A la noche suele antojársele un cadáver corrompido y por esta vez no será el mío el que escarben, exasperadamente, mis sensibles concubinas. Me noto malherido por infinidad de múltiples razones, zarandeado por muchedumbres de mujeres azules virtuosas, y sin embargo todavía el Amor aporrea mi puerta desvestido con negra lencería para insuflarme muchísimas más fuerzas. A la noche suele antojársele, me repito, una pipa de eso rico y aquí estoy yo, loco de contento, porque Virginia prescinde con clase de sus braguitas sosegadas. Sólo mirar, se deja decir con parsimonia ella, pues hay también lunas profusas... La suerte y mi condición de hombre contradictorio tocan a rebato. Bobadas o aprensiones mías. Si comerme con la vista el vello púbico, recién brotado, de Virginia me resulta medianamente atractivo y el bronco placer se me resiste, es a causa de que urgen novedades. Inquirir más cuerpos y tenderme a su lado y besuquear de ello. O no. Rastrear en su matriz la fisura que acorrala el universo. Esto bastará: el agujerito profundo de Virginia, ese entramado impracticable por ahora. Y a descansar con más pastillas, que es tardísimo.
Luis Miguel Rabanal
Extraído de Elogio del proxeneta
Ilustración original de Silvia D. Chica
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