Esta tarde he visto Nekromantic 2.
El regreso de los muertos amantes,
dice la carátula.
La protagonista desentierra un cadáver
y lo envuelve
y se lo lleva a casa
y empieza a hacérselo con él.
Aunque no voy a contaros cómo se lo tira
y le hace fotos
y le despedaza
y esconde luego su cabeza.
Ni cómo el novio descubre
el fetiche humano en la nevera
y la sorprende
viendo desollar a un bebé de foca en la televisión.
Sólo os voy a contar
lo del caracol dorado en la bañera azul.
Es una escena extraña,
en la mitad de la película.
La protagonista acaba de descuartizar
al muerto en la bañera
y cuando va a limpiar la sangre
aparece un caracol dorado deslizándose en el fondo azul,
muy lentamente,
muy despacio,
como si fuera la expresión triste del tiempo.
Un caracol dorado sobre la patética bañera azul
que condensa en su lentitud todo el absurdo.
Y ahora, escuchadme bien:
quiero que imaginéis el caracol vosotros mismos,
deslizándose con su concha dorada
sobre el fondo azul de la bañera.
Avanza tan lentamente,
tan hipnóticamente,
tan lánguidamente,
que os entran ganas de morir.
Y esa es la escena crucial de la película:
El regreso de los muertos amantes,
dice la carátula.
La protagonista desentierra un cadáver
y lo envuelve
y se lo lleva a casa
y empieza a hacérselo con él.
Aunque no voy a contaros cómo se lo tira
y le hace fotos
y le despedaza
y esconde luego su cabeza.
Ni cómo el novio descubre
el fetiche humano en la nevera
y la sorprende
viendo desollar a un bebé de foca en la televisión.
Sólo os voy a contar
lo del caracol dorado en la bañera azul.
Es una escena extraña,
en la mitad de la película.
La protagonista acaba de descuartizar
al muerto en la bañera
y cuando va a limpiar la sangre
aparece un caracol dorado deslizándose en el fondo azul,
muy lentamente,
muy despacio,
como si fuera la expresión triste del tiempo.
Un caracol dorado sobre la patética bañera azul
que condensa en su lentitud todo el absurdo.
Y ahora, escuchadme bien:
quiero que imaginéis el caracol vosotros mismos,
deslizándose con su concha dorada
sobre el fondo azul de la bañera.
Avanza tan lentamente,
tan hipnóticamente,
tan lánguidamente,
que os entran ganas de morir.
Y esa es la escena crucial de la película:
La aplastante sinrazón del tiempo.
.
.
Vicente Muñoz Álvarez, del poemario Canciones de la gran deriva ( Ateneo Obrero de Gijón, 1999 ).
Poema incluído en Real Time. Poéticas de la tecnología y el consumo, dossier coordinado por Eloy Fernández Porta para el Nº 290 de la revista Quimera ( enero 2008 ).
No hay comentarios:
Publicar un comentario