sábado, 30 de agosto de 2008

TIDELAND


El nuevo perro verde de Terry Gilliam

Por José Ramón García Chillerón
Acotaciones en negrita por Vara.

Tideland es una fantasía sin ostentosos efectos especiales no apta para mentes obstruidas por prejuicios. Yo diría más bien que Tideland es un viaje al epicentro de los mecanismos de defensa que usa una niña para escapar de la locura. El propio director ha declarado: "Las personas estúpidas no deben atreverse a ver la película".
Más que "estúpidos" yo me referiría a las personas no abiertas de mente o de estructuras mentales rígidas. Gilliam propone una revisión bizarra y posmoderna de Alicia en el país de las maravillas, lisérgico panegírico del matemático Lewis Carroll a su casto amor impúber. El personaje de Jeliza Rose usa el libro como referente básico en su particular universo irreal. La película adapta el libro homónimo de Mitch Cullin donde se narran las aventuras de Jeliza-Rose, una imaginativa niña que tras la muerte de sus padres drogadictos se convierte en demiurgo de un mundo ilusorio habitado por cabezas de Barbies. Y hadas-luciérnaga. Esta premisa argumental da pie al cineasta para desplegar su característico imaginario en una obra que no deja indiferente. De hecho, algunas secuencias (las de la casa sumergida y padre e hija inmersos en el agua) me remiten a la inolvidable Miedo y asco en las Vegas, película que me provocó todo tipo de sensaciones salvo indiferencia.
Más allá de la posible polémica que pueda suscitar el nuevo perro verde de este terrorista del celuloide, lo cierto es que Tideland es un film bellísimo en sus barrocas formas y aterrador/ molesto/ revelador en su discurso que se posiciona al lado de los marginados sumergiendo al espectador en una Arcadia freak que adopta la topografía de algún lugar indeterminado en el sur de los EEUU, donde la árida vegetación de la zona se transforma en océano y los trenes son grandes tiburones de metal. La historia de Jeliza-Rose (Jodelle Ferland), niña de nueve años que escapa del mundo que le rodea inventando uno nuevo, es la historia de todos los personajes de las películas de Gilliam en las que la línea entre realidad y ficción siempre resulta confusa: así Parry en El Rey pescador, Sam Lowry en Brazil, el anciano barón en Las aventuras del Barón Munchausen, Raoul Duke y el Dr. Gonzo en Miedo y asco en Las Vegas, hasta los hermanos Grimm que dan título a su actual película en cartel, huyen de la realidad por distintas causas y de diferentes formas para adentrarse en el territorio ignoto de la imaginación. Yo me remito al personaje del Rey Pescador que huye de la realidad para evitar el trauma de la muerte de su mujer a manos de un asesino de masas. Supongo que la línea de realidad y ficción siempre es confusa porque confusa es también la línea que separa locura y cordura o realidad y sueño.
Otro elemento característico presente en el film y que se repite en determinados títulos de la filmografía de nuestro autor, es el de la indiferencia por parte de los adultos hacia los niños, la insatisfacción que se da en todas las relaciones paternofiliales mostradas en el cine del ex-Monty Python, la terrible visión de la edad adulta como una pérdida de la capacidad de soñar. En Tideland Jeliza-Rose es ninguneada por sus padres debido a la adicción de estos a las drogas. Básicamente, la relación con su madre es masajearle las piernas, y respecto a su padre prepararle el chute que lo lleva a esos universos paralelos de paz y sueño. También suele leerle el libro de Alicia en el país de las maravillas y escuchar los relatos que él le cuenta sobre tierras imaginarias que algún día visitarán. Pienso que la relación es más intensa con el padre, pero el nivel de comunicación que se establece entre ambos está marcado por las ideas delirantes que provoca la ingesta compulsiva de droga. Aunque Jeliza-Rose se aferra a esa dialéctica sin cuestionar las ilusiones de su progenitor, un cantante de rock en decadencia. Es impagable la escena donde la niña intenta coger una de las chocolatinas de la madre y la reacción histérico-agresiva que provoca. De la misma forma, en Los héroes del tiempo los padres del niño protagonista permanecen idiotizados ante el televisor (principal anulador de la imaginación para Gilliam) sin hacer el menor caso a su hijo, así como en El Barón Munchausen el padre no prestaba atención a su hija. El desprecio del director de Doce Monos hacía la figura paterna le lleva a eliminarla de las vidas de sus impúberes protagonistas, resolución tomada tanto en Los héroes del tiempo como en Tideland, no así en Munchausen, prefiriendo dejar a su suerte a las jóvenes y aún puras conciencias infantiles. La muerte de la madre provoca el viaje final a ninguna parte o, más bien, al centro de la locura definitiva, donde personajes solitarios y desarraigados sobreviven a su propia demencia. Es un universo de incomprensión donde el sueño máximo es matar al gran tiburón de metal que surca el océano de tierra, y que conduce a un clímax final donde el caos de la propia realidad se traga al caos de la imaginación forzada para escapar de la locura.
Formalmente, Gilliam conjuga los espacios abiertos y diáfanos mostrados mediante amplios y estilizados planos generales, con otros opresivos y tenebrosos de tendencia post-expresionista en los que abundan los contrapicados y la utilización de la profundidad de campo como elemento inquietante. Consiguiendo de esta manera la puesta en imágenes de los dos mundos/ estados mentales en los que se mueve la pequeña Jeliza-Rose, donde confluyen la candidez de los cuentos de hadas y la sordidez del "realismo sucio". Así, el tono final del film está marcado por la oscuridad. Esa oscuridad suprema que invade la pantalla dejándonos ver únicamente la mirada de Jeliza-Rose enfrentándose al horror en el impactante, terrible y políticamente incorrecto final de la función. Completamente de acuerdo.
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Sinopsis

Bienvenidos al mundo de Jeliza-Rose, la joven protagonista y narradora de Tideland. ¿Qué le ha traído a Jeliza-Rose desde Los Angeles a una granja tejana? ¿Por qué su padre, ex guitarrista de rockabilly, ya no le habla? ¿Y quién hace todo ese ruido en el ático? Su madre acaba de morir de sobredosis, y Jeliza-Rose huye de la cruda realidad de su infancia para dejarse llevar por las fantasías de su viva imaginación, conformando así un mundo fantástico en el que las luciérnagas tienen nombre, los hombres de barro despiertan al atardecer, tiburones monstruosos nadan por las vías del tren y cabezas seccionadas de Barbies comparten sus aventuras.

3 comentarios:

DEBORAH VUKUSIC dijo...

me declaro estúpida... me pareció una película horrible; a pesar de mi total adoración por Bridges... tiene momentos y un universo acojonantes pero para mí fue una película difícil de soportar...

atrocity exhibition dijo...

Que conste que lo de "estúpidos" lo ha dicho Gilliam.
Te recomiendo el documental de Vincenzo Natali "Getting Gilliam", que aborda el rodaje de la película y pone en evidencia peculiaridades de los personajes del film.
Creo que es lícito que una película guste o no guste.

En fin,
besos neurótikos...
(todos sabemos que no eres para nada estúpida, Vuk)
Vara

Unknown dijo...

"la terrible visión de la edad adulta como una pérdida de la capacidad de soñar."

Me parece genial vuestro análisis sobre la figura paterna en las peliculas de Gilliam.

Muy curioso el formato de las acotaciones, es como un programa de televisión sobre cine o el contraste de comentalista y experto en un partido de futbol (en este caso una película) :P

Saludos!