Llevo varios días metida en estos cinco metros cuadrados. Estoy sentada enfrente de la ventana, en una incómoda silla que hace que los músculos de mi culo se duerman al cabo de un rato. He subido la persiana hasta el tope y he despejado de los cristales las cortinas. Pronto vendrá una amenazadora tormenta. ¿Cuántas horas llevaré aquí sentada mirando al cielo? Puede que cuatro, puede que más.
A mis párpados les cuesta abrirse y cerrarse. Ha empezado a oscurecer. Salvo por los ruidos del pasillo, podría parecer que estoy sola e incomunicada. Porque en realidad estoy esperando una llamada, un mensaje, una señal. Pronto, los objetos se están volviendo oscuros y difusos. La habitación adquiere otro matiz.
Ya tengo compañía. Comienza a tronar. Respiro profundo y comienzo a contar. Todos estos pensamientos y los truenos hacen parecer que estoy más aislada y que soy más diminuta. Ahí viene el rayo. Fulminante. Desgarrador.
He dejado de distinguir mis manos, la mesa, los papeles esparcidos. Indudablemente no voy a levantarme a encender la luz. La habitación está desordenada, pero si oscurece, me olvido de ello. Creo que voy a salir para comprar unas cervezas. La idea se convierte en un líquido denso que no consigo procesar con claridad. Los momentos de lucidez se entremezclan con alucinaciones, duermevelas y truenos que me impiden pensar. Alguien me dijo que estaba loca, pero eso fue hace mucho tiempo.
Un tremendo rayo consigue sobresaltarme. Parece que esté a mi lado. Aquí estoy a salvo, ¿quién vendría a hacerme daño? Qué tipo de temporal escogería a una tipa como yo para descargar su ira. Me imagino a la gente que camina apresurada por la calle de enfrente, intentando resguardarse del torrente que empieza a caer sobre sus cabezas. Abren sus paraguas, se encogen en sus ropas primaverales, se agachan, se convierten en insignificantes gotas de lluvia que se juntan y separan...
Miro al techo. Abro la boca. Veo como una lluvia fina se desprende de la pintura y me moja la cara. Otro trueno me asusta. De pronto, consigo darme cuenta de algo. Sonrío. No tengo comida. No tengo cerveza. No tengo droga. El teléfono no suena. Una carcajada me asalta. Después viene otra. Comienzo a reírme con fuerza, con sonoridad. Estoy sola.
Ahora
el mérito
es
mantenerme
sobria.
A mis párpados les cuesta abrirse y cerrarse. Ha empezado a oscurecer. Salvo por los ruidos del pasillo, podría parecer que estoy sola e incomunicada. Porque en realidad estoy esperando una llamada, un mensaje, una señal. Pronto, los objetos se están volviendo oscuros y difusos. La habitación adquiere otro matiz.
Ya tengo compañía. Comienza a tronar. Respiro profundo y comienzo a contar. Todos estos pensamientos y los truenos hacen parecer que estoy más aislada y que soy más diminuta. Ahí viene el rayo. Fulminante. Desgarrador.
He dejado de distinguir mis manos, la mesa, los papeles esparcidos. Indudablemente no voy a levantarme a encender la luz. La habitación está desordenada, pero si oscurece, me olvido de ello. Creo que voy a salir para comprar unas cervezas. La idea se convierte en un líquido denso que no consigo procesar con claridad. Los momentos de lucidez se entremezclan con alucinaciones, duermevelas y truenos que me impiden pensar. Alguien me dijo que estaba loca, pero eso fue hace mucho tiempo.
Un tremendo rayo consigue sobresaltarme. Parece que esté a mi lado. Aquí estoy a salvo, ¿quién vendría a hacerme daño? Qué tipo de temporal escogería a una tipa como yo para descargar su ira. Me imagino a la gente que camina apresurada por la calle de enfrente, intentando resguardarse del torrente que empieza a caer sobre sus cabezas. Abren sus paraguas, se encogen en sus ropas primaverales, se agachan, se convierten en insignificantes gotas de lluvia que se juntan y separan...
Miro al techo. Abro la boca. Veo como una lluvia fina se desprende de la pintura y me moja la cara. Otro trueno me asusta. De pronto, consigo darme cuenta de algo. Sonrío. No tengo comida. No tengo cerveza. No tengo droga. El teléfono no suena. Una carcajada me asalta. Después viene otra. Comienzo a reírme con fuerza, con sonoridad. Estoy sola.
Ahora
el mérito
es
mantenerme
sobria.
Ilustración by Velpister.
1 comentario:
Muchas gracias, Vicente.
Publicar un comentario