viernes, 17 de abril de 2009

SIETE NARRADORES DE COAHUILA (MÉXICO)


Al otro lado del océano también se hacen antologías de los más sucias, como esta de la que nos da aviso uno de nuestros hijos de satanás mexicanos, Carlos Velázquez, y que se puede leer y descargar aquí. Es el número 154 de la revista Punto de partida, con un monográfico titulado Siete narradores de Coahuila, del que os anticipamos un fragmento de uno de los cuentos:



Locas debilidades (por Wenceslao Bruciaga)


Estoy nerviosa, muy nerviosa. Siempre he creído que tengo la verga muy grande, aunque tampoco puedo resistirme a la tentación de usar minifaldas entalladas, a pesar de que el bulto en la entrepierna sea tan evidente, tan de mal gusto. Y es que bastante trabajo y sacrificio me ha costado conseguir esta figura como para evitar presumirla. Tengo que lucirla a como dé lugar. No en vano pasaba largas horas pedaleando la bicicleta estática de segunda que compré en la fayuca, allá en la Vicente Guerrero. No es por nada, pero tengo un cuerpo perfecto: unas piernas delicadamente torneadas, muslos musculosos, musculosos de verdad, no como otras mujeres que llenan sus minis de pura grasa acumulada; un vientre exquisito, ni un milímetro de lonja, senos… bueno, mis senos no son perfectos, ando en eso, uno de estos días serán voluminosos y redonditos —de mi propia carne—; por ahora utilizo compresas de algodón y papel maché que Giselle diseñó especialmente para mí. Las hormonas no hacen gran cosa. A muchos no les atraen mis hombros, dicen que no encajan en mi figura. La verdad, yo adoro mis hombros, me agrada que se vean anchos, hercúleos, y no tan exagerados como los de otros chicos colmados de Mega Energy Force 2010 o anabólicos. Creo que es lo único varonil que no me muero por ocultar: no me incomoda. Y mi cara, bueno, basta decir que me maquillo en exceso, con colores fríos, eso sí, aunque me encantan los metálicos. Por ejemplo, hoy decidí engrosar mis labios pintándolos de azul eléctrico. Me fascinan. Volteo y miro a Giselle de pies a cabeza. Sinceramente —y no es falta de modestia—, estoy mucho mejor que ella. Entonces, ¿por qué siempre se cuelga en una sola noche a muchos más tipos que yo? Pensándolo bien, no debo quejarme, es decir, yo me cogeré pocos, tres o cuatro máximo, pero siempre más guapos. Soy lista. No agarro al primer mequetrefe que se me para encima con barriga y bigotes disparejos de charro perdedor. No, no, no, ¡qué horror!, ¡qué asco! Pobre Giselle, tenerle que chupar el pito a esos hombres desagradables. No quiero imaginarme siquiera la escena. ¿Qué no le harán? Esos tipejos no tienen clase. Repito: ¡Qué horror! No, no le envidio nada.


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