lunes, 19 de mayo de 2008

LOS DESAFECTOS DE LA PATRIA, por Eloy Fernández Porta


LOS DESAFECTOS DE LA PATRIA
Eloy Fernández Porta
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Manuel Vilas, España (DVD, Barcelona, 2008)
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Del alto estilo y la baja estofa. ¡Oh, Ejpaña! El singular tratamiento de nuestro tema que propone este libro -novela desencuadernada, país en bruto, vendido a peso- es indisociable de la evolución creativa de su autor, que parece haber encontrado en este motivo el crisol de sus valores. En efecto, en relación con la carrera de Manuel Vilas España da fe de una transformación creativa que está apuntada ya desde los inicios de su obra. En uno de sus poemas primerizos, “Hölderlin”, leemos la siguiente descripción del vate por antonomasia: “Primero, un joven exaltado (…), luego un loco más entre los que abonan los campos de la tierra”. Por una parte, la exaltación idealista y la búsqueda del absoluto; por otra, la materialidad y lo irracional: el idealista como abono. La primera vertiente está más presente, o acaso más explícita, en el primer tramo de la obra del autor zaragozano, esto es, en sus poemarios de los años noventa. Libros como Las arenas de Libia muestran a un autor de filiación romántica y genealogía francesa, practicante de un Gran Estilo y un élan más bien insólitos en la lírica española de la época. A la luz de sus libros posteriores pudiera pensarse que esta primera fase es preparatoria o que resulta demasiado distinta del realismo cruel de sus textos recientes. No obstante, el vínculo entre esos dos momentos de su producción se nos antoja necesario. Lo muestra su antología El nadador (Poesía, 1988-2002), que consigna el paso del Vilas 1.0, exaltado y soñador, a un Vilas 2.0, rijoso y delirante, que abona los baldíos y terruños de nuestros lares con las carroñas de los grandes sistemas de pensamiento. Se comprueba en versos como los de “El último hombre”, donde la anécdota escogida ya no es trascendental sino cotidiana –un diálogo en una terraza mallorquina-, la perspectiva ya no es áurea sino terrenal, pero el tratamiento formal, bien lejos de los postulados del realismo poético y de la “experiencia” en cualquiera de sus promociones, opta por el verso extenso y monumental, otorgando un vuelo aéreo a la escena: “y tú, Trajano, llevarías en tu espléndido lomo un botiquín de la Cruz Roja”. Versos que exceden las veinte sílabas para describir situaciones cotidianas; poesía con derivas narrativas, contrafigura de una narrativa rica en acentos líricos: esta serie de contrastes entre el alto estilo y la baja estofa se convertirá en adelante en la marca de fábrica del autor. Así Españia.

Abyectos: el torturador como funcionario. La situación narrativa más propia de España es la abyección perpleja, esto, es, la comisión de un acto extremo con plena conciencia de sus consecuencias y sin cargo de conciencia. Miguel Ángel Blanco asesinado; un escritor de fuste ninguneado por un crítico negador; Marisol brutalizada por un psicópata; un hombre a quien su esposa engaña con ciento cuarenta y seis amantes. Todas estas escenas tienen un dramatismo exacerbado, pero también una conmovedora frialdad. El ofensor cumple su tarea con formalidad de funcionario; la víctima, en buena parte de los casos, acepta su destino, con laica resignación, así su destino fuera el del país entero. Codificada y planificada, la crueldad social requiere de un soporte tecnológico que la organice: es el tema del pimer capíulo, el Noevi, un sistema para grabar y archivar todas las conversaciones, que se convierte así en el disco duro absoluto de los vínculos personales[1]. En otras versiones más tradicionales el acto abyecto daba lugar a una catarsis; en España –el país, la novela- aquel se ha convertido en un formalismo de funcionario. Vuelva usted mañana a por su próxima degollina: en los tiempos de la extremitud Vilas se presenta como el crítico de la burocracia del horror.

RealTime: La aceleración al futuro. El destino de un país siempre se proyecta sobre el mañana. Un horizonte de prosperidad, de progreso, de realización del destino nacional como manifest destiny: tal es el repertorio de los mítines, de la oratoria política, del discurso público en general. Las ilusiones de trascendencia figuradas en un Futuro Mejor: este es el principal motivo satírico del libro. La monarquía, las representaciones del poder político, los premios y prebendas aparecen aquí como formas del Apocalipsis. ¡Una plaga de mejillones cebra acabará con la nación! En varios casos la proyección al futuro es parodiada por medio del género que mejor la representa: la ciencia-ficción. La excursión a la fotosfera del sol o la escena de un astrónomo depresivo que ya sólo ve basura en los astros nos ofrecen la más prosaica materialidad del mañana. Contra las ilusiones ideológicas que utilizan el porvenir como horizonte inasequible y excusa de los errores presentes, España viene a mostrar el mañana como pecio, como ruina impresentable de todos los ahoras. Esta estrategia culmina en la sección final del libro, con una Breve Historia del Tiempo que presenta el terruño dentro de varios siglos[2], y cuya escena conclusiva es la situación abyecta y futurista por excelencia: la crucifixión, representada aquí con un sentido más propio de los Monty Python que de la Biblioa. De este modo el anhelo de Eternidad que recorría la primera época del autor reaparece, en versión bufa, como un eterno temporal sostenido con tingladillos y chabola, con remedos de esparadrapo en los bordes.

Vilas' dramatis personae: Una tipología. En la nación abyecta y proyectada los personajes encarnan identidades fluidas o caricaturescas, sin punto medio. La disparidad de los protagonistas es unificada por una figura central: la del autor mismo, cuyo nombre aparece asociado a varias identidades diferentes, cambiando de texto en texto, adoptando las personalidades más dispares. Esa diferencia genera una tríada de actores interrelacionados:
- El mediador chiflado. El crítico literario debería ser el puente puente entre el creador y el público, entre el talento individual y la vox populi. Pero el que aquí aparece ha dimitido de su papel, y practica, de manera concienzuda, un bloqueo informativo: a través de él no pasará ninguna información relevante sobre el genio literario. Otros personajes complican o problematizan el papel del intermediario: el astrónomo se niega a describir los astros, y sólo nos muestra la basura estelar; la ninfómana, por el contrario, se convierte en el personaje de paso de toda la comunidad masculina. En la tradición de la novelística social la figura del mediador resulta fundamental para describir la comunidad. En la trilogía de Dos Passos es la prostituta; en las novelas gráficas de Will Eisner, el casero del bloque: son los personajes que gozan de mayor extensión pública, los que más gente conocen: los que construyen, mal que bien, la comunidad, sea barrial o ciudadana. Mediación: punto nodal de los encuentros, de las situaciones, de los datos. En la comunidad desobrada de Ehpaña los encuentros se han hecho imposibles: el mediador trastornado nos muestra una colectividad demediada.
- El muerto viviente. Una figura recurrente en la narrativa de su autor, donde los electrodomésticos y los muebles tienen voz, convertidos en sórdidos dibujos animados, y los cadáveres permanentes conviven con los que aún están de permiso. En algunos casos la voz de ultratumba sirve para conseguir un registro entre verista y psicodélico: tal sucede con el monólogo de la ninfómana muerta, que contempla sus proezas sexuales con la indiferencia de un panteón. En otros, el vivo y el muerto solventan en el más allá las diferencias que los alejaban en vida, como en el encuentro del padre y el hijo o la conciliación entre el escritor y el reseñista. En esta sonata de los espectros con fondo de rock Vilas reelabora otra vertiente de nuestra novelística nacional: la vía goticista-expresionista, de raíz gallega y tronco cañí, en que el detalle más creíble se combina con la aparición más fantasmal. Asediada por espectros y proyectada en tromba hacia el mañana, la actualidad histórica sólo es un trampolín -tobogán de hambrientos- para los deslizamientos del tiempo.
- El espíritu de la nación encarnado. El tema de Espanya, que durante algún tiempo pareció desterrado de la narrativa reciente, vive una insólita recuperación en la narrativa reciente. Lejos parecen quedar los días en que Javier Marías declaraba que ese motivo resultaba demasiado remoto o añejo –y proponía, y con él otros autores, una escritura asépticamente internacionalista, con títulos pensados para ser traducidos del inglés y un borrado sistemático de todos los signos locales[3]. Quizá la figura que mejor lo represente sea el personaje central de esta gavilla de narraciones: el espíritu del país, encarando en el nombre del autor como padre putativo. El espíritu de España parece unamuniano, recoge la vieja aspiración noventayochista de alegorizar el destino nacional en una figura particular, pero ese impulso trascendental cobra una forma de dibujos animados, un Mortadelo explotado y recompuesto en cada nuevo episodio. Aquí vienen a morir las ilusiones esencialistas: en el toon, la viñeta final, la persecución de los agentes de la T.I.A. con portada del diario "La bola".

[1] La posibilidad de archivar y utilizar los discursos privados es un tema distintivo de la estética afterpop, que expresa la suspicacia respecto de la oralidad espontánea en la época de la digitalización total. Versiones parecidas de este motivo pueden encontrarse en la obra de Óscar Aibar, y en particular en el relato "Rumores" (posteriormente adaptado al cine por él mismo), que describe una organización multinacional dedicada a traficar con leyendas urbanas. He dedicado a este tema algunos de los artículos de la serie Terrorinfo, publicada en Quimera, así como un relato cuya figura central es el Verduléitor, la Biblioteca de Babel que contiene todas las variantes sobre todos los cotilleos habidos y por haber.
[2] Esta versión descacharrante de la SF coincide con el Mariano Gistaín de La vida 2.0, uno de los primeros libros que propusieron releer las cosmicómicas como si estuvieran escritas desde el comedor de casa.
[3] Los males y motivos de la nación reaparecen, en la narrativa última, en las representaciones de una España inesperada y grotesca (Gabi Martínez), que limita con Europa limitándola y limitándonos (Mercedes Cebrián), donde lo carpetovetónico asume la forma del periodismo gonzo (Robert Juan-Cantavella).

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