NO, no es el sello de ninguna discoteca, sino el del control de entrada a la cárcel de San Pedro, en La Paz.
No he ido en el famoso tour turístico o tour de la cocaína, porque ese lo prohibieron el año pasado, -"La cárcel más loca del mundo", decían las crónicas y lo era y lo es-, sino a visitar y a almorzar con una persona que lleva 20 meses presa a la espera de juicio. La otra cara de la Bolivia del cambio. Cara oscura que solo la militancia hace invisible.
Lástima que estuviera prohibido sacar fotografías. Además había cacheo en la entrada, poco riguroso, la verdad, y un arco de detección de metales que no funcionaba.
Cúbiculos, pasillos estrechos, pasadizos oscuros, escaleras empinadas que dan a las celdas privadas, de pago, arañadas o inventadas en donde no hay sitio para nada... y un patio que es un pueblo o un termitero por el que no cesaba de circular gente: hombres, mujeres, niños. Los policías al otro lado de las rejas. Ningún vigilante a la vista. En la galería superior de esa ruina, ropa tendida, calzados, gente acodada...
La cárcel de San Pedro es un lugar de leyenda, por los políticos que han estado dentro, por los criminales famosos que todavía están, por el hacinamiento, porque es una ciudad dentro de la ciudad, con sus barrios, sus comercios, sus casas de comidas y cocinas humeantes y sus leyes, y sobre todo porque era un destino turístico de los gringos que iban a comprar cocaína que se hacía en su interior.
En otro lugar conté cómo el líder obrero Filemón Escóbar escribía en sus memorias que los ladrones salían por la noche de la cárcel a robar y regresaban una vez acabada su jornada laboral.
Ahora mismo, en la Sección Posta, que es en la que he estado, hay presos políticos y presos comunes, casi todos por tráfico de drogas, y de todas las nacionalidades. Tienen su propio equipo de fútbol que poco después del almuerzo ha desaparecido por un corredor estrecho y oscuro con su uniforme reglamentario. He saludado a un español, de Madrid, preso por tráfico, que está a la espera de una extradición. "Casi todos están por mulas", me han dicho.
Hemos almorzado en un rincón del patio, bajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en familia, entre amigos, como si no pasara nada y aquello fuera lo más natural del mundo.
Un patio con mesas protegidas con sombrillas, que es a la vez cancha de baloncesto, de balonmano y de ping-pong, y galería comercial, un bar y dos tienditas: "Tiendita El Amigo", decía una de ellas.
Algunos reclusos mataban el tiempo mirando al infinito, otros secreteaban en un rincón o jugaban al ping-pong, y otros más llevaban vida familiar con sus mujeres e hijos.
Un ex ministro de Evo Morales, encerrado por corrupción, ha pasado un par de veces sin vernos.
Los hijos de otros reclusos, chicos de primaria, que también viven en la cárcel con toda su familia, han venido a que el tata les de la paga del día. Y en la reja las enamoradas besándose a través de los barrotes con sus enamorados.
Cúbiculos, pasillos estrechos, pasadizos oscuros, escaleras empinadas que dan a las celdas privadas, de pago, arañadas o inventadas en donde no hay sitio para nada... y un patio que es un pueblo o un termitero por el que no cesaba de circular gente: hombres, mujeres, niños. Los policías al otro lado de las rejas. Ningún vigilante a la vista. En la galería superior de esa ruina, ropa tendida, calzados, gente acodada...
La cárcel de San Pedro es un lugar de leyenda, por los políticos que han estado dentro, por los criminales famosos que todavía están, por el hacinamiento, porque es una ciudad dentro de la ciudad, con sus barrios, sus comercios, sus casas de comidas y cocinas humeantes y sus leyes, y sobre todo porque era un destino turístico de los gringos que iban a comprar cocaína que se hacía en su interior.
En otro lugar conté cómo el líder obrero Filemón Escóbar escribía en sus memorias que los ladrones salían por la noche de la cárcel a robar y regresaban una vez acabada su jornada laboral.
Ahora mismo, en la Sección Posta, que es en la que he estado, hay presos políticos y presos comunes, casi todos por tráfico de drogas, y de todas las nacionalidades. Tienen su propio equipo de fútbol que poco después del almuerzo ha desaparecido por un corredor estrecho y oscuro con su uniforme reglamentario. He saludado a un español, de Madrid, preso por tráfico, que está a la espera de una extradición. "Casi todos están por mulas", me han dicho.
Hemos almorzado en un rincón del patio, bajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en familia, entre amigos, como si no pasara nada y aquello fuera lo más natural del mundo.
Un patio con mesas protegidas con sombrillas, que es a la vez cancha de baloncesto, de balonmano y de ping-pong, y galería comercial, un bar y dos tienditas: "Tiendita El Amigo", decía una de ellas.
Algunos reclusos mataban el tiempo mirando al infinito, otros secreteaban en un rincón o jugaban al ping-pong, y otros más llevaban vida familiar con sus mujeres e hijos.
Un ex ministro de Evo Morales, encerrado por corrupción, ha pasado un par de veces sin vernos.
Los hijos de otros reclusos, chicos de primaria, que también viven en la cárcel con toda su familia, han venido a que el tata les de la paga del día. Y en la reja las enamoradas besándose a través de los barrotes con sus enamorados.
Miguel Sánchez-Ostiz ha vuelto a Bolivia, a patear morgues, cementerios, cárceles de La Paz, a escuchar conversaciones y observar respetuosamente, a fotografiar puertas, pintadas, mendigos, manifestantes... Su recorrido se puede seguir en http://vivirdebuenagana.blogspot.com
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