Releo, mientras me como mi ensalada, el primer poemario publicado de la autora ecuatoriana Carla Badillo Coronado, Belongings/Pertenencias, en edición bilingüe, cuyo ejemplar, que ahora ocupa mis manos, ha llegado hasta mí en circunstancias un tanto rocambolescas, lamentando no tener aún el que ella gentilmente quiso obsequiarme dedicado (por razones que en este momento no importa detallar).
He seguido, desde hace ya tiempo, sus andanzas literarias y personales, o personales y literarias (en Carla, ambas cosas se confunden y convergen hasta formar un todo), y al día de hoy no me cabe la menor duda de que estamos ante una poeta a tener bien en cuenta, con un manejo bien fluido de variados registros, como puede observarse contrastando, por ejemplo, la contundencia expositiva del poema Unos cuantos piquetitos, de la pequeña perla musical Midnight Blues, cuyo sencillo tono “atraviesa limpiamente tu espalda”, o del nocturno y taciturno y reflexivo Espasmos en San Francisco y ese precioso trino que abre el poemario Cuviví, que yo ya conocía, igual que conocía La Extranjera, notable tarjeta de visita por si a alguien le cupieran dudas, y cómo no, el que parece más elaborado, mezcla de humor, ironía y amor, condimentado con traviesa inteligencia, el dedicado a Mark, su hombre, 7 jugadas en blanco y negro, especialmente válido para quien quiera averiguar que el ajedrez no es solamente un juego, o que es precisamente eso, un juego, el juego, donde la vida salta, avanza, retrocede y se enroca, y donde el jaque mate es el último sueño de la noche…
No es mi intención ni mi deseo hacer una reseña en profundidad del poemario en cuestión, dios me libre de algo así, sólo quería dejar una modesta opinión sobre esta inquieta joven y su joven aunque eterna pasión, cosa esta que ya parece no estar de moda, salvo que deseemos llamar pasión a esa histeria malsana de tanto y tanta poeta recurrente, donde parece ser que lo que prima es hablar de las reglas menstruales o de la innata estupidez del macho (ellas) o de la última resaca y vomitona y soledad y existencial angustia (ellos), quedándole a veces a uno ese regusto incómodo de haberse equivocado otra vez, de no haber abierto las hojas deportivas del diario en lugar de esa última tabarra lírica recién salida del horno editorial.
Carla, puesto que me has querido honrar con tu amistad, como un amigo te lo digo: leer tu poemario ha sido igual que zamparse una ensalada fresca y nutritiva, algo muy saludable y conveniente.
Y ahora voy a terminarme mi ensalada…
He seguido, desde hace ya tiempo, sus andanzas literarias y personales, o personales y literarias (en Carla, ambas cosas se confunden y convergen hasta formar un todo), y al día de hoy no me cabe la menor duda de que estamos ante una poeta a tener bien en cuenta, con un manejo bien fluido de variados registros, como puede observarse contrastando, por ejemplo, la contundencia expositiva del poema Unos cuantos piquetitos, de la pequeña perla musical Midnight Blues, cuyo sencillo tono “atraviesa limpiamente tu espalda”, o del nocturno y taciturno y reflexivo Espasmos en San Francisco y ese precioso trino que abre el poemario Cuviví, que yo ya conocía, igual que conocía La Extranjera, notable tarjeta de visita por si a alguien le cupieran dudas, y cómo no, el que parece más elaborado, mezcla de humor, ironía y amor, condimentado con traviesa inteligencia, el dedicado a Mark, su hombre, 7 jugadas en blanco y negro, especialmente válido para quien quiera averiguar que el ajedrez no es solamente un juego, o que es precisamente eso, un juego, el juego, donde la vida salta, avanza, retrocede y se enroca, y donde el jaque mate es el último sueño de la noche…
No es mi intención ni mi deseo hacer una reseña en profundidad del poemario en cuestión, dios me libre de algo así, sólo quería dejar una modesta opinión sobre esta inquieta joven y su joven aunque eterna pasión, cosa esta que ya parece no estar de moda, salvo que deseemos llamar pasión a esa histeria malsana de tanto y tanta poeta recurrente, donde parece ser que lo que prima es hablar de las reglas menstruales o de la innata estupidez del macho (ellas) o de la última resaca y vomitona y soledad y existencial angustia (ellos), quedándole a veces a uno ese regusto incómodo de haberse equivocado otra vez, de no haber abierto las hojas deportivas del diario en lugar de esa última tabarra lírica recién salida del horno editorial.
Carla, puesto que me has querido honrar con tu amistad, como un amigo te lo digo: leer tu poemario ha sido igual que zamparse una ensalada fresca y nutritiva, algo muy saludable y conveniente.
Y ahora voy a terminarme mi ensalada…
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