“En la locura no hay más tierra que el cielo imaginado donde aprendemos a volar con las alas cortadas”
Mohamed Chukri es la voz de los que callan. Es el niño de la calle que aprende a denunciar, a maldecir y a insultar. Es un espejo roto, un gramófono estropeado, un regusto a vino viejo, malo y caliente en el paladar de la sociedad bienpensante. En su autobiografía nos descubre un mundo, su vida y un manual de supervivencia excelente. Escrita en tres libros y en tres momentos distantes en muchos años, forma una unidad de espacio y tiempo que refleja la trayectoria social de una generación concreta en una ciudad, Tánger, que se convierte en mito.
Nacido en 1935, en una desaparecida aldea del Rif que ni los viejos recuerdan, Beni Chiker, emigra con su familia a Tánger a la edad de siete años. Es la época del hambre, la sequía y el éxodo. Las constantes palizas de su padre a todos los miembros de la familia le convierten en un niño de la calle. Aprende a robar, a mendigar y a dormir en los cementerios para evitar ser violado por los adultos.
Con diez o doce años conoce los bares, pues los borrachos son generosos y a veces dan de comer a los jóvenes, o se dejan robar más fácilmente. Crece y se convierte en un buscavidas profesional. Ladrón, guía turístico, chapero, chico de los recados, traficante. Lo que sea para ganarse unas monedas que cada vez más se gasta en hachís y bebida y menos en comer.
Esta es la historia de “El pan desnudo”, un libro que ve la luz en 1972, en una sociedad cargada de prejuicios, tabúes y dogmatismos. La descripción de su vida se convierte en denuncia, en arma arrojadiza. La obra fue rápidamente traducida al inglés por Bowles y al francés por Ben Jelloun, (al español tardó unos pocos años más). En Marruecos pasó prácticamente desapercibida hasta 1983, entonces fue prohibida por la censura oficial, que la catalogó de pornográfica y de mal ejemplo para la juventud del país.
Y sí. Chukri escribe puñaladas al aire, con frases cortas y afiladas, como un niño asustado defendiéndose de un peligro invisible. Con mucha rabia y dolor contenido, aunque con los ojos secos y la cabeza alta. En 1989 Chukri fue condenado a muerte por el Ayatolá Jomeini, y sus libros están prohibidos en buena parte de los países árabes. Cuando le hablan de esto contesta desafiante: “Esto no me impide seguir escribiendo lo que escribo. Si a mí me ataca un loco por la calle y me da una puñalada y muero, me importa un pepino. Porque tú te vas pero la idea queda. Yo también llevo conmigo un cuchillo. De gran tamaño. No quiero irme solo al cementerio. Puedo llevarme por delante uno o dos de esos locos. No me voy solo”.
Con veinte años emigra a Larache para aprender a leer y escribir. De nuevo vive las peripecias del vagabundo que se busca la vida a contracorriente. Sin embargo, ha logrado alejarse de Tánger y de la vida de traficante. A partir de ahora sólo soñará con ser escritor. Es pobre y no tiene nada. Duerme en las plazas, en los portales, jardines y cementerios. Come lo que le dan sus compañeros de clase, diez años más jóvenes que él, y por las noches deambula de bar en bar, emborrachándose y fumando kif o hachís cuando puede.
Los veranos los pasa en Tetuán, visitando cafés, regateando al hambre unas copas y leyendo por las noches en los portales que le servían de refugio. Allí, en el Café Continental, conoce a Mohamed Sabbag, el literato más importante de Marruecos. Un día, armado de valor, le entrega un poema en prosa y de este modo encuentra a su primer maestro. Sin embargo, Chukri no encajaba en la literatura clásica de su tutor. “Me di cuenta de que la escritura podía ser una forma de denunciar y protestar contra aquellos que me habían robado la infancia, la adolescencia y parte de mi juventud. Fue en ese momento cuando mi escritura se volvió comprometida”.
Del colegio pasó al instituto y de aquí a la Escuela Normal de Profesores. Vive en pensiones, alterna con putas, borrachos, ladrones y todo tipo de majaderos. Sin embargo, algo en la calle está cambiando. Tánger consigue el estatuto internacional y se pone de moda. Se cierran los viejos burdeles y llega una nueva generación de prostitutas con sus nuevos mundos. “Las putas de antes eran más cariñosas y tenían cultura, al menos tenían cultura oral. Sabían contar historias, ¿entiendes? las de antes tenían tiempo. Las de ahora ponen el reloj y ni disimulan: 'Son quince minutos'.”
Ha llegado la nostalgia, y con ella las discotecas, las nuevas drogas, los años sesenta, los escritores famosos que buscan paraísos exóticos donde no tengan que esconder sus vicios, sus borracheras o su homosexualidad. Truman Capote, Tennessee Williams, Jack Kerouac, Paul Bowles, William Burroughs, Jean Genet, Juan Goytisolo y el resto de malditos. Son cientos de fiestas, juergas subvencionadas donde cada cual conseguía lo que quería. Es la bohemia y la vida fácil que, sin embargo a Chukri se le siguen atragantando.
Y es que la vida pasa factura y nuestro amigo fue internado en un par de ocasiones en un centro psiquiátrico donde pudo recogerse y reencontrarse, poner su alma sedienta a secar y escribir algo que le rescatase momentáneamente de la locura. De estos episodios de su vida deja humana constancia en su autobiografía, unos pasajes escritos con especial ternura donde el autor se empeña en buscar la belleza que se esconde tras la miseria, la caída y el fango.
Estos son los años que recoge la segunda parte de su autobiografía, “Tiempos de errores”, escrita más de una década después de la primera parte. Ya no escribe a navajazos. Ahora piensa más. Escribe menos con el estómago y más con la cabeza. El quiere ser escritor, no vengarse de su pasado y de quienes le robaron su infancia mediante la escritura. “Tengo dos memorias: la memoria analfabeta y la memoria de un hombre que ha aprendido a leer una vez cumplidos los 20 años. Lo que hace que escriba primero en mi cabeza, de forma neurótica. Luego, perfilo sobre el papel con la ayuda de la gramática y del estilo. Soy un hombre de las callejuelas. Nunca he sido alguien estable.”
Su último libro, “Rostros, amores, maldiciones” lo escribe en 2002, envejecido, alcoholizado y enfermo. En él encontramos a un Chukri maduro, reflexivo, tranquilo, casi recreándose en lo que escribe, aunque todavía de pié y rebelde. Nos habla con mucha nostalgia de su Tánger amado, de sus viejas farras, de las putas que conoció, que amó y le amaron. También nos describe sus puntos de agarre, los clavos ardiendo que le sujetan en esta vida absurda y borracha, eternamente solitaria. Los últimos sitios de la barra de un bar, los prostíbulos que aún mantienen cierto aire de un glorioso pasado, las jóvenes putas con las que ya no se puede acostar. En fin, las gentes que le mantienen medio erguido. De todos modos, sigue defendiendo su casta maldita: “Yo estoy comprometido socialmente. Me inclino a defender a las clases marginadas, olvidadas y aplastadas. No soy Espartaco, pero creo que todas las personas tienen una dignidad que tiene que ser respetada. Aunque no hayan tenido oportunidades en la vida”.
Mohamed Chukri muere como un rey, nunca mejor dicho. Su golfa vida le pasa factura. Tiene todos los cánceres que se pueden tener al mismo tiempo, completamente podrido, consciente de su degeneración, y sin embargo encumbrado por el régimen del nuevo rey alauita, que le convierte en el escritor por excelencia de Marruecos. De hecho, sus libros vuelven a ser permitidos tras diecisiete años de censura. Su viejo amigo Mohamed Achari, poeta y novelista y a la sazón nuevo ministro de Cultura de la Unión Socialista de Fuerzas Populares, anuncia la noticia. Y cuando ha de ser hospitalizado, el mismísimo Mohamed VI lo lleva a su hospital militar de Rabat, donde nada pueden hacer para salvar su vida, que se apaga el 15 de Noviembre del 2003, a los 68 años de edad.
Pero como dijo el propio Chukri, el hombre pasa, pero queda la palabra. Él nos dejó tres novelas traducidas al español, algunos cuentos y entrevistas, y un mundo, su mundo, irrepetible, ilocalizable y sin embargo tan al alcance de la mano. Bueno, no tanto. Las ediciones de sus obras están agotadas, no se encuentran en las librerías, ni siquiera en las de segunda mano y nuestro amigo es un completo desconocido para el gran público español.
Así, para finalizar, unas palabras que dirigió Chukri a José María Aznar cuando, en su viaje a Marruecos como presidente del gobierno español, pidió reunirse con algunos de los intelectuales marroquíes más importantes del momento: “Yo le expresé que, en mi opinión, España nos ha dado la espalda culturalmente durante muchos siglos. Francia ha dejado más instrucciones y cultura que los españoles. En este sentido dice un proverbio árabe “Quien no tiene no puede dar”; nosotros comprendemos que España ha sufrido muchas crisis desde 1898. Y la guerra civil española, catastrófica, inhumana y también las consecuencias de la segunda guerra mundial han influido negativamente sobre España y sobre todo el territorio que ocupaba en el norte de Marruecos. Y no olvidamos también la dictadura franquista, que duró 40 años”.
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