lunes, 14 de julio de 2008

SPLEEN, por Charles Baudelaire.


Soy como el rey de un país lluvioso,

rico pero impotente, joven y sin embargo muy anciano,

que, despreciando los saludos serviles de los preceptores,

se aburre con sus perros como con otros animales.

Nada puede divertirle, ni la caza, ni el halcón,

ni su pueblo muriéndose delante del balcón.

Del bufo favorito la grotesca balada

no desarruga ya el ceño de este cruel enfermo:

su lecho blasonado se transforma en sepulcro,

y las damas que le rodean, para quien todo príncipe es bello,

no saben ya encontrar un impúdico atuendo

que arranque una sonrisa de este joven esqueleto.

El sabio que le fabrica oro no ha podido nunca

extirpar de su ser el elemento corrompido,

y en esos baños de sangre que nos vienen de los Romanos

y de los que se acuerdan los poderosos cuando llegan a viejos,

no ha sabido reanimar a este cadáver alelado

por el que corre agua verde del Leteo en lugar de sangre.


Charles Baudelaire, de Las flores del mal. Traducción de Enrique López Castellón ( P.P.P. ediciones, 1988 ).

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