Ni lo intentes.
No hay nadie
capaz de hacerme
más daño
que yo misma:
mi propio cuerpo
me destroza.
Mis hormonas andan
desquiciadas,
enviando mensajes
incomprensibles
para mi útero vacío.
La prolactina, la hormona
de las hembras mamíferas,
aún no se ha enterado
de que no es tu boca
la desembocadura de su alimento.
Que no es tu avariciosa boca,
tu boca de Saturno
paladeando, excitado
hasta la demencia,
el destino
de este calostro privilegiado
para los recién llegados.
Mi cerebro le manda
mensajes implacables:
estás sola y sóla.
Mis hormonas
aún no sabes que no eres
mi niño
y que tu boca no tiene
hambre ni frío.
Y yo, en medio de
esta madeja de hormonas
sin destino,
cierro los ojos
y golpeo mi útero
y mis pechos
rogando paz
en este despojo de óvulos
muertos.
Ni lo intentes.
No hay nadie
capaz de hacerme
más daño
que yo misma.
Mi propio cuerpo
me destroza una vez al mes.
Mi fracaso natural.
Es lo único que no he permitido
que me abandonase:
la sangre.
El fracaso.
La muerte.
Eva Vaz, de Metástasis (If ediciciones, 2006).
Otro inclemente y demoledor poema de Metástasis, de Eva Vaz, sin duda una de las mejores poetas de mi generación y una de las personas que más aprecio y respeto del gremio. Independiente, incisiva, insumisa y tocada por la gracia, Eva ha ido cimentando libro tras libro, al margen de sectarismos y escuelas, un universo poético inconfundible y carnal, doloroso y emotivo como la vida misma, que tarde o temprano el tiempo pondrá en su lugar... Cada poemario suyo es un jarro de agua fría sobre Babilonia y cada poema una hermosa y rotunda declaración de principios. Brindamos hoy a tu salud con nuestro mejor vino, hija de Satanás. Y que Hak nos guarde a todos de los bichos malos. v.
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