La situación era la siguiente:
ni la Ani ni la Aza estaban en la ciudad,
por lo que aquellos días para nosotros
no eran muy diferentes que Saigón en el 73.
El Trompet vino a por mí a la estación
de trenes el sábado por la noche,
y aquella noche vomité por los callejones
de La Perra Gorda con suma facilidad.
A los dos días llegó Antoñito,
con lo puesto, un par de deudas,
unos currículos, la camisa de las entrevistas,
las dos manos delante y ninguna detrás.
Ya te digo que estábamos jodidos.
El Trompet nos adoptó entonces,
nos dio su casa y su compañía
con la inmensa sonrisa que le pertenece.
Hizo por cuidarnos, por abastecernos
de arroz y de paz, por que no faltara
donde lavarse, donde dormirse,
donde sentir la tormenta de piedras.
Acabe como acabe esto debemos afirmar
que hizo soportables nuestras vidas.
Antoñito y yo contactábamos con ofertas:
ayudante de tubero, estudios de mercado
para fumadores, jardinero, comida rápida,
almaceneros, sparrings del amor…
Pero nunca nada emitía respuesta.
Y realmente seguimos así. Un poco peor.
Lo cuento en pasado para ver si esto pasa.
Lo he intentado antes pero no sé escribirlo,
sólo algunas notas: lo que no puede matarse
es un hombre que se adentra en las calles
con su historia en una maleta verde.
Un hombre o una mujer. Creo que escribí
eso, y la amistad es nuestra única ventaja.
Quedémonos por tanto con:
La ciudad era Saigón. Granada;
Antoñito y yo; seis años después.
Sin drogas. Sin trabajo. Sin dinero.
La maleta verde. Corren los días.
Los yanquis, el mundo, en contra.
Nuestra única y mayor ventaja.
Y al Trompeta ni tocarlo,
(ni a la Ani tampoco).
ni la Ani ni la Aza estaban en la ciudad,
por lo que aquellos días para nosotros
no eran muy diferentes que Saigón en el 73.
El Trompet vino a por mí a la estación
de trenes el sábado por la noche,
y aquella noche vomité por los callejones
de La Perra Gorda con suma facilidad.
A los dos días llegó Antoñito,
con lo puesto, un par de deudas,
unos currículos, la camisa de las entrevistas,
las dos manos delante y ninguna detrás.
Ya te digo que estábamos jodidos.
El Trompet nos adoptó entonces,
nos dio su casa y su compañía
con la inmensa sonrisa que le pertenece.
Hizo por cuidarnos, por abastecernos
de arroz y de paz, por que no faltara
donde lavarse, donde dormirse,
donde sentir la tormenta de piedras.
Acabe como acabe esto debemos afirmar
que hizo soportables nuestras vidas.
Antoñito y yo contactábamos con ofertas:
ayudante de tubero, estudios de mercado
para fumadores, jardinero, comida rápida,
almaceneros, sparrings del amor…
Pero nunca nada emitía respuesta.
Y realmente seguimos así. Un poco peor.
Lo cuento en pasado para ver si esto pasa.
Lo he intentado antes pero no sé escribirlo,
sólo algunas notas: lo que no puede matarse
es un hombre que se adentra en las calles
con su historia en una maleta verde.
Un hombre o una mujer. Creo que escribí
eso, y la amistad es nuestra única ventaja.
Quedémonos por tanto con:
La ciudad era Saigón. Granada;
Antoñito y yo; seis años después.
Sin drogas. Sin trabajo. Sin dinero.
La maleta verde. Corren los días.
Los yanquis, el mundo, en contra.
Nuestra única y mayor ventaja.
Y al Trompeta ni tocarlo,
(ni a la Ani tampoco).
LLuis Pons Mora, inédito.
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