A veces una fiera se queja dentro de mi pecho,
y yo la dejo salir.
Entonces destroza mobiliario urbano
y los trabajadores del zoo doblan su dosis de antidepresivos,
porque no pueden atraparla.
Se pasea por las calles
bebiendo vino caliente,
metiendo las zarpas en los charcos de agua estancada,
rebuscando entre las basuras
algo de valor.
Luego se recluye en mi casa
y garabatea encima de mis textos.
Yo no me enfado porque lo hace bastante bien,
pero al día siguiente me pregunto
quién habrá escrito eso.
Luego intento olvidarlo...
Olvidarlo hasta que vuelvo a
oírla
gruñir.
Albert Clavería Baranda, poema inédito.
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