Médicos gallegos diagnostican la enfermedad en niños de 13 añosLa anorexia nerviosa comienza a ser cosa de niños. Los especialistas gallegos perciben que este trastorno de la alimentación "afecta a niñas cada vez más jóvenes"
ADANER
ADANER
Miro a Eva
con el vértigo en los huesos
y los ojos llenos de prisa.
Y pienso en todo el daño
que me hice.
En todo el daño que me hicieron.
Y abrazo a mi niña
para arrancar de la retina
tanto hielo
y tanta negación.
Recuerdo los pechos vendados
bajo el maillot,
desaparecidos tras las vendas.
Me hubiera roto
las vértebras de asfixia.
Recuerdo mi forma
de arrancar el vello
con esparadrapos.
Mis axilas no eran vírgenes
y mi sexo tenía pelusa.
Aquel vello se me clavaba en los ojos.
Aún me queda vello en la retina.
Recuerdo mi cintura fina.
Las niñas no tienen
cintura fina.
Mis curvas fueron apretadas
como un puñado de tierra.
Lloré sobre esas curvas
y clamé paz para mis hormonas.
Recuerdo la gravedad de mis huesos
mi forma sañuda de lavarlos,
salvaje e iracunda.
Recuerdo los platos pequeños.
Las trampas.
La comida volando por la ventana
o escondida en los cajones.
El hospital.
Las sondas como un prolapso
de mis venas.
El suero.
El valor energético cero del suero.
El recuento hipnótico de las gotas de suero.
La botella de suero entre las manos
mientras subía y bajaba las cinco plantas
del hospital.
Recuerdo a la vieja chillando.
Se murió a mi lado.
Sus estertores aún zarandean
mi cama.
Aprendí a mentir
por no aprender cómo se muere
una niña.
Recuerdo cómo acariciaba mis costillas
y el lanugo de mi cuerpo.
El color azulado de mi piel.
La fascinación por la hermosura
de las manzanas.
Yo buscaba la inexistencia
bajo la cinta o las mazas.
El vuelo infantil bajo el aro y la pelota.
La cuerda en el hueso.
Recuerdo que no dolían los murmullos.
Recuerdo que quise morir y no supe...
pero quise.
Y yo era una niña.
Y una niña no debe ansiar
la muerte...
Todavía me toco los huesos
buscando la calma
de su vehemencia.
Era una niña.
Y ya quise...
Ahora, abigarrada
a mi cría,
no quiero.
Hoy no quiero.
con el vértigo en los huesos
y los ojos llenos de prisa.
Y pienso en todo el daño
que me hice.
En todo el daño que me hicieron.
Y abrazo a mi niña
para arrancar de la retina
tanto hielo
y tanta negación.
Recuerdo los pechos vendados
bajo el maillot,
desaparecidos tras las vendas.
Me hubiera roto
las vértebras de asfixia.
Recuerdo mi forma
de arrancar el vello
con esparadrapos.
Mis axilas no eran vírgenes
y mi sexo tenía pelusa.
Aquel vello se me clavaba en los ojos.
Aún me queda vello en la retina.
Recuerdo mi cintura fina.
Las niñas no tienen
cintura fina.
Mis curvas fueron apretadas
como un puñado de tierra.
Lloré sobre esas curvas
y clamé paz para mis hormonas.
Recuerdo la gravedad de mis huesos
mi forma sañuda de lavarlos,
salvaje e iracunda.
Recuerdo los platos pequeños.
Las trampas.
La comida volando por la ventana
o escondida en los cajones.
El hospital.
Las sondas como un prolapso
de mis venas.
El suero.
El valor energético cero del suero.
El recuento hipnótico de las gotas de suero.
La botella de suero entre las manos
mientras subía y bajaba las cinco plantas
del hospital.
Recuerdo a la vieja chillando.
Se murió a mi lado.
Sus estertores aún zarandean
mi cama.
Aprendí a mentir
por no aprender cómo se muere
una niña.
Recuerdo cómo acariciaba mis costillas
y el lanugo de mi cuerpo.
El color azulado de mi piel.
La fascinación por la hermosura
de las manzanas.
Yo buscaba la inexistencia
bajo la cinta o las mazas.
El vuelo infantil bajo el aro y la pelota.
La cuerda en el hueso.
Recuerdo que no dolían los murmullos.
Recuerdo que quise morir y no supe...
pero quise.
Y yo era una niña.
Y una niña no debe ansiar
la muerte...
Todavía me toco los huesos
buscando la calma
de su vehemencia.
Era una niña.
Y ya quise...
Ahora, abigarrada
a mi cría,
no quiero.
Hoy no quiero.
Eva Vaz, de La otra mujer.
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