Volver a los diecisiete
decía Violeta Parra,
y se ha escrito tantas veces
el mismo poema, el regreso, el Uróboros
comiéndose en el inicio concreto
del retorno. Y no se trata
de escapismo, estimadas lectoras: es algo
tan simple como la evanescencia,
la calle y su pólvora, el restaurante
chino, su nombre traducido como
dragón o superfénix. Los coches
regresan a sus propios diecisietes,
las abuelas con sus carros de la compra
de vuelta al nacimiento,
los chavalines en las discotecas
tragándose la materia sintetizada de un ángel.
Ellos asisten a su infancia.
La chica que llora en el lavabo
regresa a su aliento una y otra vez.
Los inmigrantes con su anillo de luz,
los trabajadores retrocediendo a sus hipotecas,
todas las copias del top-manta
regresan a los oídos con su inanidad.
Sólo yo sigo envejeciendo,
con esta sangre puesta en los labios,
sólo yo sigo envejeciendo
con esta mirada que no cabe en su ojo.
Gemma, la Santa.
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