Yo soy el mismo de ayer el que no gime
entre los dientes del coyote
el que descuartizado se sonríe
pero que exige su cortejo y su fecha
cuando le toca la ternura.
Yo estuve ahí la luna lo diría las luciérnagas
cada uno de mis poros
fue un objeto herido por el humo del copal
nada me arrebataron sin matarme
y fui el ciego ambulante
tocando el mapa de las hojas.
El general Villa me despidió era el polvo aplastado
después de darme unas monedas
me vio partir moqueando sin decirme nada
y por si alguno se inquietó con mi silencio
diré que mi alma está en cuclillas
desde entonces no mato bien.
La niebla de repente me atonta
toda la vieja niebla
se quita el gran sombrero se acomoda
entonces no sé si me vanaglorio
o si es cierto el flechazo que soporto
a pura sangre y dientes apretados
a puro chínguese alguien olvidando el escudo
sólo el avance contra el golpe queda.
Yo soy el mismo siempre el macheteado
a la orilla del potro el muchachito
feroz a quien le hiede el nombre y qué me importa
el que conserva la guitarra
abofeteando a la hembra a la guitarra
y a la sangre arruinada
que es una mancha que me corre adentro.
Tengo otras cosas que contar
el fango me enseña mucho
numerosas infamias nos regala para adornar el estandarte
el disminuido espejo que te escupe la cara.
Amo creo a mi patria hasta matar
hueso perfecto espero desnudar por gracia de los cuervos
la única ceremonia es el silencio
la única.
Roque Dalton, de Los testimonios ( Baile del sol, 2008 ).
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