jueves, 24 de diciembre de 2009

DESEO DE SER ANTOINE DOINEL


En la biografía de Leopoldo María Panero El contorno del abismo (editada en Tusquets), este confiesa en una carta a Ana María Moix (creo recordar) que su trabajo de corrector de pruebas para una editorial en Barcelona fue el peor castigo que sufrió en su vida, y que no se lo desearía ni a su peor enemigo. La verdad es que no me imagino a Leopoldo Panero de corrector, aunque por esos años aún era joven y todavía no se dedicaba a mojar croissants en los charcos para el desayuno, ni esas cosas tan raras que hizo después.

Normalmente el trabajo de corrector se asocia a la soledad, a la tristeza de una oficina gris como la que describía Melville en Bartleby el escribiente. Y es cierto que este oficio tiene mucho de eso, pero también, como todos los trabajos, mucho de rutina y hasta de comodidad. Algunos de los que nos dedicamos a esto nos somos capaces de escribir y, sin embargo, corregimos lo que han escrito otros, lo que resulta paradójico y le da a este trabajo un aspecto antipático, parecido al del crítico que opina sobre algo que no sabe hacer.

Siempre había pensado que esto de ser corrector, además de poco conocido, tenía escasa aceptación social, hasta que leí El buda de los suburbios, de Hanif Kureishi, en el que se dice que muchos de los bohemios que acudían a recibir los consejos del improvisado gurú padre del protagonista eran “correctores de pruebas”. Pero lo que me ofreció una nueva visión sobre mi trabajo fue sobre todo la película de François Truffaut L’amour en fuite. En ella Antonie Doinel, al que vimos crecer en las pelis de Truffaut (y que cada vez era menos atractivo, más enano y más histriónico), se gana la vida como corrector en una imprenta. No recuerdo mucho de la película, y no creo que realmente valiera la pena, pero me consoló ver en ella a un corrector tan mujeriego y con una vida tan interesante. Recuerdo que Doinel terminaba su trabajo en una imprenta oscura y deprimente y se iba a recorrer París para atender a sus múltiples amantes, todas inexplicablemente locas por él, a pesar del poco dinero que debía de ganar. Me encanta la alegría que transmiten estas películas francesas, a pesar de su inverosimilitud. ¿Por qué la vida no podrá ser como estas pelis de la nouvelle vague?

Por cierto, el tema central de la película, de Alain Souchon, está bastante bien. Lo dejo aquí (y una versión en español de Single).


Extraído del blog Spleen.

1 comentario:

David Pérez Vega dijo...

Hola Spleen:

Qué sorpresa... ¿qué hace una borgiana como tú en un sitio bukowskiano como éste?

saludos