El otro día pasamos casi toda la tarde en casa de mi madre, mi hijo y yo.En un momento dado, desde el patio interior del edificio, irrumpió el manso canto de las monjas:
“Alabaré, alabaré / alabaré, alabaré /
A-laaa / baré a mi señooor.”
“Alabaré, alabaré / alabaré, alabaré /
A-laaa / baré a mi señooor.”
Tras el arranque, enseguida cerraron la ventana, para no molestar.
Ayer, en casa, pensaba como tantas otras veces en esas monjas con las que me encuentro de vez en cuando en la calle o en el portal o en el ascensor de casa de mis padres: la hermana P., la hermana A., la hermana N., mujeres ya mayores que trabajan en la caridad y la beneficencia, en los barrios más pobres de Bilbao, que llevan ropa, compañía, juguetes…, a los yonquis, a los desahuciados, a los niños de las familias necesitadas, personas que ayudan a la gente, que “se dan a los demás”. Pensaba en cómo la Iglesia Católica, ese “señor” inexistente, ese “prójimo”, ha usurpado y vendido su caridad y su beneficencia al igual que ha usurpado y vendido su razón, su imaginación, su inteligencia y su cordura y vampirizado completamente, con intención asesina, sus cuerpos, sus identidades, su estar en el mundo, su humanidad, todo.
Pienso en su triste destino cuando a veces les sonrío por cortesía al encontrarme con ellas, todas con señales psicosomáticas claras de los efectos de su extrema alienación, y siento que tengo que decir una vez más a todas las fuerzas vivas que, aunque Dios existiera, la religión seguiría siendo y es alienación y enfermedad.
“Alabaré a mi señor.” Esto cantan esas mujeres que han renunciado a su cuerpo y a su mente. Esclavas de nada. Condenadas a repetir un mismo sueño cegador. Ascetas de toda inteligencia a estas alturas de la Historia, cuando su sueño tiene menos sentido que nunca. Personas en el “limbo”, en el mejor de los casos, o terriblemente torturadas en su viaje a ninguna parte.
Qué triste y qué monstruosidad lo que les han hecho y lo que se han dejado hacer.
“Alabaré, alabaré / alabaré, alabaré /
A-laaa / baré a mi señooor.”
“Alabaré, alabaré / alabaré, alabaré /
A-laaa / baré a mi señooor.”
Tras el arranque, enseguida cerraron la ventana, para no molestar.
Ayer, en casa, pensaba como tantas otras veces en esas monjas con las que me encuentro de vez en cuando en la calle o en el portal o en el ascensor de casa de mis padres: la hermana P., la hermana A., la hermana N., mujeres ya mayores que trabajan en la caridad y la beneficencia, en los barrios más pobres de Bilbao, que llevan ropa, compañía, juguetes…, a los yonquis, a los desahuciados, a los niños de las familias necesitadas, personas que ayudan a la gente, que “se dan a los demás”. Pensaba en cómo la Iglesia Católica, ese “señor” inexistente, ese “prójimo”, ha usurpado y vendido su caridad y su beneficencia al igual que ha usurpado y vendido su razón, su imaginación, su inteligencia y su cordura y vampirizado completamente, con intención asesina, sus cuerpos, sus identidades, su estar en el mundo, su humanidad, todo.
Pienso en su triste destino cuando a veces les sonrío por cortesía al encontrarme con ellas, todas con señales psicosomáticas claras de los efectos de su extrema alienación, y siento que tengo que decir una vez más a todas las fuerzas vivas que, aunque Dios existiera, la religión seguiría siendo y es alienación y enfermedad.
“Alabaré a mi señor.” Esto cantan esas mujeres que han renunciado a su cuerpo y a su mente. Esclavas de nada. Condenadas a repetir un mismo sueño cegador. Ascetas de toda inteligencia a estas alturas de la Historia, cuando su sueño tiene menos sentido que nunca. Personas en el “limbo”, en el mejor de los casos, o terriblemente torturadas en su viaje a ninguna parte.
Qué triste y qué monstruosidad lo que les han hecho y lo que se han dejado hacer.
1 comentario:
al menos cantan, podía ser peor
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