Llevo varios días desentendida del tiempo. Aquí, en el lejano Oeste, las horas caminan distinto; lentas como los pasos del forastero que cruza Fountain Hills cada mañana. El calor azota a casi todo el pueblo. Aún no he caminado largas distancias, prefiero por ahora observar al polvo coquetear con cactus y ramas secas. La gente insiste que debo aclimatarme, que debería permanecer en casa si no quiero desmayarme en mitad del camino, que Sonora no es broma, que hay gente que ha muerto por jugar en el desierto. Dicen que necesitaré aire acondicionado todo el tiempo y no sé cuántas cosas más. Yo los escucho en silencio y sonrío desde mi banca. A lo lejos un coyote aúlla. Lo único que necesito por ahora es mirar a los saguaros en medio de las rocas, ver cómo envejecen los guardianes de la arena. Todos me advierten lo implacable que puede ser el sol en Arizona. Quizá tengan razón, puede que sea implacable, pero es el único que por ahora me acompaña.
Carla Badillo Coronado, del blog Mujer en Tierra Firme.
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