Es bello contemplarte aquí en tus huesos.
Mirar la hermosa fábrica de sangre
que se erguía en tu cuerpo tan querido.
Estos huesos tuvieron su cintura,
tus labios, las colinas de tus senos.
Toda tu carne amada los rodeaba.
Es grato acariciarte aquí en tus huesos.
Como si te tuviera nuevamente
cuando el placer hallado los movía.
J.M. Fonollosa, de Ciudad del hombre Nueva York ( Quaderns Crema, 1996 ).
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