Adivinaba en los transeúntes una sandez tan inveterada, tanta execración para las ideas de él y tanto desprecio para la literatura, para el arte, para cuanto él adoraba, implantados, anclados en esos estrechos cerebros de negociantes preocupados exclusivamente de fullerías y de dinero y accesibles sólo a esa baja distracción de los espíritus mediocres llamada política, que volvía rabioso a su casa y se encerraba a piedra y lodo con sus libros.
Jois Karl Huymans
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