Hablan a su manera de drogatas, obscenidades, mafias, caballos, suciedades, miseria, desesperación, angustia, soledad, rock, sexo (s), embriaguez, retretes, hogares difuntos, ciudades imaginarias (L.A.), bares sucios, prostíbulos, camastros, litronas, canutos, currelos miserables, etc. Dicho de otro modo: no pueden ser muy mala gente.
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Si los entiendo bien, sufren, gritan, aúllan. Y no los escucha nadie. Dicen tal cantidad de palabrotas por frase que tampoco es sensato ni respetable hablar de ellos en la prensa de ninguna especie industrial. Es decir: están condenados a ser hombres y mujeres invisibles, náufragos errantes, como el plancton vagabundo por las aguas sucias del océano de la miseria urbana.
Que se digan algo parecido a “discípulos” de Charles Bukowski me parece una cosa venial, debilidad de gente joven y desinteresada que puede pasarse con los años. Patxi Irurzun y Vicente Muñoz Álvarez los han antologado en un libro de referencia, Resaca. Hank Over (Ed. Caballo de Troya, a la que tanto debe Constantino Bértolo).
Son (espero no olvidar a ninguno): Hernán Migoya, Miguel Silvestre, Eva Vaz, Raúl Núñez, Vicente Luis Mora, David González, Sergi Puertas, Alfonso Xen Rabanal, Karmelo Iribarren, José Ángel Barrueco, José Daniel Espejo Balanza, Nacho Abad, Lluís Pons Mora, Javier Marroquín, Agustín Fernández Mallo, Jose Arteaga, Pablo Casares, Kike Babas, Kike Turrón, Pablo G. Bao, Nacho Escuín, Ana Pérez Cañamares, Kutxi Romero, José Manuel Vara, Lucas Rodríguez, David Murders, Manuel Vilas, Roxana Popelka, Salvador Gutiérrez Solís, Sofía Castañón, Sor Kampana, Ángel Petisme, Safrika, Eloy Fernández Porta, Abel Debrito.
NO diré que todos son Rimbaud. Nobody’s perfect. De hecho, no pocos de entre ellos escriben horrores que me parecen infumables. Poco importa. Entre otros, soy muy sensible a las cosas de Karmelo Iribarren, Idus de abril.
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