martes, 8 de diciembre de 2009

ELOGIO DE ANDY WARHOL by Javier Esteban.


En estos tiempos sólo puedes tener fe en los sirénidos y en los diarios póstumos de Andy Warhol. Y por póstumos no me refiero al legajo de transcripciones de conversaciones telefónicas y facturas que publicó secretaria —hay una edición española en Anagrama— sino que voy a lo literal: a lo que día a día Warhol nos ha ido contado después de muerto. Día a día. A las 08:PM hora de Nueva York. Puntual como el cáncer de útero en una coneja que tienes como mascota casera y no la dejas parir. Da igual que aquí sea la una de la madrugada. Todos los televisores de la casa se encienden a la vez y en ellos se proyecta la imagen de una calavera con una peluca del color de la plata. No dice gran cosa. Sigue con la manía de apuntar el precio de todo hasta la más mínima chorrada de ultratumba. Al menos ha dejado claro en alguna ocasión que no existe la inspección tributaria en el otro barrio. Lo suyo —según dice— es ‘gula’. Gula en el idioma de Andy Warhol significa aburrimiento. Y así: ¿Los 99 millones de nombres de Dios? 3 centavos justos cada uno. Amenaza con repetir hasta el último de ellos. Sin embargo, casi nunca habla de los ángeles. Es un cielo raro el de Andy Warhol. Dice que la escasez de mecanismos de impresión fotográfica le ha obligado a redescubrir el Renacimiento. La Pietá de Marilyn Monroe. Cosas Así. Ahora imaginároslo lo mismo noche tras noche. Sin tregua. No puedes dormir. Desenchufas los televisores, pero suena el teléfono. Lo estampas contra la pared, pero entonces la nevera y la lámpara del pasillo —como en un plagio inadvertido a M. Vilas— se confabulan para convertir tu piso en una réplica a escala de la primera época de la Factory. Humo de hielo, estroboscópicas y desde dónde sabe quién te llega la viola de John Cale. Madrigal sin remedio. Inexorable como las polémicas por la eutanasia en el seno de la Unión Europea. Tienes que salir a la calle y aún así la calle está llena de los putos años sesenta en del Green Village. Hasta el sobaco te huele a Jackie Onassis. Por eso la última esperanza son los puentes o los parques. Y no todos los parques: en la mayoría están las huellas de los policías a caballo. Ten cuidado, nadie los ha visto, pero todo el mundo está seguro de que esos jinetes son caníbales. Lo dijo Warhol. Aunque vale la pena el riesgo, matizó. Tú obedeces. Buscas los estanques, que para el caso son igual que los ríos y el mar. Mejor incluso. ¿Quién no tiene un parque con estanque al lado de casa? ¡Qué comodidad! Allí, si nadie te ha matado antes de llegar, te esperan los sirénidos. Sus rostros pelados de todo salvo de Sus nombres. Sus Noventa y Nueve Millones de Nombres. Y chupas de cuero de caimán y piernas como colas de serpientes que acabaran de comerse a un delfín demasiado grande para ellos y les hubiera deformado el cuerpo hasta la nada. Allí te abrazarán. Sumérgete. Te comerán. Con esto, también tú serás la nada. La nada, eso sí, confía en mí, más popular del otro barrio.

Javier Esteban, inédito.

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