Hace cuatro años, Hunter S. Thompson le disparó a una de las mentes más lúcidas dentro del periodismo y la literatura norteamericana: la suya. Fue con una calibre 45, una Smith & Wesson semiautomática 645, con la que se voló los sesos mientras hablaba por teléfono con su compañera. Pero antes de morir, Dr. T. había planeado al detalle su funeral: pretendía una esfinge gigante de un puño con un peyote agarrado, el símbolo de su periodismo Gonzo, que escupiera a la noche del desierto sus cenizas con fuegos artificiales mientras sonara Mr. Tambourine Man. El funeral lo pagó su amigo Johnny Depp, quien encarnó a Thompson en la película Miedo y asco en Las Vegas, y quien también protagonizará The Rum Diary (ambas basadas en los libros homónimos de Thompson).
Cuando lo leí por primera vez, me identifiqué mucho con su estilo, pues el mío ya en ese momento -aún sin saber de gonzos ni otros referentes- tendía a parecérsele en el sentido de que quien contaba la crónica era parte de la historia que relataba. Me atrapó. Además, cuando empecé a conocer aspectos de su vida, le tomé cierto cariño. Hunter, escribía afilando su pluma, sacándole punta a sus ideas y vivencias; y cuando debía entregar algo en su trabajo, casi siempre lo hacía a último momento, pero siempre lo hacía bien. Viajó por varios países, incluyendo algunos de sudamérica; y se metió en más de un lío por decir lo que pensaba, el riesgo era una de sus drogas y no le gustaba que lo clasificaran en ningún grupo.
Tom Wolfe, quien también supo destripar con su pluma el sueño americano, escribió un artículo tras la muerte de Thompson, titulado Un amigo americano, en el que decía: "La vida de Hunter, como su obra, fue un alarido largo y salvaje, para usar la expresión de Whitman, de libertad y parodia –alimentada por las drogas– de todas las convenciones sociales que comenzaron en los ‘60. En esa empresa, Hunter fue algo completamente nuevo, algo único en nuestra historia literaria. Cuando incluí un fragmento de The Hell’s Angels en una antología de 1973 llamada El Nuevo Periodismo, él me dijo que no formaba parte de ningún grupo. Que él escribía a lo “gonzo”. Que era sui generis. Y eso es lo que era.
Sin embargo, también fue parte de una tradición centenaria de las letras norteamericanas: la tradición de Mark Twain, Artemus Ward y Petroleum V. Nasby, escritores cómicos que le agregaron a la comedia humana un nuevo capítulo en la historia de Occidente, en particular, en la historia norteamericana, y escribieron de un modo que era parte periodismo y parte memorias personales, combinadas con los poderes de una invención salvaje y una retórica aún más salvaje inspirada por la bizarra exuberancia de una civilización joven. Ninguna categorización abarca esta nueva forma, excepto la palabra inventada por el propio Hunter Thompson: gonzo."
Otro elemento que me infundió confianza al descubrir a Thomspon fue Francis Scott Fitzgerald. Thompson se identificaba muchísimo con él. De hecho, en sus inicios solía leer El Gran Gatsby completo y en voz alta para captar la música de las palabras, el ritmo. Sin embargo, la diferencia entre Scott y Thompson, como bien lo describe Luis M. Alonso, es que el primero miraba en las vitrinas de las pastelerías y se detenía delante de las fachadas de las tiendas de los ricos, mientras que el segundo lo que quería era romper los escaparates. Por eso, el estilo gonzo fue una consecuencia precisamente de ese ansia por participar activamente en la historia que después iba a contar...
¡A tu memoria querido Hunter!
Carla Badillo Coronado, del blog Mujer en Tierra Firme.
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