los coches bajan follados por la cuesta de San Francisco,
igual que las motos y los autobuses,
y los negros y magrebíes andan de aquí para allá
y los gitanos y las putas en las esquinas
contra un container de basura un yonki,
las manos enfundadas en los bolsillos del chándal,
los ojos como viejas persianas medio cerradas
las piernas doblándose cada vez más
y no sé, en serio, si de un momento a otro
se caerá, se derrumbará
al sucio asfalto bajo el container
quizás quiere arrodillarse,
ponerse de rodillas, como si rezará,
y, aunque no puede alzar la mirada del asfalto,
parece
que le quiere pedir al cielo,
a ese cielo finito y lejano que se ve entre los tejados,
que acabe de una vez por todas
ese infierno propio y eterno suyo
pero el cielo está totalmente vacío,
y las gaviotas que andan volando
sólo son para él
buitres
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