y el otro, mi predecesor, pasó aquí cinco años con anterioridad. Sí, ahora debe de hacer siete meses que murió. Sin duda, señor —una melancólica, pensativa sonrisa transformó inesperadamente su rostro—, sin duda no me creerá, Mrs. Bellows no me creyó, cuando le diga que llevo sólo siete meses aquí, eso más o menos.

—Si usted lo dice, señor —respondí— ¿por qué no habría de creerle?

Dio unos pasos hacia mí y alzó la mano derecha. Se la cogí de mala gana, una mano gorda, fofa, fría, que me produjo una sensación desagradable.

—Gracias, señor —dijo—, gracias. ¡Es usted el primero, el primerísimo…!

Solté la mano y él no terminó la frase: Se había sumido, aparentemente, en un ensueño. Luego volvió a empezar:

—Sin duda todo habría ido bien, habría bastado con que mi… esto es, el viejo tío de mi predecesor no le hubiera dejado esta casa. Más le hubiera valido seguir donde estaba. Era clérigo, sabe usted —abrió las manos, dándose a ver a sí mismo—. Éstas son sus ropas de clérigo. De pronto me preguntó:

—¿Usted cree en la confesión?

—¿En la confesión? —dije yo— ¿Quiere usted decir en el sentido religioso del término?

Se acercó un paso. Ahora casi me tocaba.

—Lo que quiero decir es —dijo, bajando la voz y mirándome intensamente—, ¿cree usted que confesar, confesar un pecado o un… un crimen, reporta alivio?

¿Qué iba a contarme? Me habría gustado decir “No”, para disuadir a la pobre criatura de hacerme ninguna confesión, ero había hecho su pregunta con tal tono de súplica que no tuve corazón para rechazarlo.

—Sí —dije—, creo que al hablar de ello puede uno librarse muchas veces de un peso en la conciencia.

—¡Ha sido usted tan comprensivo, señor —dijo con una de sus corteses inclinaciones—, que estoy tentado de abusar…! —alzó una de sus pesadas manos con un gesto perfunctorio y la dejó caer de nuevo—. ¿Tendría usted paciencia para escuchar?

Estaba de pie a mi lado como si fuera el maniquí de un sastre que hubiera sido colocado allí. Su pierna tocada mi rodilla. Me sentí fuertemente repelido por su vecindad.

—¿No quiere sentarse ahí? —dije, señalando el otro extremo del banco en el que yo estaba sentado—. Me resultaría más fácil escucharle.

Volvió el cuerpo y miró absorta y seriamente el banco, luego se sentó en él, dándome la cara, con una pierna a cada lado, inclinado hacia mí. Estaba a punto de hablar, pero se frenó y miró a la ventana y la puerta. Luego se sacó la pipa de la boca y la depositó en la mesa, y sus ojos se volvieron a mí.

—Mi secreto, mi terrible secreto —dijo—, es que soy un asesino.

Su declaración me horrorizó, como no podía ser menos; y sin embargo, creo, apenas me sorprendió. Su extremada rareza me había preparado, hasta cierto punto, para algo bastante sombrío. Contuve el aliento y lo miré fijamente, y él, con horror en sus ojos, me devolvió la mirada fija. Parecía estar esperando a que yo hablara, pero en un primer momento no pude hablar. ¿Qué podía yo decir, en nombre de la cordura? Lo que por fin dije fue algo fantásticamente inadecuado.

—Y esto —dije—. ¿le remuerde la conciencia?
—Me obsesiona —dijo, apretando de repente sus manos pesadas, fofas, que reposaban sobre el banco ante él—. ¿Tendría usted paciencia…?

Asentí.

—Cuéntemelo —dije.

—De no haber sido por la herencia de esta casa —empezó—, nada habría sucedido. El otro, mi predecesor, habría permanecido en su rectoría, y yo… yo no habría hecho nunca acto de aparición. Aunque hay que reconocer que él, mi predecesor, no estaba contento en su rectoría. Se enfrentó con hostilidades, sospechas. Por eso vino a esta casa al principio, sólo a título de prueba, ya ve. Le fue legada vacía: simplemente la casa, sin muebles, sin dinero, y se vino y puso un par de cosas, esta mesa, este banco, unos cuantos utensilios de cocina, una cama plegable arriba. Quería, ya ve, probarla primero. Lo atraía el apartamiento de la casa, pero quería asegurarse de ella en otros sentidos. Algunas casas, ve usted, son seguras, y otras no lo son, y quería asegurarse de que ésta era una casa segura antes de mudarse a ella —hizo una pausa y luego dijo con mucha seriedad—: permítame aconsejarle, amigo mío, que siempre haga eso cuando considere la posibilidad de mudarse a una casa desconocida: porque algunas casas son muy inseguras.

Asentí.

—¡Ya lo creo! —dije—. Paredes húmedas, mal alcantarillado y demás.

Él negó con la cabeza.

—No —dijo—, no es eso. Algo mucho más serio que eso. Me refiero al espíritu de la casa. ¿No siente usted —su mirada absorta se hizo más penetrante que nunca— que ésta es una casa peligrosa?

Me encogí de hombros.

—Las casas vacías son siempre un poco raras —dije.

Reflexionó sobre esta afirmación.

—¿Y ha notado usted —inquirió por fin— la rareza de ésta?

Sentí, en efecto, al hacerme él la pregunta, que la casa era rara; pero era la rareza de él, lo sabía perfectamente, y las sombrías insinuaciones de su charla, lo que la hacían rara, y respondí:

—No es más rara que otras casas vacías, señor.

Me miró con incredulidad.

—¡Extraño! —dijo— Extraño que no lo sienta usted. Aunque bien es verdad que… que el otro, mi predecesor, no lo sintió al principio. Ni siquiera esta habitación (porque esta habitación, señor, es la habitación peligrosa) le pareció extraña al principio; no, pese a que hay en ella una cosa muy curiosa.

Si hubiera hecho bueno, habría puesto fin a la conversación y me habría marchado, pues la charla y el comportamiento del viejo me estaban haciendo sentir cada vez más incómodo. Pero no hacía bueno: estaba lloviendo con más fuerza que nunca y se estaba poniendo muy oscuro. Evidentemente estábamos en medio de una tormenta.

El viejo se levantó del banco.

—Me parece que ahora puedo mostrarle —dijo— esa cosa curiosa de la habitación. Sólo se ve después de que ha oscurecido, pero me parece que ya está lo bastante oscuro.

Se acercó a la mesita del rincón y se puso a encender la lámpara. Cuando estuvo encendida y él hubo vuelto a su lugar el globo de cristal esmerilado, la llevó a la mesa más grande y la colocó a mi izquierda.

—Ahora —me dijo—, siéntese a la mesa de frente.
Así lo hice. Ante mí, al otro lado de la habitación desnuda, se hallaba el ventanal saledizo con sus cinco vidrieras y sin visillos.

—Ahora está usted sentado —dijo, posando una pesada mano sobre mi hombro— donde el otro, mi predecesor, solía sentarse para sus comidas.

No pude reprimir un respingo, ni resistir el impulso de volverme y mirarle. Me resultaba molesto tenerlo de pie a mi lado, detrás de mí, fuera de mi vista. Pareció sorprendido.

—No se alarme, señor, hágame el favor —dijo—; vuélvase y dígame lo que ve.
Obedecí.

—Veo el ventanal —dije.

—¿Eso es todo? —preguntó.

Miré fijamente el ventanal.

—No —dije—. Veo también cinco reflejos de mí mismo, uno en cada vidriera del ventanal.

—Eso es —dijo el viejo—, ¡eso es! Eso es lo que veía el otro cuando comía a solas. Veía a los otros cinco, cada uno tomando su solitaria comida. Cuando él se echaba un poco de agua, cada uno de ellos se echaba agua; cuando él encendía un cigarrillo, cada uno de ellos encendía un cigarrillo.

—Claro —dije yo—. ¿Y eso alarmaba a su amigo, al clérigo?

—El reverendo James Baxter —dijo el viejo—; así se llamaba. Asegúrese de no olvidarlo, amigo mío; y si la gente le pregunta quién vive aquí, acuérdese de decir que el reverendo James Baxter. ¡Nadie sabe, ve usted, que… que…!

—Nadie sabe lo que me ha contado usted. Entiendo.
—¡Exactamente! –dijo él, bajando repentinamente la voz—. Nadie lo sabe. Ni un alma. Usted es la primera persona a la que se lo he mencionado.

—¿Y no ha sido usted objeto de investigaciones? —pregunté—. A este Mr. Baxter, ¿no se lo echó en falta?

Negó con la cabeza.

—No —dijo—. Ni siquiera Mrs. Bellows, que cuidó de él desde el principio, se ha dado cuenta de lo ocurrido.

Me volví y lo miré con incredulidad.

—No se ha dado cuenta, ¿quiere usted decir…?

—No se ha dado cuenta de que yo no soy él. Ve usted —explicó—, éramos muy parecidos. ¡Así es, tremendamente parecidos! Antes de que se vaya puedo enseñarle una fotografía suya y verá usted mismo.

Ahora decidí que, con lluvia o sin ella, me iba a ir: no parecía haber mucho motivo, aparte de la lluvia, para mi permanencia allí. Me puse en pie.

—Bien, señor —dije—, no puedo sino esperar que sienta usted el beneficio de haber aliviado su conciencia de su… secreto.

El viejo caballero se puso muy agitado. Cerraba y abría sus manos fofas.

—Oh, pero no debe irse aún. No ha oído usted ni la mitad. No ha oído usted cómo ocurrió. ¡Yo esperaba, señor, ha sido usted tan amable, que tendría paciencia y amabilidad para…!

Volví a sentarme en el banco.

—No faltaba más —dije—, si tiene usted más que decir.
—Acababa de decirle, ¿verdad que le había dicho —prosiguió el viejo caballero— que yo… que el otro… que mi predecesor solía sentarse aquí durante sus comidas y veía a sus otros cinco yos imitándolo? Cuando él encendía su cigarrillo, ¡veía otros cinco cigarrillos encenderse simultáneamente…!

—Naturalmente —dije yo.

—Sí, naturalmente —dijo el viejo—; todo era enteramente natural hasta una noche, una noche terrible —se interrumpió y me miró fijamente con horror en sus ojos.

—¿Y entonces? —dije yo.

—Entonces ocurrió algo extraño, horroroso. Cuando él, mi predecesor, hubo encendido su cigarrillo mirando a aquellos otros yos, como siempre hacía, vio que uno de ellos, el de más a la izquierda, había encendido no un cigarrillo, sino una pipa.

Me eché a reír.

—¡Oh, vamos, vamos, señor!

El viejo se retorció las manos lleno de agitación.

—Es cómico, lo sé –dijo—, pero también es terrible. ¿Qué habría pensado usted si lo hubiera visto efectivamente, con sus propios ojos? ¿Acaso no se habría quedado espantado?

—Sí —dije—, si efectivamente hubiera ocurrido. Si hubiera visto una cosa así realmente, desde luego me habría quedado espantado.

—Bien —dijo el viejo—, ocurrió. No había error posible al respecto. Era espantoso, horrible —había tanto horror en su voz como si él mismo lo hubiera visto efectivamente.

—Pero, querido señor mío –le dije—, usted sólo cuenta con la palabra de este Mr. … Mr. Baxter.

Me miró con fijeza, sus ojos resplandecientes de convicción.

—Yo sé que ocurrió –dijo—; lo sé con mucha mayor certeza que si lo hubiera visto. Escuche. La cosa siguió durante cinco días: durante cinco noches seguidas mi predecesor vigiló lleno de horror a ver si la cosa se arreglaba sola.

—Pero ¿por qué no fue… se marchó de la casa? –pregunté.

—No se atrevió –dijo el viejo con un forzado susurro—. No se atrevía a irse: tenía que quedarse y asegurarse con sus propios ojos de que la cosa se había arreglado.

—¿Y no se arregló?
—La sexta noche –dijo el viejo con un hilo de voz— el quinto reflejo, el que había desobedecido, desapareció.

—¿Desapareció?

—Sí, había desaparecido del ventanal. Mi predecesor se quedó sentado, mirando con terror, absorto, el cristal vacío, y los otros cuatro devolvían la aterrada mirada al interior de esta habitación. Él miraba el cristal vacío y luego los miraba a ellos, y ellos le devolvían la mirada fija, a él o a algo detrás de él, con horror en sus ojos. Entonces él empezó a ahogarse… a ahogarse —dijo el viejo jadeando, él mismo casi ahora ahogándose—, a ahogarse, porque había unas manos alrededor de su garganta, agarrándolo, estrangulándolo.

—¿Quiere usted decir que las manos eran las manos del quinto? –pregunté, y fue sólo mi horror ante el horror del viejo lo que me impidió sonreír cínicamente.

—Sí —dijo él con un silbido, y extendió sus manos gordas y pesadas, mirándome con ojos fijos—. Sí. ¡Mis manos!

Por primera vez me sentí realmente aterrorizado. Nos miramos mudos el uno al otro, él jadeando y resollando aún. Luego, esperando calmarle, dije lo más tranquilamente que pude:

—Ya veo: ¿así que usted era el quinto reflejo?

Él señaló su pipa encima de la mesa.
—Sí —jadeó—; yo, el fumador de pipa.

Me puse en pie: tenía el impulso de correr hacia la puerta. Pero algún escrúpulo me retuvo allí inmóvil, la sensación de que sería inhumano dejarlo solo, presa de su horrible fantasía; y con la vaga idea de hacerle entrar en razón, de aliviar su torturada mente, pregunté:

—¿Y qué hizo usted con el cuerpo?

Contuvo el aliento, un estremecimiento le desfiguró el rostro y, apretando sus dos extendidas manos, empezó a golpearse el pecho convulsivamente.

—Éste —gritó con voz agónica—, éste es el cuerpo.


Martin Armstrong