EL ESCRITOR NUESTRO DE CADA DÍA
Cuando lo que hacemos en esta vida ―ya sea el pan que alimenta a los habitantes del pueblo de Zarraluki o bien una visita, no guiada, a los basureros de Manila para dejar constancia por escrito de las condiciones de extrema necesidad en que se desenvuelven muchos, demasiados, seres humanos― lo hacemos con amor o por amor a nuestros semejantes o a nuestro propio arte, ese amor, de algún modo, va más allá, mucho más allá de nosotros, es decir, se expande, alcanza a los que nos rodean y a los que no, y, de algún modo también, les hace la vida más fácil, más llevadera, les abre por así decirlo una puerta a la esperanza.
Patxi Irurzun pertenece a esa raza de escritores, cada vez más escasa, cuya literatura, por parafrasear a la poeta peruana Rocío Silva Santisteban, no está, nunca, fuera de sus presupuestos éticos y morales.
Esto ya ha quedado patente en escritos suyos anteriores, como su colaboración en el libro de fotografías El Bulevar del Zope, sobre la supervivencia en un vertedero de Ciudad de Guatemala; o en su reportaje sobre El Mural Mágico de Taniperla, en Chiapas, México; o en su desgarrador libro de viajes Atrapados en el paraíso, en el que el autor escribe la crónica, terrible, de su visita al basurero de Payatas, en Manila…
Y de nuevo queda patente ahora, en este libro de cuentos ―muchos de los cuales se foguearon en las páginas de fanzines de grapa y papel, como Vinalia Trippers, o digitales, como Borraska, o en suplementos culturales y antologías de relatos, como Cuentistas―, libro de cuentos este en el que Patxi, con un manejo envidiable tanto de las herramientas escriturales como de sus propias experiencias vitales, nos lleva desde un relato de corte autobiográfico a otro de carácter epistolar, desde un relato adscrito a la corriente del realismo sucio a otro que merecería figurar en toda antología sobre realismo mágico que se precie (relato este, El pan nuestro de cada día, que causaría la envidia del mismísimo Gabriel García Márquez), sin olvidarnos, por supuesto, de sus cuentos de humor ácido y corrosivo, en los que se ponen de manifiesto muchas de las carencias de nuestra época y de la sociedad en la que (sobre) vivimos.
En otras palabras: Patxi Irurzun escribe con amor y por amor. Por amor y compromiso con sus semejantes y por amor y compromiso con su arte. Y como ya sabemos o deberíamos saber, el amor al que yo me refiero tiene el efecto de un boomerang: alcanza a los demás, en el corazón, en la conciencia, y luego regresa a la mano del que lo lanzó, lo que en el caso de Patxi se traduce en el cariño y respeto de sus amigos y de sus lectores, en ese crío que, como me cuenta el propio Patxi: es la leche, habla mucho (todo lo contrario a ti, amigo mío, pienso y me sonrío) y, finalmente, en ese hogar (a su casa sí procede llamarla hogar) en el Paseo de los Enamorados en el que este escritor nuestro de cada día escribe libros tan importantes como esta colección de relatos.
David González.
Noviembre de 2006.
Cuando lo que hacemos en esta vida ―ya sea el pan que alimenta a los habitantes del pueblo de Zarraluki o bien una visita, no guiada, a los basureros de Manila para dejar constancia por escrito de las condiciones de extrema necesidad en que se desenvuelven muchos, demasiados, seres humanos― lo hacemos con amor o por amor a nuestros semejantes o a nuestro propio arte, ese amor, de algún modo, va más allá, mucho más allá de nosotros, es decir, se expande, alcanza a los que nos rodean y a los que no, y, de algún modo también, les hace la vida más fácil, más llevadera, les abre por así decirlo una puerta a la esperanza.
Patxi Irurzun pertenece a esa raza de escritores, cada vez más escasa, cuya literatura, por parafrasear a la poeta peruana Rocío Silva Santisteban, no está, nunca, fuera de sus presupuestos éticos y morales.
Esto ya ha quedado patente en escritos suyos anteriores, como su colaboración en el libro de fotografías El Bulevar del Zope, sobre la supervivencia en un vertedero de Ciudad de Guatemala; o en su reportaje sobre El Mural Mágico de Taniperla, en Chiapas, México; o en su desgarrador libro de viajes Atrapados en el paraíso, en el que el autor escribe la crónica, terrible, de su visita al basurero de Payatas, en Manila…
Y de nuevo queda patente ahora, en este libro de cuentos ―muchos de los cuales se foguearon en las páginas de fanzines de grapa y papel, como Vinalia Trippers, o digitales, como Borraska, o en suplementos culturales y antologías de relatos, como Cuentistas―, libro de cuentos este en el que Patxi, con un manejo envidiable tanto de las herramientas escriturales como de sus propias experiencias vitales, nos lleva desde un relato de corte autobiográfico a otro de carácter epistolar, desde un relato adscrito a la corriente del realismo sucio a otro que merecería figurar en toda antología sobre realismo mágico que se precie (relato este, El pan nuestro de cada día, que causaría la envidia del mismísimo Gabriel García Márquez), sin olvidarnos, por supuesto, de sus cuentos de humor ácido y corrosivo, en los que se ponen de manifiesto muchas de las carencias de nuestra época y de la sociedad en la que (sobre) vivimos.
En otras palabras: Patxi Irurzun escribe con amor y por amor. Por amor y compromiso con sus semejantes y por amor y compromiso con su arte. Y como ya sabemos o deberíamos saber, el amor al que yo me refiero tiene el efecto de un boomerang: alcanza a los demás, en el corazón, en la conciencia, y luego regresa a la mano del que lo lanzó, lo que en el caso de Patxi se traduce en el cariño y respeto de sus amigos y de sus lectores, en ese crío que, como me cuenta el propio Patxi: es la leche, habla mucho (todo lo contrario a ti, amigo mío, pienso y me sonrío) y, finalmente, en ese hogar (a su casa sí procede llamarla hogar) en el Paseo de los Enamorados en el que este escritor nuestro de cada día escribe libros tan importantes como esta colección de relatos.
David González.
Noviembre de 2006.
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Accede al primer relato de La polla más grande del mundo pinchando en:http://www.bailedelsol.org/editables/eventos/primerirurzun.pdf
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