Bien, señor, el caso es que debería haberme encontrado a gusto, tan a gusto como un hombre puede encontrarse. Porque allí estaba yo, el jefe de policía de Potts County y ganando al año casi dos mil dólares, sin mencionar los pellizcos que sacaba de paso. Por si fuera poco, tenía alojamiento gratis en el segundo piso del Palacio de Justicia, el sitio más bonito que un hombre pueda desear; hasta tenía cuarto de baño, de manera que no me veía en la necesidad de bañarme en un barreño ni de ir a un lugar público, como hacían casi todos los del pueblo. En lo que a mí concernía, creo que podía afirmarse que aquello era el reino de los cielos. Para mí lo era, y parecía que podía seguir siéndolo –mientras fuera comisario de Potts County– , con tal de que me preocupara sólo de mis propios asuntos y sólo detuviera a alguien cuando no tuviera más remedio, y de que el detenido fuera un don nadie.
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