Llegó el día
en que las discotecas se abrieron
y en su mansedumbre las chonis
se arrodillaron frente al precipicio.
Los chavalitos se tragaron
un petazeta místico
con la imagen de la salvación
y se me quedaron mirando
toda la noche.
Estoy sangrando de verdad
me dije en la barra,
presa de una divinidad
no pensada para mí.
Si existiera un cementerio
pudiera ser esto, pudiera ser esto
el éxtasis, la extrema unción.
Hijas mías, asciendo
sobre la cicatriz y la moda.
Estoy siendo llamada.
Perdonadme, amigas
que las deje tiradas
envuelta en el terciopelo
más chic y más rojo.
Los perros anoche
adivinaron mi revelación.
La absenta brilló
y las tiendas de chinos
relucieron como nunca
porque a Gemma llamarían
a la siniestra del Paraíso.
Desaparezco del santoral
subiendo a la superficie,
les dejo con la gracia
de la adivinación.
Estoy moliendo uvas con los pies.
Estoy esquivando
las chinchetas con que el diablo
me quiere agujerear.
Muevo los dedos
como pequeñas alitas
porque me ahogo y lo veo.
Veo una luz, una enorme bola de espejos
mientras la música me dice
que no estaré más sola.
Mi traje de noche deja ver
mis bragas, y de ellas se desprenden
pequeños hilos de los que cuelgan
nombres, y más nombres.
Amantes queridos,
entro en el pantocrátor, ondadisco
y frugal. Les dedico un bombón
lleno de rabia.
Amigas de mi alma,
Drosófila, Danaus, Piolínde mis emores,
les dejo mis textos
dictados por el sacrificio.
Esta ciudad me impulsa,
mis tacones son pequeños
cohetes que me lanzan
a la exploración.
Capitalistas de mierda,
no hagan causa de mi causa.
Ya lo veo, siento el aire.
He sido elegida, no me percato
de las marcas del arnés
que me elevan rompiendo
el cielo vítreo de la pista.
Abrirme paso, queridos súcubos,
que ahora mismo me reecuentro
con Papá. Aquí yace Gemma
Galgani, la santa,
se me permitió vivir
hasta los 25.
Gemma, la Santa
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