Me comunicaron que en diez minutos salía el payaso.
Fui al camerino para avisarle, y lo encontré tumbado en el suelo sobre una manta,
con la botella de Areucas al lado vacía y rota,
una rebaba de alcohol en la camiseta interior a la altura del ombligo,
y otra de sangre en la costura del cuello. Parecía pintura, pero era sangre.
La camiseta se la quitaba para la actuación.
Llevaba un pantalón vaquero cortado a mano,
desigual por las rodillas, y un cinturón lleno de artilugios;
juguetes, martillos de plástico, y una pistola de agua.
Los labios, párpados, y las cuencas de los ojos, pintados de negro.
Fui al camerino para avisarle, y lo encontré tumbado en el suelo sobre una manta,
con la botella de Areucas al lado vacía y rota,
una rebaba de alcohol en la camiseta interior a la altura del ombligo,
y otra de sangre en la costura del cuello. Parecía pintura, pero era sangre.
La camiseta se la quitaba para la actuación.
Llevaba un pantalón vaquero cortado a mano,
desigual por las rodillas, y un cinturón lleno de artilugios;
juguetes, martillos de plástico, y una pistola de agua.
Los labios, párpados, y las cuencas de los ojos, pintados de negro.
La verdad es que ese maldito daba espectáculo,
pero ahora estaba más borracho que Caín. Ahora era lo mismo él que yo.
Abrí una botella de agua y la vacié sobre su cabeza, luego dos más.
Soltó algún ruido, le di unos golpecitos con la bota en el costado:
Oye, patán, en diez minutos te toca salir ahí. Tú mismo si quieres cobrar.
Balbuceó algún insulto con mucha educación, se volvió cara a la pared.
Aproveché, me agaché, cambié las pilas de su petaca, enclavijé el micro.
Ya sabes, en tres minutos ahí arriba, haz lo que tengas que hacer.
Salí de ahí, subí las escaleras, y me quedé tras el telón, fumando.
pero ahora estaba más borracho que Caín. Ahora era lo mismo él que yo.
Abrí una botella de agua y la vacié sobre su cabeza, luego dos más.
Soltó algún ruido, le di unos golpecitos con la bota en el costado:
Oye, patán, en diez minutos te toca salir ahí. Tú mismo si quieres cobrar.
Balbuceó algún insulto con mucha educación, se volvió cara a la pared.
Aproveché, me agaché, cambié las pilas de su petaca, enclavijé el micro.
Ya sabes, en tres minutos ahí arriba, haz lo que tengas que hacer.
Salí de ahí, subí las escaleras, y me quedé tras el telón, fumando.
El mago Edi seguía actuando. El truco de la bola roja que flotaba.
Podía verlo a ratos y a trozos, por entre los huecos.
Recuerdo que en algún momento llegué a ver el nylon a trasluz,
pero, aún desde tan cerca, no entendí de dónde hacia adónde ni cómo.
Las luces pueden mandarlo todo a la mierda.
El tiempo pasaba. El payaso no aparecía.
Aquello empezaba a parecerse a un problema.
Decidí que me diera igual. Hay veces que pensar así no es bueno,
hay que saber cuándo, pero si eliges bien es un acierto,
porque hay problemas que pasan solos.
Basta que pienses que no te importa que existan para que desaparezcan.
Podía verlo a ratos y a trozos, por entre los huecos.
Recuerdo que en algún momento llegué a ver el nylon a trasluz,
pero, aún desde tan cerca, no entendí de dónde hacia adónde ni cómo.
Las luces pueden mandarlo todo a la mierda.
El tiempo pasaba. El payaso no aparecía.
Aquello empezaba a parecerse a un problema.
Decidí que me diera igual. Hay veces que pensar así no es bueno,
hay que saber cuándo, pero si eliges bien es un acierto,
porque hay problemas que pasan solos.
Basta que pienses que no te importa que existan para que desaparezcan.
Fue lo que pasó, puede que por eso alguien decidió que aquel era mi lugar.
Edi sudaba, miraba de reojo, remataba su faena.
Escuché unos pasos y una tos subiendo los escalones.
Era el payaso, había resucitado pero le costaba caminar.
Llegó hasta mí, apoyó su mano en mi hombro, me pidió agua
para recargar la pistola. Le di un botellín.
Dos minutos, me chivaron. Respondí: Dos minutos, estamos listos.
Por unos segundos mi mente huyó con esa música de fondo.
En cuarenta minutos habría acabado la gala, sin complicaciones,
y la corbata del presentador para el segundo pase subía de Las Palmas
en un coche prestado. Todo estaba en su sitio.
Los artistas se sentían como en casa, y el personal pertinente
estaba al tanto de que algunos queríamos comprar coca.
Todo iba bien. Luego venía el pasacalles, función, y concierto.
Y más tarde el bar del pueblo reservado a puerta cerrada.
Quién sabe, quizás estaba aprendiendo a hacer mi trabajo.
Dentro en diez, nueve, ocho...
Edi sudaba, miraba de reojo, remataba su faena.
Escuché unos pasos y una tos subiendo los escalones.
Era el payaso, había resucitado pero le costaba caminar.
Llegó hasta mí, apoyó su mano en mi hombro, me pidió agua
para recargar la pistola. Le di un botellín.
Dos minutos, me chivaron. Respondí: Dos minutos, estamos listos.
Por unos segundos mi mente huyó con esa música de fondo.
En cuarenta minutos habría acabado la gala, sin complicaciones,
y la corbata del presentador para el segundo pase subía de Las Palmas
en un coche prestado. Todo estaba en su sitio.
Los artistas se sentían como en casa, y el personal pertinente
estaba al tanto de que algunos queríamos comprar coca.
Todo iba bien. Luego venía el pasacalles, función, y concierto.
Y más tarde el bar del pueblo reservado a puerta cerrada.
Quién sabe, quizás estaba aprendiendo a hacer mi trabajo.
Dentro en diez, nueve, ocho...
Lluis Pons Mora, poema inédito.
1 comentario:
MUY BIEN ESE LLUIS
SI LEES ESTO COMPAÑERO QUE TE ECHAMOS DE MENOS POR AQUÍ
EL KEBRAN
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